El refrán famoso tiene un problema y es la edad. Quiero decir que la expresión hace uso del verbo “venir” en una acepción que ya no se estila: algo así como ‘convertirse’. Aunque todo el mundo pueda entender que lo que quiere decir el refrán es que “no hay mal que al cabo no se convierta en bien”, o que “tenga unas consecuencias que puedan ser buenas” (el famoso comentario de F.F. en vísperas de las Navidades de 1973), la literalidad, actualmente, más da a entender que “no hay mal que no provenga de un bien”.
Después de este discursito, vamos a lo que íbamos.
Hace unas dos semanas que, de casualidad, me enteré de una noticia, que aunque estaba en el runrún (3ª acepción) hace ya tiempo, se daba ahora ya como definitiva. La noticia la vi en las páginas de terra.es quien toma como referencia su publicación en El periódico, según trabajo de Ernest Alós.
El caso es que con motivo de la exposición “Això és la guerra! Robert Capa en acció y Gerda Taro” en el Museu d’Art de Catalunya (MNAC), se ha podido contrastar y comparar un grupo de fotos, entre ellas, la famosa del miliciano muerto en combate.
Estos contrastes y comparaciones “han permitido identificar sin lugar a dudas el paisaje: se trata de la loma de Las Dehesillas, junto al casco urbano de Espejo (Córdoba) y a unos 10 kilómetros del frente”, es decir, no era Cerro Muriano, el lugar en que siempre se ha situado la fotografía en cuestión; es decir, “la ubicación confirma casi definitivamente que la secuencia fue un montaje flagrante”.
Siete meses antes, Miguel Ángel Villena escribía en El País que la identificación que hasta entonces se había hecho del famoso miliciano (Federico Borrell García, de Alcoy) quedaba anulada como consecuencia de los trabajos de investigación mostrados en un documental “La sombra del iceberg”. Eso sí, el artículo empezaba con un panegírico de la foto: “Es la imagen más simbólica y más difundida de la Guerra Civil española y una fotografía estremecedora de la muerte en directo. Robert Capa tomó la instantánea de un miliciano que acababa de ser abatido en el cordobés Cerro Muriano el 5 de septiembre de 1936.”
Por otro lado, el pasado 21 de julio oigo en las noticias de cultura de La Linterna (minuto 11:07), que Cristina García Rodero se convertía en la primera española (y cuarta mujer) que entra en la cooperativa que es la agencia de fotografía Magnum. Y de Magnum dicen: “La agencia se fundó en Francia en 1947 por reporteros de guerra, entre ellos Robert Capa, para dignificar la profesión y reinvidicar la independencia del fotógrafo”.
Oír eso justo cuatro días después de leer lo otro, resulta un tanto chirriante, salvo que el resto de la vida del fotógrafo haya sido una penitencia por la falsedad de la primera foto, como el mismo periodista apunta en otra crónica: “Resulta tentador pensar que en los siguientes 18 años, en que mostró un arrojo casi suicida en China, Túnez. Sicilia, Nápoles, Anzio, Normandía, las Ardenas, Leipzig, Israel e Indochina, donde una mina acabó con él en 1954, se dedicó a redimir un pecado original.” [Me entero por la Wikipedia, de donde he tomado la foto, que en realidad, Robert Capa es un pseudónimo de la pareja (Ernö Friedmann y Gerda Taro), que heredó él tras fallecer ella]
Por cierto, el día 20, también en El periódico, Andreu Mayayo, historiador, hace un poquito de crítica sobre lo de la imagen y las mil palabras, pero no pierde ocasión: “la impostura de Capa da alas a los revisionistas nostálgicos del franquismo”. El párrafo que continúa empieza así: “El fin no justifica los medios, y menos en temas de especial sensibilidad como estos”, y finaliza diciendo que “Una imagen vale más que mil palabras como impacto propagandístico, pero no como elemento de credibilidad. Finalmente, la foto de Capa es genial, pero la interpretación del miliciano es soberbia”.
Efectivamente, la foto será genial y soberbia, pero, desde un primer momento, no era verdad, no era Historia, ni siquiera pura y simple propaganda, pues al contrario que cualquier cartel de propaganda de guerra de entonces, la foto se hizo pasar por verdadera. Pero claro, el problema no es la verdad, sino que al ser falsa la foto (y decirlo), se “da alas a los revisionistas nostálgicos del franquismo”. Con tres palabras despacha (‘presunción preventiva de discrepancia delictiva’, digo yo que se llamará esto) quien se califica con una, y no es “historiador”.
