domingo, 27 de marzo de 2011

¡Eres un sol!

El enorme disco de la vela se tensó en el aparejo, hinchada por el viento que soplaba entre los mundos. Dentro de tres minutos empezaría la regata.

De este modo comienza El viento del Sol, relato de Arthur C. Clarke fechado en mayo de 1963.

Afuera había una vela de cincuenta millones de pies cuadrados, sujeta a su cápsula por casi un centenar de millas de cordaje. Todo el velamen de todos los clípers cargados de té que cruzaron un día los mares de la China, cosidos en una sola sábana gigantesca, no habrían podido competir con la vela única que el Diana había desplegado bajo el sol. Sin embargo, era muy poco más consistente que una burbuja de jabón; aquellas dos millas cuaddradas de plástico aluminizado tenían un espesor de unas pocas millonésimas de pulgada tan sólo.
(…)
Dos vueltas en torno a la Tierra reforzarían el promedio de su velocidad de escape, y luego pondría proa a la Luna, llevando tras de sí toda la fuerza del Sol.


Y es que el relato trata sobre una regata entre la Tierra y la Luna de naves… solares, es decir, propulsadas por el viento del sol.

- Extiendan las manos al Sol –les había dicho él– ¿Qué sienten ustedes? Calor, claro. Pero reciben también una presión… aunque no la noten debido a lo pequeña que es. Sobre el área de sus manos se ejerce una presión de una millonésima de onza, más o menos. Pero en el espacio exterior, incluso una presión así de pequeña puede ser importante, ya que actúa perpetuamente, hora tras hora, día tras día. Al contrario del combustible de un cohete, es libre e ilimitada. Si queremos, podemos utilizarla. Podemos confeccionar velas que recojan esa radiación que procede del Sol.

La regata que nos narra Clarke es especial para el protagonista, John Merton, impulsor de esta técnica motriz:
Había una razón concreta por la que él estaba aquí, solo en el espacio. Durante casi cuarenta años había trabajado en equipos de cientos y hasta de miles de hombres, ayudando a diseñar complicados vehículos que jamás habían visto la luz. Durante los últimos veinte años había dirigido uno de dichos equipos y había visto cómo sus creaciones se remontaban hacia las estrellas (a veces hubo fallos… que él no olvidó jamás, aun cuando no fue suya la culpa). Era famoso, y había dejado un brillante historial tras de sí; siempre había sido un fuera de serie.
Esta era la última oportunidad de que disponía para intentar una proeza individual, y no iba a compartirla con nadie. No habría más regatas de yates solares lo menos en cinco años, dado que estaba terminando el período de calma solar y comenzaba el ciclo del mal tiempo, en el que las tormentas de radiación se propagarían por todo el sistema planetario. Cuando volviera el tiempo idóneo para que estas embarcaciones frágiles y sin protección se aventuraran a recorrer las alturas sería ya demasiado viejo. Si es que, efectivamente, no lo era ya…


He recordado este relato tras localizar unas noticias en ABC sobre una potente llamarada solar sucedida a mediados de febrero, en este inicio del nuevo ciclo solar de actividad.

Aunque no se esperaba especial afección sobre la Tierra, poco después se confirmó que, además, hubo suerte: los ejes magnéticos estaban adecuadamente alineados con la llamarada, y la radiación fue desviada hacia los extremos polares.

Sin embargo, según noticias publicadas este pasado año, parece que para el próximo se espera algo ‘grande’. Y no se refieren a las elecciones generales en España.

Entonces, súbitamente, con absoluta certeza, comprendió qué era lo que debía hacer. Por última vez, se sentó ante la computadora que le había guiado durante la mitad del viaje hacia la Luna.

Créditos:
Portada de El viento del Sol. Relatos de la era espacial, de Arthur C. Clarke, en la edición de Alianza Editorial como número 531 de su colección El libro de bolsillo.
Extractos del relato El viento del Sol, según la traducción de Francisco Torres Oliver, recogido en la edición referida.
Fotografía, creo que en la gama de los ultravioleta, de la llamarada solar del 14 de febrero de 2011, obtenida por el satélite SDO, distribuida por la NASA, y tomada de ABC.

1 comentario:

  1. Creo que es de Clarke (escrita al alimón con otro escritor -cuyo nombre no recuerdo) una novela (cuyo título tampoco recuerdo y no puedo darte ahora porque no estoy en casa) que leí este verano en la que, entre otras cosas, había una carrera mundial de velas solares en el espacio exterior. No me gustó nada, por cierto.

    Otra cosa es lo de la tormenta solar. Esas noticias sí que me gustan. Es más: ¡me encantan! Por cierto que, leyendo la noticia a la que lleva tu enlace, empecé a barruntar una historia de las mías... Lástima que me encuentre tan lasa en los últimos tiempos. Recuérdame ese enlace cuando recupere las fuerzas, please ;-)

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