“Llegan a Cafarnaún. Al llegar
el sábado [Jesús] entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban
asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no
como los escribas.”
Hace unos domingos se leyó
en Misa este pasaje del Evangelio de San Marcos.
Con independencia de las naturales
connotaciones religiosas del texto, es triste tener que constatar lo ‘pasado de
moda’ que está. Y lo digo porque hace uso de la palabra autoridad.
Etimológicamente, la
palabra Auctoritas procede de Auctor, o sea, Autor, es decir, según el DRAE, y
para lo que interesa al objeto de esta anotación, “persona que es causa de algo”, “persona
que inventa algo”, o “persona que ha hecho alguna obra científica, literaria o
artística”: en definitiva, un creador.
Sin embargo, para
encontrar (ahora) algo parecido a esta vinculación en la palabra Autoridad,
tenemos que irnos a la tercera acepción: “Prestigio y crédito que se reconoce a
una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en
alguna materia”.
Y es que el prestigio ha
sido suplantado por el poder, pues éste es el significado actual de la palabra
Autoridad en su primera acepción: “Poder que gobierna o ejerce el mando, de
hecho o de derecho” (la segunda no deja de ser una derivación de ésta).
En resumen, que la
Auctoritas ha sido suplantada por la Potestas, y por eso, cuando se habla de
argumentos de autoridad, aunque originariamente fueran de Auctoritas, ahora, en
que apenas nadie está convencido de ningún principio, seguro que son de
Potestas, pues el resultado es lo que cuenta.
Créditos:
Transcripción del Evangelio según San Marcos (1, 21-22), tomada de la Nueva
Biblia de Jerusalén, revisada y aumentada, editada en 1998 por Desclée De
Brouwer.
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