“Allí [en Woolsthorpe] dejó de lado las matemáticas para centrarse en el problema de la gravedad.
La palabra tenía varias acepciones en inglés. (…) Por otro lado poseía un significado estrictamente físico, si bien nadie sabía en qué consistía en realidad, es decir, si se trataba de una propiedad inherente a los objetos pesados o de un agente incorpóreo capaz de actuar sobre éstos. Newton había escrito un ensayo titulado «Sobre la gravedad y la levedad», donde se debatía con conceptos que juzgaba vagos e inconcretos. Así, hablaba de «la materia que causa la gravedad», sugiriendo que esta propiedad entraba y salía de «las entrañas de la Tierra». Por lo demás, al examinar el problema del cuerpo que cae, se refería a «la fuerza que recibe de su gravedad en cada momento» esto es, una fuerza que le sería inherente de algún modo. Y se preguntaba si «es posible detener los rayos de gravedad, ya sea reflejándolos, ya refractándolos». De momento, lo único que sabía sobre la relación entre materia y movimiento era que esa relación existía.
Ahora, en plena reclusión forzosa, intentó de nuevo resolver el problema. Cuenta la leyenda que la idea central le vino en un rapto súbito de lucidez. En algún momento del verano de 1666, se encontraba sentado en el jardín de Woolsthorpe, meditabundo, según recordaría, ya anciano, muchos años después, o quizá fue figuración suya inducida por la nostalgia o la senilidad. Sea lo que fuere, el manzano de su niñez aparecía, en su imaginación, cargado de fruta. De pronto cayó al suelo una manzana. Aquello captó su atención. ¿Por qué había la manzana de descender perpendicularmente al suelo?, se preguntó. ¿Por qué no de manera oblicua, o por qué no ascendía con respecto al centro de la Tierra (aunque a velocidad constante)?
Por qué no. El mito que ha llegado hasta hoy afirma que le bastó observar la manzana para dar el gran salto intelectual que haría posible su obra cimera: la teoría de la gravedad. La materia atrae la materia en medida proporcional a la masa contenida en cada cuerpo; la atracción se produce hacia el centro de una masa dada, y la fuerza «que aquí denominamos gravedad […] está presente en todo el universo».
Hasta aquí la historia de lo que cierto autor ha llamado la manzana más importante desde la de Eva. El relato tiene la virtud de ser veraz hasta cierto punto: el árbol de Woolsthorpe existió, en efecto, y tras la muerte de Newton aún se le conocía en los alrededores como el árbol de Sir Isaac; se puso el mayor empeño en preservarlo enderezando sus ramas combadas, hasta que un vendaval lo derribó en 1819. Un trozo del manzano fue a parar a la Royal Astronomical Society, y se injertaron algunas ramas en árboles más jóvenes, que con el tiempo darían fruto.”
Como se sabe, la física de Newton quedó revisada tras las teorías de Einstein, entre otros, con lo que hemos llegado al punto en que ya hay manzanas que no caen, sino que ascienden.
Por lo menos, la de Apple, quien dentro de nueve horas abre su tienda en Valencia (salvo que la física y Dios dispongan otra cosa).
Nota:
Por si alguien tiene curiosidad acerca de la manzana en cuestión, parece que era “de una variedad conocida como Flor de Kent, una manzana para cocinar que gozó de gran popularidad en el siglo XVII”.
Créditos:
Extracto del capítulo 2 «Mi mejor época», de la obra Newton y el falsificador, de Thomas Levenson, según traducción de Pablo Sauras, editada por Alba Editorial en octubre de 2011 (pp. 34-35)
Fotografía de una manzana cayendo, del autor.
