“- No importa, preciosidad. ¿Puede
servirme mientras tanto un vaso de aguardiente que no pase de nueve peniques y
prestarme un tintero?
Sam se instaló en una mesa junto al
fuego; la muchacha le trajo la bebida y el tintero y arregló el rescoldo antes
de marcharse, llevándose el atizador para que nadie sin permiso de la casa se
permitiera modificar el grado de calor previsto para aquella hora. Sam limpió
entonces la superficie de la mesa con su manga, en previsión de que contuviera
migas; sacó el papel cuidadosamente arrollado, miró la pluma, en busca de
invisibles pelos o impurezas, destapó el tintero y estirando sus brazos dentro
de las mangas de la chaqueta, apuntaló los codos contra la mesa y se preparó a
escribir.
Supone esto una operación evidentemente
complicada para las personas poco dadas a sostener una pluma entre sus dedos.
Suelen agachar la cabeza rozando la oreja sobre el brazo izquierdo, teniendo la
superficie del papel casi a su mismo nivel y observando de reojo las letras que
van dibujando, mientras asoman la punta de la lengua y la retuercen
contenidamente, siguiendo con su gesto los caracteres que pretenden plasmar.
Tales supuestas ayudas consiguen tan sólo retrasar, en realidad, el espontáneo
gesto de la mano; y fue así que Sam llevaba por lo menos una hora y media peleándose
con una diminuta escritura, emborronando con la punta del meñique sus muchos
fracasos y sustituyéndolos por nuevos signos colocados encima, cuando le
sobresaltó la llegada de su padre empujando la puerta.
- ¡Hola, Sammy! –saludó el anciano.
- ¡Hola, prodigioso autor de mis días! –contestó
Sam dejando a un lado la pesada pluma.”
Ya sabíamos que Sam Weller escribió una carta. Ahora, sabemos cómo fue su proceso, perfectamente descrito por Charles
Dickens. Ya sabremos del tema, y de la revisión y depuración de la misma.
Pero, de momento, y sin que se desprenda
de ello referencia alguna a la forma de escribir de ninguno de los escritores recientemente
mencionados en estas páginas, dejémoslo así.
Créditos:
Extracto del Capítulo XXXIII
de la obra de Charles Dickens Los papeles póstumos del Club Pickwick, según
traducción de A. Ferrer, en edición de diciembre de 1973 de Editorial Bruguera,
como número 119 de su colección Libro Clásico (pp. 504-505).
Cómo me gusta Sam Weller... Le comprendo perfectamente: escribir con una pluma de ave, sea ganso o garzón, tiene que ser difícil... Fíjate que incluso el mejor escribano echa un borrón...
ResponderEliminarAhora me quedo con ganas de releer Los papeles...
Pues como decían en unos dibujos animados de hace años "No se vayan, aún hay más".
ResponderEliminarUn saludo.