En 2005 se publicó la obra de José Antonio Millán titulada Perdón imposible. Guía para una puntuación más rica y consciente.
El título del trabajo, como se relata en el prólogo, tiene su origen en una anécdota “atribuida a Carlos V (luego la he encontrado referida a otros reyes, pero nos dará lo mismo...). Al emperador se le pasó a la firma una sentencia que decía así:
Perdón imposible, que cumpla su condena.
Al monarca le ganó su magnanimidad y antes de firmarla movió la coma de sitio:
Perdón, imposible que cumpla su condena.
Y de ese modo, una coma cambió la suerte de algún desgraciado…”
El ejemplar de que dispongo es ya de la primera edición en rústica, de septiembre de 2006,… aunque lo compré en marzo de este año. Para general información de los lectores, el autor tiene activa una página en Internet “que sirve de complemento a este libro (…) Además, en ella he incluido otras informaciones, notas y documentación gráfica” según nos informa al final del referido prólogo.
Hace ya mucho tiempo que la (buena) redacción no solo no es una asignatura o un aspecto obligatorio en la enseñanza, sino que más bien parece ser lo contrario: el objetivo es redactar lo peor posible. No hay más que ver que el famoso lenguaje de los SMS se está extendiendo a medios y formatos en los que no es nada necesaria su presunta “cualidad”: la rapidez con un teclado que no lo facilita.
Y claro, si ni siquiera se exige la ausencia de faltas de ortografía, estamos como para exigir sintaxis y una buena redacción, lo que incluye una correcta puntuación.
Al final del libro hay una estadística “en números redondos” de los signos de puntuación utilizados en el libro. Como se puede suponer hay muchos signos y en cantidades elevadas, salvo en un caso, en el que solamente hay uno. Como es fácil de deducir, lo dejo como ejercicio.
Hay un capítulo curioso por el aspecto que trata: la puntuación en el caso de… los números.
Haciendo caso omiso de los propios signos matemáticos, quiero destacar un caso muy común: la puntuación de los millares. En el libro se dice:
“El punto marca los millares en las cifras, por ejemplo:
El título del trabajo, como se relata en el prólogo, tiene su origen en una anécdota “atribuida a Carlos V (luego la he encontrado referida a otros reyes, pero nos dará lo mismo...). Al emperador se le pasó a la firma una sentencia que decía así:
Perdón imposible, que cumpla su condena.
Al monarca le ganó su magnanimidad y antes de firmarla movió la coma de sitio:
Perdón, imposible que cumpla su condena.
Y de ese modo, una coma cambió la suerte de algún desgraciado…”
El ejemplar de que dispongo es ya de la primera edición en rústica, de septiembre de 2006,… aunque lo compré en marzo de este año. Para general información de los lectores, el autor tiene activa una página en Internet “que sirve de complemento a este libro (…) Además, en ella he incluido otras informaciones, notas y documentación gráfica” según nos informa al final del referido prólogo.
Hace ya mucho tiempo que la (buena) redacción no solo no es una asignatura o un aspecto obligatorio en la enseñanza, sino que más bien parece ser lo contrario: el objetivo es redactar lo peor posible. No hay más que ver que el famoso lenguaje de los SMS se está extendiendo a medios y formatos en los que no es nada necesaria su presunta “cualidad”: la rapidez con un teclado que no lo facilita.
Y claro, si ni siquiera se exige la ausencia de faltas de ortografía, estamos como para exigir sintaxis y una buena redacción, lo que incluye una correcta puntuación.
Al final del libro hay una estadística “en números redondos” de los signos de puntuación utilizados en el libro. Como se puede suponer hay muchos signos y en cantidades elevadas, salvo en un caso, en el que solamente hay uno. Como es fácil de deducir, lo dejo como ejercicio.
Hay un capítulo curioso por el aspecto que trata: la puntuación en el caso de… los números.
Haciendo caso omiso de los propios signos matemáticos, quiero destacar un caso muy común: la puntuación de los millares. En el libro se dice:
“El punto marca los millares en las cifras, por ejemplo:
27.500
(‘veintisiete mil, quinientos’). Sin embargo, es más frecuente señalarlo con un espacio más pequeño de lo normal en vez de con un punto: «27 500».” (Yo he usado el mismo espacio, pues no sé cómo ‘reducirlo’ como tal carácter, aunque he intentado el ‘truco’ de reducir el tipo de letra).
