miércoles, 7 de diciembre de 2011

Y ahora, ¿dónde los pongo?: ¿Y los recuerdos?

William Stoner entró como estudiante en la Universidad de Missouri en el año 1910, a la edad de diecinueve años. Ocho años más tarde, en pleno auge de la Primera Guerra Mundial, recibió el título de Doctorado en Filosofía y aceptó una plaza de profesor en la misma universidad, donde enseñó hasta su muerte en 1956. Nunca ascendió más allá del grado de profesor asistente y unos pocos estudiantes le recordaban vagamente después de haber ido a sus clases. Cuando murió, sus colegas donaron en su memoria un manuscrito medieval a la biblioteca de la Universidad. Este manuscrito aún puede encontrarse en la Colección de Libros Raros, portando la siguiente inscripción: «Donado a la Biblioteca de la Universidad de Missouri, en memoria de William Stoner, Departamento de Inglés. Por sus colegas».
Un estudiante cualquiera al que le viniera a la cabeza su nombre podría preguntarse tal vez quién fue William Stoner, pero rara vez llevará su curiosidad más allá de la pregunta casual. Los colegas de Stoner, que no le tenían particular estima cuando estaba vivo, ahora raramente hablaban de él; para los más viejos, su nombre era un recordatorio del final que nos espera a todos, y para los más jóvenes es meramente un sonido que no evoca ninguna sensación del pasado ni ninguna identidad con la que ellos pudieran asociarse ni a sí mismos ni a sus carreras.


Hace algo más de treinta años, cuando entré como estudiante en la Universidad Politécnica de Valencia, se inauguró también la zona entonces conocida como “el Poli nuevo” frente a los edificios que llevaban unos diez años ya dando su servicio, que pasaron a constituir “el Poli viejo” (el género masculino era herencia de la primitiva denominación de Instituto Politécnico).

Uno de los elementos más importantes de aquel “Poli nuevo” era el Ágora, plaza cuadrada, sobreelevada, con amplias pastillas de césped en talud, que completaban el desnivel entre el nivel cero, o de vehículos, y el nivel uno, o de peatones, y en el cual se encontraban las entradas principales de las cuatro Escuelas Técnicas Superiores que rodeaban el Ágora: la de Arquitectura y las de Ingenieros Agrónomos, Industriales y de Caminos, Canales y Puertos.

La foto aérea es de 1992, y el Ágora es la zona cuadrada que se ve en medio, más o menos, de la mitad izquierda; la mitad derecha era entonces, todavía, huerta valenciana (ahora ya no, como se desprende de los rótulos que identifican actuales edificios). Tampoco está ahora el Ágora, pues hace unos diez años, en una de esas continuas obras en las que se encuentra inmersa la Universidad, desapareció.

Posiblemente, ésta (u otras similares) sea la única foto del Ágora que pueda recuperar, pues no recuerdo haber(me) hecho fotos en la Universidad (bueno, justo ahora recuerdo un par de fotos correspondientes a cursos de post-grado, pero eso no cuenta). Puede decirse, por tanto, que los recuerdos que tengo de entonces son eso, recuerdos, sin pruebas más allá de mi memoria.

Peor que los recuerdos sobre el Ágora, están los correspondientes a bastantes de los profesores que tuve durante la carrera, en cuyos casos, junto con algunos más, ni siquiera puedo decir ahora su nombre.

Estos recuerdos, o mejor dicho, esta ausencia de recuerdos es la que ha venido esta tarde a mis pensamientos mientras, de regreso a casa en el autobús, leía el inicio de Stoner, la novela de John Williams, que nos ha recomendado nuestro amigo Guido.

Créditos:
Detalle de la fotografía aérea de Valencia, del año 1992, tomada de la página de Urbanismo del Ayuntamiento de Valencia.
Portada e inicio del primer capítulo, de la novela Stoner, de Johns Williams, según traducción de Antonio Díaz Fernández, publicada por Ediciones Baile del Sol.

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