Anoche terminé de leer Stoner, de John Williams, lo que me da pie para comentar dos cosas.
La primera, que Guido tenía razón, al recomendar la novela.
La segunda, que Guido tenía razón, cuando dijo que son los libros “quienes nos eligen a nosotros, y no al revés, como nos gusta pensar henchidos de soberbia”.
Si bien la primera es más inmediata, esta segunda requiere algo de explicación.
En mi librería de cabecera, tienen dos formas de dar a conocer, en la medida de lo posible, las novedades editoriales: la habitual y segura, es decir, en las pertinentes mesas de novedades junto a la entrada; y otra menos expuesta, que, paradójicamente, es en los escaparates, ya que éstos se abren sobre una calle lateral de poco tránsito.
En condiciones normales, antes de entrar, hago el recorrido de los escaparates, curioseando sobre lo expuesto, y si se tercia, saludando a los de dentro. Así es como pude ver, no ya el ejemplar que compré de Stoner, sino los dos únicos ejemplares que tenían, uno al lado del otro.
Al cabo de unos días, pregunté por el otro ejemplar, pues ya no lo veía, y me comentaron que se había vendido poco después de mi compra, que aquéllos los habían conseguido porque empezaron a preguntar por él, y habían tenido que volver a hacer un nuevo pedido porque seguían preguntando, llamándoles además la atención el que se tratara de una editorial poco conocida (Ediciones Baile del Sol, de Tegeste, en Tenerife).
Lo de la elección por los libros viene del hecho de que no estaban en los expositores que dan exclusivamente a la calle, sino en los estantes de los laterales, con lo que, aun sin pasarme antes por los escaparates, los hubiera visto igual desde dentro de la librería.
Que, en definitiva, era lo que querían los libros.
Y hasta aquí la anécdota… o la categoría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario