“América es la tierra de
la oportunidad para las mujeres, quienes, poseedoras ya de alrededor del
ochenta y cinco por ciento de la riqueza del país, en breve se habrán hecho con
su totalidad. El divorcio se ha convertido en una operación lucrativa, de
sencillo arreglo y fácil olvido, que las hembras ambiciosas pueden repetir
cuantas veces gusten negociando beneficios que alcanzan cifras astronómicas. La
muerte del marido también aporta recompensas satisfactorias, y algunas señoras prefieren
confiar en ese expediente: saben que la espera no será demasiado larga, pues el
exceso de trabajo junto con la hipertensión no tardarán en llevarse al pobre
diablo, llamado a expirar ante su escritorio con un frasco de benzedrinas en
una mano y una caja de tranquilizantes en la otra.
Sucesivas generaciones de
juveniles americanos no se desaniman lo más mínimo ante ese espantoso panorama
de divorcio y defunción. Cuanto más aumenta el índice de divorcios, mayor se
hace su ahínco. Los jóvenes se casan como ratones, apenas entran en la
pubertad, y una buena proporción de ellos tiene en nómina un mínimo de dos ex esposas
antes de cumplir los treinta y seis. Mantener a esas señoras conforme al tren
de vida a que están acostumbradas les exige trabajar como esclavos, que es ni más
ni menos lo que son. Hasta que, por último, según van alcanzando precozmente la
edad madura, un sentimiento de desencanto y de temor empieza a infiltrárseles
despacioso en el corazón, y así les da por reunirse, a última hora del día, en
pequeñas y prietas tertulias, en clubes y bares, para despachar sus whiskies y
tragar sus píldoras, y tratar de animarse unos a otros a base de anécdotas.
El tema fundamental de
esas historias jamás varía. En ellas intervienen siempre tres personajes
principales: el marido, la mujer y un canalla. El marido es un buen hombre,
honrado y trabajador. La esposa es taimada, falsa y lasciva, e invariablemente
tiene algún enredo con el canalla, cosa que el hombre es demasiado bueno para
sospechar tan siquiera. Negras pintan las cosas para el marido. ¿Llegará el infeliz
a enterarse alguna vez? ¿Está condenado a ser cornudo el resto de su vida? Sí: tal
es su sino. Pero… ¡espera! De pronto, merced a una brillante maniobra, se
desquita por entero de los agravios de su depravada esposa, que queda anonadada,
estupefacta, humillada, hundida. El auditorio masculino congregado ante la barra
sonríe mansamente para sus adentros y se consuela un poco con la fantasía”.
Diversos relatos de Roald
Dahl fueron llevados por Alfred Hitchcock a su famosa serie de televisión
Alfred Hitchcok presenta, y en concreto, en 1960, el episodio número 191 de la
serie fue La señora Bixby y el abrigo del coronel, cuyo comienzo literario es
el recién trascrito.
Además de mostrarnos
narraciones con finales sorprendentes, que no ilógicos, el genial cineasta
también nos sorprendía, al principio, en sus películas, apareciendo brevemente
durante ellas, paseando unos perros, o perdiendo un autobús, por ejemplo.
El más reciente caso de
aparición sorprendente (aunque falte mucho para el final), fue publicado en ABC
hace una semana: se trata de la aparición del perfil del director británico, al
estilo de la entradilla de la serie de televisión, en medio de una nebulosa galáctica.
Por si alguien tenía
alguna duda de que Sir Alfred nunca dejará de ser una verdadera estrella.
Créditos:
Inicio del relato La
señora Bixby y el abrigo del coronel, de Roald Dahl, según traducción de Carmelina
Payá y Antonio Samons, incluído en el volumen Relatos de lo inesperado, publicado
como número 82 de la colección Compactos de la editorial Anagrama (pp 243-244).
Carátula del video VHS número
37 de la colección (videos y fascículos) Alfred Hichcock, editada por RBA en
1993, de la videoteca del autor.
Detalle de fotograma del video incluído en la noticia enlazada de ABC.
¡Qué curioso!
ResponderEliminarJajajaja, qué bueno, qué bueno.
Es que hay cameos que... ¡válgame el Cielo!
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