La palabra tenía varias acepciones en inglés. (…) Por otro lado poseía un significado estrictamente físico, si bien nadie sabía en qué consistía en realidad, es decir, si se trataba de una propiedad inherente a los objetos pesados o de un agente incorpóreo capaz de actuar sobre éstos. Newton había escrito un ensayo titulado «Sobre la gravedad y la levedad», donde se debatía con conceptos que juzgaba vagos e inconcretos. Así, hablaba de «la materia que causa la gravedad», sugiriendo que esta propiedad entraba y salía de «las entrañas de la Tierra». Por lo demás, al examinar el problema del cuerpo que cae, se refería a «la fuerza que recibe de su gravedad en cada momento» esto es, una fuerza que le sería inherente de algún modo. Y se preguntaba si «es posible detener los rayos de gravedad, ya sea reflejándolos, ya refractándolos». De momento, lo único que sabía sobre la relación entre materia y movimiento era que esa relación existía.
Ahora, en plena reclusión forzosa, intentó de nuevo resolver el problema. Cuenta la leyenda que la idea central le vino en un rapto súbito de lucidez. En algún momento del verano de 1666, se encontraba sentado en el jardín de Woolsthorpe, meditabundo, según recordaría, ya anciano, muchos años después, o quizá fue figuración suya inducida por la nostalgia o la senilidad. Sea lo que fuere, el manzano de su niñez aparecía, en su imaginación, cargado de fruta. De pronto cayó al suelo una manzana. Aquello captó su atención. ¿Por qué había la manzana de descender perpendicularmente al suelo?, se preguntó. ¿Por qué no de manera oblicua, o por qué no ascendía con respecto al centro de la Tierra (aunque a velocidad constante)?
Por qué no. El mito que ha llegado hasta hoy afirma que le bastó observar la manzana para dar el gran salto intelectual que haría posible su obra cimera: la teoría de la gravedad. La materia atrae la materia en medida proporcional a la masa contenida en cada cuerpo; la atracción se produce hacia el centro de una masa dada, y la fuerza «que aquí denominamos gravedad […] está presente en todo el universo».
Hasta aquí la historia de lo que cierto autor ha llamado la manzana más importante desde la de Eva. El relato tiene la virtud de ser veraz hasta cierto punto: el árbol de Woolsthorpe existió, en efecto, y tras la muerte de Newton aún se le conocía en los alrededores como el árbol de Sir Isaac; se puso el mayor empeño en preservarlo enderezando sus ramas combadas, hasta que un vendaval lo derribó en 1819. Un trozo del manzano fue a parar a la Royal Astronomical Society, y se injertaron algunas ramas en árboles más jóvenes, que con el tiempo darían fruto.”
Como se sabe, la física de Newton quedó revisada tras las teorías de Einstein, entre otros, con lo que hemos llegado al punto en que ya hay manzanas que no caen, sino que ascienden.
Por lo menos, la de Apple, quien dentro de nueve horas abre su tienda en Valencia (salvo que la física y Dios dispongan otra cosa).
Nota:
Por si alguien tiene curiosidad acerca de la manzana en cuestión, parece que era “de una variedad conocida como Flor de Kent, una manzana para cocinar que gozó de gran popularidad en el siglo XVII”.
Créditos:
Extracto del capítulo 2 «Mi mejor época», de la obra Newton y el falsificador, de Thomas Levenson, según traducción de Pablo Sauras, editada por Alba Editorial en octubre de 2011 (pp. 34-35)
Fotografía de una manzana cayendo, del autor.
Tampoco se me pasó esta anotación, de hecho, la leí con mucho gusto y al respecto tendría mucho, mucho que decir, pero como Blogger sólo admite comentarios, no tesis doctorales, me abstendré de comenzar siquiera a intentarlo. No obstante, gracias, tu anotación me dio una idea para...
ResponderEliminarVaya, hasta aquí puedo leer...
;-)
Se admiten tesis doctorales, aunque tenga que ser en varias entregas ;-)
ResponderEliminarPor otro lado, te recuerdo que lo de envenenar el fruto directamente en el árbol, ya se lo hicieron a (Octavio) Augusto (aunque entonces se tratara de una higuera, también era verano, claro).
Un saludo.