Poco más de trece meses tras su adquisición, he leído Una noche en el club, de Christian Gailly (su copyright es de 2001), según traducción de Alan Pauls para Anagrama, publicado en su colección Panorama de Narrativas (nº 565). Mi ejemplar es de la ¿primera? edición, de 2004, en el que la foto de la portada es de Jennifer Freeouf (en este caso, de 2002).
En la reseña de la contraportada se dice:
“Christian Gailly ha escrito una novela en la mejor tradición de la modernidad francesa: corta, con frase armónicas, que parecen la música de un jazz elegante y contrapunteado, devolviendo la fe en que aún hay novelistas preocupados por la esencia de su oficio, el lenguaje”.
Sin entrar a discutir la última frase (creo que la esencia de un novelista es contar, y el lenguaje forma parte de la técnica), van unos ejemplos:
“El posadero, un pelirrojo corpulento. Comedor desierto. Demasiado temprano, sin duda. Somos los primeros, dijo el ingeniero. Está tranquilo, dijo el posadero. Mejor así, pensó Simon., no tendremos que esperar. Olía bien. La decoración, madera, sólo madera. Manteles de Vichy rosa, estantes con trofeos, cuadritos en las paredes.” (pág. 21)
por el contrario, ya en el club de jazz, tal vez la frase más larga de la novela:
“Simon se dirigía hacia el bar. Al empujar la segunda puerta se había vuelto a encontrar con el sonido, la luz, el ambiente del club, el bello sonido del trío, la luz roja, el olor del jazz, y se había llenado con ellos los pulmones en una lenta y larga inspiración tóxica.” (pág. 53)
seguimos en el club:
“¿Un admirador?, dijo Debbie. No, dijo Simon, sólo le intrigaban ciertas cuestiones. Me decía que él también tocaba un poco el piano. Buen comienzo. Quería saber si el jazz se enseña. Le he dicho que sí, como todo. Quería saber si hay una escuela. Le dije que no, que no hay escuelas. Quería saber si yo daba clases. Le he dicho que no, que no doy clases. ¿Entonces?, me ha dicho. Y yo: Escuchar, sólo escuchar, escuche a los grandes, tome de ellos todo lo que pueda y luego arrégleselas. Los mediocres se eliminan solos.” (pp. 58-59)
o al despertarse al día siguiente:
“No tenía las gafas puestas. Era normal. Siempre se las quita para dormir. No tenía el reloj en la muñeca. No era normal. Jamás se lo quita para dormir. ¿Qué he hecho con él?” (pág. 75)
Una reflexión, por último:
“¿Qué es lo que nos llama la atención cuando damos nuestros primeros pasos por la mañana, aun si la mañana ya está acabando, en una calle que conduce hacia el mar? La levedad del aire.” (pág. 80)
y a partir de aquí, la segunda mitad de la novela.
Sí, es verdad, la elección de la novela no ha sido casual.
En la reseña de la contraportada se dice:
“Christian Gailly ha escrito una novela en la mejor tradición de la modernidad francesa: corta, con frase armónicas, que parecen la música de un jazz elegante y contrapunteado, devolviendo la fe en que aún hay novelistas preocupados por la esencia de su oficio, el lenguaje”.
Sin entrar a discutir la última frase (creo que la esencia de un novelista es contar, y el lenguaje forma parte de la técnica), van unos ejemplos:
“El posadero, un pelirrojo corpulento. Comedor desierto. Demasiado temprano, sin duda. Somos los primeros, dijo el ingeniero. Está tranquilo, dijo el posadero. Mejor así, pensó Simon., no tendremos que esperar. Olía bien. La decoración, madera, sólo madera. Manteles de Vichy rosa, estantes con trofeos, cuadritos en las paredes.” (pág. 21)
por el contrario, ya en el club de jazz, tal vez la frase más larga de la novela:
“Simon se dirigía hacia el bar. Al empujar la segunda puerta se había vuelto a encontrar con el sonido, la luz, el ambiente del club, el bello sonido del trío, la luz roja, el olor del jazz, y se había llenado con ellos los pulmones en una lenta y larga inspiración tóxica.” (pág. 53)
seguimos en el club:
“¿Un admirador?, dijo Debbie. No, dijo Simon, sólo le intrigaban ciertas cuestiones. Me decía que él también tocaba un poco el piano. Buen comienzo. Quería saber si el jazz se enseña. Le he dicho que sí, como todo. Quería saber si hay una escuela. Le dije que no, que no hay escuelas. Quería saber si yo daba clases. Le he dicho que no, que no doy clases. ¿Entonces?, me ha dicho. Y yo: Escuchar, sólo escuchar, escuche a los grandes, tome de ellos todo lo que pueda y luego arrégleselas. Los mediocres se eliminan solos.” (pp. 58-59)
o al despertarse al día siguiente:
“No tenía las gafas puestas. Era normal. Siempre se las quita para dormir. No tenía el reloj en la muñeca. No era normal. Jamás se lo quita para dormir. ¿Qué he hecho con él?” (pág. 75)
Una reflexión, por último:
“¿Qué es lo que nos llama la atención cuando damos nuestros primeros pasos por la mañana, aun si la mañana ya está acabando, en una calle que conduce hacia el mar? La levedad del aire.” (pág. 80)
y a partir de aquí, la segunda mitad de la novela.
Sí, es verdad, la elección de la novela no ha sido casual.
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