En mi caso particular, ese espacio más reducido (de hecho, éste es el estilo utilizado en la antedicha estadística final) no lo considero como “más frecuente”, pero bueno… Lo que sí recuerdo, cosa que no se comenta en el capítulo, o, al menos, yo no lo he encontrado, es que los millones, en mi época, se marcaban con un ‘1’ pequeñito abajo, en el lugar del punto, como un subíndice; los billones (españoles, claro) con un ‘2’ y así sucesivamente.
El párrafo en cuestión finaliza con esta frase rotunda:
“Los números de los años nunca se escriben con un punto ni espacio: 2005”
También comenta, más adelante, que “hasta hace cosa de un siglo era normal que cualquier cifra que se presentara públicamente –por ejemplo el número de una casa– apareciera con un punto al final”.
Lo que me recuerda, todo esto, algo que vi en mi último viaje a Madrid, en el número 4 de la calle del Arenal, un edificio, se entiende, de 1855, y que comparto mediante la foto adjunta.
En mi caso particular, ese espacio más reducido (de hecho, éste es el estilo utilizado en la antedicha estadística final) no lo considero como “más frecuente”, pero bueno… Lo que sí recuerdo, cosa que no se comenta en el capítulo, o, al menos, yo no lo he encontrado, es que los millones, en mi época, se marcaban con un ‘1’ pequeñito abajo, en el lugar del punto, como un subíndice; los billones (españoles, claro) con un ‘2’ y así sucesivamente.
El párrafo en cuestión finaliza con esta frase rotunda:
“Los números de los años nunca se escriben con un punto ni espacio: 2005”
También comenta, más adelante, que “hasta hace cosa de un siglo era normal que cualquier cifra que se presentara públicamente –por ejemplo el número de una casa– apareciera con un punto al final”.
Lo que me recuerda, todo esto, algo que vi en mi último viaje a Madrid, en el número 4 de la calle del Arenal, un edificio, se entiende, de 1855, y que comparto mediante la foto adjunta.
Un libro estupendo. Yo lo tengo en la edición de Círculo de Lectores e hice una anotación el 30 de agosto del año pasado.
ResponderEliminarAparte del error muuuuuuy común de poner el puntito en los millares de un año en una fecha, ayer oí en Canal 9 que muestra el desconocimiento general que hay en no diferenciar los billones españoles y los estadounidenses. La cifra era tan escandalosa que dice mucho de todos aquellos de la redacción que no se dieron cuenta.
Yo, para convencer a mis alumnos de la importancia de una buena puntuación, utilizo una anécdota parecida, aunque se desarrolla en la Grecia de los hérores, uno de los cuales... No recuerdo cuál, de modo que siempre lo presento como: Un antiguo héroe griego acudió al Oráculo de Delfos antes de una batalla importante para conocer su futuro. La respuesta del oráculo le fue muy venturosa: "Moriras no, vivirás", le dijo. Sin embargo, el héroe murió en la batalla, razón por la cual su familia acudió al oráculo con el reproche cosido a los labios. Sin embargo, no había razón para tal reproche, pues el oráculo lo aclaró al señalar que su pronóstico no fue "Morirás no, vivirás", sino "Morirás, no vivirás".
ResponderEliminarGeneralmente les gusta la historia y a algunos se les abren las espitas del entendimiento en lo que a una buena puntuación se refiere. Tengo guardado (tan bien, tan bien que hace años que lo perdí de vista, pero algún día saldrá a la luz, lo sé) un texto sobre un testamento con tres puntuaciones diferentes de manera que, según una u otra, los herederos podían ser tres distintos.
Me ha gustado tu artículo (como el de la cerveza..., aunque ahí no entro, que en el mundo matemático me pierdo demasiado). Tal vez compre el libro y por supuesto me anoto la anécdota para añadirla a la del oráculo y contársela a mis alumnos. Gracias :-)
Saludos.
S. Cid