martes, 14 de febrero de 2012

Literatura amorosa… comentada

- Pero… ¿qué estás haciendo, Sammy? ¿Intentas instruirte dedicándote a la literatura, muchacho?
- Sólo era una carta, padre –se azoró Sam–. Ya terminé.
- Lo imagino. Pero... no irás a decirme que la diriges a alguna muchacha, ¿verdad?
- ¿Por qué no? Tampoco pretendo ocultárselo, padre. Es una «valentina», simplemente.
- ¿Qué has dicho? –se sobresaltó el padre al escuchar aquella abominación.
- Pues eso: nada más que una «valentina».
- ¡Pero, Sammy, hijo mío! –se escandalizó míster Weller. (…)
- ¡Vamos, prepárese una pipa, que voy a leerle esta carta que tanto teme!
Nos queda por saber si tranquilizaron más al anciano las palabras de Sam o la perspectiva de fumarse una pipa. Pero es el caso que su gesto se relajó al quitarse el abrigo y, cargando calmosamente la enorme cazoleta de su cachimba, se recostaba cómodamente sobre su silla arrimando la espalda al fuego y haciéndole a su hijo una seña con la cabeza indicando que estaba dispuesto a escucharle.
Sam apoyó la pluma sobre el tintero, para tenerla dispuesta si se imponían rectificaciones, y empezó a declamar teatralmente:
- «Encantadora…»
- ¡Espera! –cortó el anciano, tirando de pronto la cadena de la campanilla– ¡Tráeme un vaso de lo acostumbrado, hija mía! –le pidió a la muchacha que acudió en seguida.
- ¡Al instante, señor! –contestó la chica, que no tardó ni medio minuto en complacerle.
- Veo que les tiene usted muy bien enseñados –observó Sam.
- Me conocen de hace tiempo. Continúa leyendo, hijo.
- «Encantadora criatura» - repitió Sam.
- ¡Oye! Suponqo que no lo habrás puesto en verso, ¿verdad?
- ¡Dios me libre!
- Lo celebro. La poesía resulta artificiosa: no sé de nadie que emplee el verso para expresarse, salvo el recaudador de contribuciones y ciertos anuncios de aceites o betún para los zapatos… No caigas nunca en la tentación del verso, muchacho. Anda, sigue.
Mientras míster Weller chupaba su pipa con gesto y actitud de atenta crítica, Sam volvió al contenido de sus garabatos:
- «Encantadora criatura: me siento condenado y…»
- Esto me parece exagerado –atajó míster Weller, quitándose la pipa de entre los dientes.
- Bueno, creo que no dice «condenado» –dudó Sam, levantando la carta para aprovechar más la luz–. No, pone «avergonzaado», veo que hay un borrón que confunde un poco…
- Eso está mejor –aprobó el padre–. Sigue.
- «… me siento avergonzado y completamente cir… cir…» –volvió a tropezar Sam, rascándose furiosamente la cabeza con el mango de la pluma–. ¡Vaya, no consigo entender lo que escribí!
- Procura adivinar, hijo.
- Es que hay otro borrón, y grandote. Leo una «c», una «i» y una «r», pero lo demás…
- ¡«Circundado»! ¿No será eso?
- No, no es «circundado». Es… ¡«circunscrito», ahora caigo!
- Pero me gusta mucho más «circundado», Sam.
- ¿Usted cree?
- ¡Seguro, muchacho!
- ¿Y si resulta que no tiene sentido aquí?
- ¿Qué importa eso? El caso es que suene bonito… Vamos, continúa.
- «Me siento avergonzado y completamente circunscrito, digo circundado, por el afán de escribirle esta carta, porque estoy convencido de que es usted una muchacha muy bella.»
- ¡Esto te ha salido muy redondo, Sammy! –alabó el padre, liberando su boca de la pipa para poderlo decir más fogosamente.
- Ya me lo pareció mientras lo escribía… –admitió Sam, modestamente halagado.
- Apruebo sobre todo esa manera que tienes de decir las cosas, sin adjetivos tontos o inútiles, Sammy…¿Para qué empeñarse que una chica tenga que ser «Venus», «Ángel» u otras sandeces por el estilo?
- ¡Claro! ¿Para qué, padre?
- Igualmente se la podría calificar de «hipógrifo», «unicornio», «centauro», o cualquier nombre de animal imaginario, ¿no crees?
- En efecto, sería casi lo mismo.
- Vamos, no te entretengas, Sam.
Sam dejó que su padre fuera meditando entre nubes de humo, mientras él seguía descifrando su letra.
- «Siempre supuse que todas las mujeres eran iguales; pero eso sólo fue hasta que la conocí a usted.»
-¿Quién te dijo que no lo son…? –refunfuño míster Weller.
- «Pero comprendo ahora que he sido un cabezón, estoy comprobando que ninguna se le puede comparar, usted me gusta mucho más que cualquier otra.» No sé si eso queda bien concreto, padre –sospechó Sam.
Míster Weller le tranquilizó con un gesto y Sam continuó:
- «Me propongo así aprovechar la celebrarción de esta fecha, mi querida Mary, para hacerle saber que el recuerdo de su imagen quedó grabado en mi corazón desde aquella primera vez que en que la vi a usted, y ello tan imborrablemente, tan vivo, que me sentiría capaz si fuera pintor, de pintar su exacto retrato y ponerle cristal y marco en menos de tres minutos.»
- Sospecho que aquí ya vas cayendo en lo poético, Sammy –amenzaó míster Weller señalándole con la boquilla de su pipa.
- ¡No, no, de ningún modo, padre! –rechazó Sam, reanudando en seguida la lectura para que no le tocaran aquel maravilloso párrafo–: «Ruego que me acepte, pues, mi querida Mary, como su "Valentín", y que recuerde lo que le acabo de decirle. Termino aquí, Mary querida». Y nada más –suspiró Sam.
- ¿No crees que terminas muy bruscamente?
- ¡No, no, así es mejor! Es muy probable que ella esperara algo más largo, y aquí está precisamente el secreto de una buena carta.
- Es posible –meditó míster Weller–; tal vez tengas razón. Lástima que tu madrastra no aprenda a cortar así por lo sano…

Créditos:
Extracto del Capítulo XXXIII de la obra de Charles Dickens Los papeles póstumos del Club Pickwick, según traducción de A. Ferrer, en edición de diciembre de 1973 de Editorial Bruguera, como número 119 de su colección Libro Clásico (pp. 505-509).

No hay comentarios:

Publicar un comentario