domingo, 4 de diciembre de 2011

Aprendiendo a enseñar

Desde luego, era un alivio estar sentada a oscuras. Como profesora, se sentía objeto de un escrutinio feroz, porque a los niños, que se pasaban todo el día mirándola, no se les escapaba absolutamente nada. Y la señorita Hempel siempre tenía el pelo lleno de tiza, un povilllo blanco que, en alguna ocasión, le dibujaba dos níveos pezones sobre la ropa cuando se ponía de puntillas para escribir los deberes en la parte de arriba de la pizarra. Algunos días la atención constante de los niños le parecía maravillosa, pero otros le resultaba agotadora y por eso aquella tarde estaba saboreando tanto el hecho de ser una más entre el público.

No se podía decir que la señorita Hempel fuera una gran profesora, eso lo tenía clarísimo. Siempre usaba tretas facilonas para hacerse la simpática, como acabar la última clase del viernes unos minutos antes de la hora, empezar el curso leyendo el famoso poema de Philip Larkin sobre cómo te joden la vida los padres, o fingir no enterarse cuando los niños hacían parodias tan crueles como precisas de los demás profesores que, al fin y al cabo, eran sus compañeros de trabajo. Además, sobornaba a sus alumnos con chocolatinas. Y se desvivía por conseguir que la elogiaran. Y tenía el firme propósito de decorar el aula con fotos de grandes mujeres escritoras, pero parecía incapaz de cumplirlo.
Además, a mitad del segundo curso había descubierto que los deberes que ponía a sus alumnos eran una plaga masoquista que multiplicaba por diez su propio trabajo. Es decir, que cuanto menos trabajo les diera a ellos, menos trabajo le tocaría a ella. Sabía que otra profesora de lengua de su colegio había dado con una ingeniosa solución: el debate. Siendo una actividad que requería cierpo rigor intelectual, no exigía acarrear varias pilas de papeles a casa para corregirlos. Bastaba con escuchar a conciencia y fingir que tomaba un sinfín de detalladas notas en el cuaderno de evaluación del alumno. Sin embargo, la señorita Hempel descubrió enseguida que no tenía estómago para aguantar un debate con los alumnos de octavo.


Eso era lo triste y lo difícil de la enseñanza. Saber captar la atención de los alumnos, emplear el castigo de manera adecuada y lograr que te quisieran pese a todo era lo que siempre parecía ir en primer lugar. A menudo la clase se le acababa antes de haber logrado transmitirles nada semejante al conocimiento. ¿Y qué decir de su propio desarrollo intelectual? A decir verdad, la mayor parte del tiempo estaba demasiado cansada.

Tenía claro que no era una profesora eficaz, pero dedicarse a la enseñanza la incapacitaba para todo lo demás (…) Si había elegido la enseñanza era porque parecía brindar grandes posibilidades de ocio así como la satisfacción de poder hacer algo noble y gratificante. Cuando descubrió su error ya era tarde; la enseñanza se había apoderado de ella como una infección leve pero inexorable; sus alumnos poblaban sus sueños, su vida privada, su manera de hablar. Usaba las mismas expresiones que ellos.

No le gustaba pensar en Harriet de mayor. Tenía una señora egoistona dentro que no quería ver crecer a ninguno de sus alumnos. (…) Era incapaz de imaginarlos sin ser lo que eran en ese preciso momento, es decir, tal y como ella los conocía. Si hubiera estado en sus manos, les habría dejado en secundaria para siempre.
Hubo un tiempo en que la señorita Hempel pensaba, con cierta ingenuidad, que a los profesores debía de gustarles ver crecer a sus alumnos.


Créditos:
Extractos del capítulo Talento, primer relato de Las crónicas de la señorita Hempel, de Sarah Shun-lien Bynum, según traducción de Gabriela Bustelo, en edición de Libros del Asteroide (pp. 15, 16-17, 23-24, 25-26, 35)
Conjunto de fotografías del Grupo Escolar Cervantes, de Valencia, mostrando la fachada y las placas en la misma de las Secciones de Niñas y Niños, de enero de 2011, del autor.

5 comentarios:

  1. Hoy estuve hojeando ese libro, entre otros, pero al final me compré: "Un paseo por el lado salvaje", de Nelson Algren. En estos días, hay muchas novedades en el mercado. La semana pasada, adquirí "Stoner", de John Williams: te lo recomiendo.

    Un saludo

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  2. No conocía la obra.
    Me la apunto.
    Saludos.

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  3. Guido: como puedes ver, he seguido tu recomendación. Gracias.
    Natalia: En lo que llevo leído, resulta interesante y curiosa la forma de enfocar el mundo de una profesora.

    Saludos a ambos.

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  4. En los tiempos personales que estoy viviendo se agradecería un poco de colaboración en cuando a infundir una cierta ilusión por la enseñanza, por favor. LLegué al máster con mi única neurona cargada de grandes ilusiones y, entre el enfoque dado para enfrentarse únicamente a los malos estudiantes y a los conflictivos y libros de este tipo, no sé, no sé ..., parece que los buenos y los que merecen la pena, como dice uno de mis profesores, con un buen libro de texto tienen suficiente y no nos necesitan. ¡Qué triste Dios mío!

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  5. Bueno, vaaleee.
    Como se acerca la Navidad, publicaré alguna anotación hablando de lo bonito de la vocación.(No, si encima, aún me daréis más trabajo entre unas y otras)

    Un saludo.

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