Después de este discursito, vamos a lo que íbamos.
Hace unas dos semanas que, de casualidad, me enteré de una noticia, que aunque estaba en el runrún (3ª acepción) hace ya tiempo, se daba ahora ya como definitiva. La noticia la vi en las páginas de terra.es quien toma como referencia su publicación en El periódico, según trabajo de Ernest Alós.
El caso es que con motivo de la exposición “Això és la guerra! Robert Capa en acció y Gerda Taro” en el Museu d’Art de Catalunya (MNAC), se ha podido contrastar y comparar un grupo de fotos, entre ellas, la famosa del miliciano muerto en combate.
Estos contrastes y comparaciones “han permitido identificar sin lugar a dudas el paisaje: se trata de la loma de Las Dehesillas, junto al casco urbano de Espejo (Córdoba) y a unos 10 kilómetros del frente”, es decir, no era Cerro Muriano, el lugar en que siempre se ha situado la fotografía en cuestión; es decir, “la ubicación confirma casi definitivamente que la secuencia fue un montaje flagrante”.
Siete meses antes, Miguel Ángel Villena escribía en El País que la identificación que hasta entonces se había hecho del famoso miliciano (Federico Borrell García, de Alcoy) quedaba anulada como consecuencia de los trabajos de investigación mostrados en un documental “La sombra del iceberg”. Eso sí, el artículo empezaba con un panegírico de la foto: “Es la imagen más simbólica y más difundida de la Guerra Civil española y una fotografía estremecedora de la muerte en directo. Robert Capa tomó la instantánea de un miliciano que acababa de ser abatido en el cordobés Cerro Muriano el 5 de septiembre de 1936.”
Por otro lado, el pasado 21 de julio oigo en las noticias de cultura de La Linterna (minuto 11:07), que Cristina García Rodero se convertía en la primera española (y cuarta mujer) que entra en la cooperativa que es la agencia de fotografía Magnum. Y de Magnum dicen: “La agencia se fundó en Francia en 1947 por reporteros de guerra, entre ellos Robert Capa, para dignificar la profesión y reinvidicar la independencia del fotógrafo”.
Oír eso justo cuatro días después de leer lo otro, resulta un tanto chirriante, salvo que el resto de la vida del fotógrafo haya sido una penitencia por la falsedad de la primera foto, como el mismo periodista apunta en otra crónica: “Resulta tentador pensar que en los siguientes 18 años, en que mostró un arrojo casi suicida en China, Túnez. Sicilia, Nápoles, Anzio, Normandía, las Ardenas, Leipzig, Israel e Indochina, donde una mina acabó con él en 1954, se dedicó a redimir un pecado original.” [Me entero por la Wikipedia, de donde he tomado la foto, que en realidad, Robert Capa es un pseudónimo de la pareja (Ernö Friedmann y Gerda Taro), que heredó él tras fallecer ella]
Por cierto, el día 20, también en El periódico, Andreu Mayayo, historiador, hace un poquito de crítica sobre lo de la imagen y las mil palabras, pero no pierde ocasión: “la impostura de Capa da alas a los revisionistas nostálgicos del franquismo”. El párrafo que continúa empieza así: “El fin no justifica los medios, y menos en temas de especial sensibilidad como estos”, y finaliza diciendo que “Una imagen vale más que mil palabras como impacto propagandístico, pero no como elemento de credibilidad. Finalmente, la foto de Capa es genial, pero la interpretación del miliciano es soberbia”.
Efectivamente, la foto será genial y soberbia, pero, desde un primer momento, no era verdad, no era Historia, ni siquiera pura y simple propaganda, pues al contrario que cualquier cartel de propaganda de guerra de entonces, la foto se hizo pasar por verdadera. Pero claro, el problema no es la verdad, sino que al ser falsa la foto (y decirlo), se “da alas a los revisionistas nostálgicos del franquismo”. Con tres palabras despacha (‘presunción preventiva de discrepancia delictiva’, digo yo que se llamará esto) quien se califica con una, y no es “historiador”.
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