martes, 23 de diciembre de 2008

¡Qué bella maravilla!

Anteayer se cumplieron 62 años del estreno de la película “It’s a wonderful life”, conocida por estos lares como “¡Qué bello es vivir!”.

[Aunque el día anterior hubo una exhibición previa benéfica (“for charity”, en la reseña del New Yok Times), en el Globe Theatre de esa ciudad, es decir, Nueva York]

¿Qué se puede decir de esa película, que no sea su constante presencia en estas fechas navideñas?

Sin entrar en cuestiones técnicas, ni de estilo (fiel reflejo de la filosofía de su director, Frank Capra), ni de fondo político (exponente del New Deal del poco antes fallecido F.D. Roosevelt), se puede decir que es una película no ya optimista, sino positiva.

Una película que no sólo muestra, sino que defiende, que la bondad, la dedicación, el esfuerzo, la familia, la amistad y el sacrificio son los valores que permiten construir este mundo mejor, conseguir una maravillosa vida.

Si sólo estas características ya le permiten ser una película de actualidad, en estos momentos coinciden unas circunstancias que también la traen a colación.

En concreto, se trata del negocio familiar que acaba regentando George Bailey, el protagonista interpretado por James Stewart. Dicho negocio consiste en una pequeña banca de provincias, y que en su momento también se vio muy afectada cuando la crisis del 29.

El día del pánico, los vecinos de George acuden a la oficina bancaria a retirar sus fondos, cosa que naturalmente la banca no está en condiciones de realizar. George habla personalmente con ellos y a la gran mayoría les convence para que no lo hagan (aunque hay alguno al que sí deben reintegrarles sus depósitos). Entre otras cosas, les explica que sus fondos no están físicamente en el banco sino en las propias casas de sus vecinos, a través de las hipotecas formalizadas.

Aunque esta circunstancia sea de total actualidad, quiero llamar la atención sobre otro aspecto que también acapara una de las escenas de ese día de pánico: el tiempo pasa poco a poco, y llega el momento en que el reloj da las seis de la tarde, es decir, según el patrón de la época, hora de cerrar la oficina; entonces, sucede la escena actualmente interesante.

En resumen, la pequeña y familiar banca de provincias de George, consigue terminar el día del pánico sin verse abocada a la quiebra. Ella sola, gracias a la gestión de sus propietarios y directivos, sin recurrir al Papá Estado.

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