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“[Rubén] se decidió a ir hasta la majada donde estaban los pastores que entendían de estrellas y de cambios del tiempo, para consultarles.
Y así lo hizo, pero cuando llegó allí, y apenas había llegado, fue cuando se vio aquella claridad en los cielos y se oyó aquella voz que hablaba de que un Niño le había nacido al mundo, y a los cielos y a la tierra, y que los pastores fueran a adorarle al establo donde había nacido. Pero su amigo Daniel, un pastor ya viejo, le había dicho que adonde tenía que ir él, Rubén el vigilante, era a cantar rápidamente la próxima hora en el pueblo, y contar lo que había visto. Y lo que pasó luego fue que Rubén se quedó tan impresionado, que según iba pensando lo que iba a decir, se tracamundaba todo, y cuando llegó al pueblo, ya lo sabía toda la gente. Decía:
- Que ha salido el sol en medio de la noche, y a la aurora se la ha caído un clavel, y yo lo he visto.
- Que no, Rubén, que lo que ha ocurrido es que nos ha nacido un Niño, y tú no te has enterado de nada.
Pero, de todas formas, cuando la gente volvía de ver al Niño en el establo, comentaba que éste era realmente como un alhelí y una rosa y un clavel, que, como había nacido antes del amanecer, era, efectivamente como si tal hermosura se le hubiera caído a lo Alto.
(…)
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Estuvo mucho rato parado allí, y a lo mejor era porque era corto de vista, y, como se acercó mucho a ver si se rebullía el Niño, y, como tenía aquel hombre una nariz muy larga al igual que el pico de los loros, y mucho más en curva que las narices de los judíos, se la cogió el Niño con la mano bien fuertemente, y el forastero se rió, y todos vieron que el Niño también se reía.
(…)
Cuando los primeros pastores que habían estado en el establo de las afueras de Belén salieron de allí, marcharon directamente al pueblo a contar, alborozados y nerviosos, lo que habían visto, y las noticias corrieron de una casa a otra, a esas altas horas de la madrugada, de manera que todo el pueblo era un alboroto.”
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