miércoles, 12 de octubre de 2011

Hace mucho, mucho tiempo, en un país muy, muy cercano

En el año 472 puede decirse que dio comienzo la agonía del Imperio de Occidente. En el mes de julio, el emperador Antemio, que se había mantenido en el trono durante cinco años, perdió la vida tras el asalto de la Urbe por las tropas del patricio Ricimero. Este jefe bárbaro, verdadero árbitro durante largo tiempo de los destinos del Imperio, falleció a su vez pocas semanas más tarde, tras lo cual se desvanecieron los últimos vestigios del poder romano. Eurico, el monarca visigodo reinante desde 466, se apresuró a sacar partido de la favorable coyuntura, dilatando las fronteras de su reino tolosano tanto en las Galias como en Hispania. Pero Eurico, además –en palabras de Jordanes–, comenzó a ejercer su dominio iure propio –a título propio y exclusivo–, es decir, con total olvido , incluso en el terreno meramente formal, de su condición de federado del Imperio. En este contexto histórico se produjo la ocupación por los visigodos de la Tarraconense, la provincia hispana que por más tiempo había conservado una mayor vinculación a la autoridad imperial romana.
(…)
La ocupación de la Tarraconense significó la anexión al reino visigodo de Tolosa de una extensa región de la Península Ibérica y justifica el título de «primer rey de España» que ha sido asignado a Eurico. La Tarraconense constituía el eslabón intermedio entre el reino tolosano de las Galias y los territorios de la Lusitania en torno a Mérida, reducto avanzado visigodo en el suroeste peninsular. En Mérida, un documento epigráfico importante fechado en 483, reinando todavía Eurico, rememora la restauración del puente romano sobre el Guadiana, realizada a instancias del metropolitano Zenón por el duque Salla, comandante militar visigodo, que ya con anterioridad había reconstruido las murallas de la ciudad. Cuando, a finales de 484, Eurico falleció de muerte natural en Arlés, el dominio visigótico parece hallarse bien implantado en una porción importante del territorio hispánico, y algunas guarniciones estratégicamente distribuidas servían de punto de apoyo para la influencia goda sobre otras regiones. El reinado del hijo de Eurico, Alarico II (484-507), traería consigo un decisivo cambio histórico provocado por el derrumbamiento del reino de Tolosa. La secuela de esta catástrofe seria el nacimiento del reino visigodo español.


El reinado de Atanagildo, que se prolongó durante 12 años a partir de su reconocimiento como único rey (555-567), fue un período de indudable importancia para la estabilización político-institucional de la Monarquía visigoda. Un hecho trascendental, con vistas al futuro, fue el establecimiento de la Corte en Toledo, una ciudad del centro de la Península, que pasó a ser capital, dando su nombre al propio reino visigodo, que a partir de entonces se llamó también Reino de Toledo, Monarquía toledana.

Nota aclaratoria: la ciudad de Tolosa es la que los franceses llaman Toulouse.

Créditos:
Portada y extractos de la Primera parte: Evolución política general y organización administrativa (Capítulo II: La España del siglo V y Capítulo III: La configuración del reino visigodo español), de la obra Historia del reino visigodo español, de José Orlandis (2003), según la segunda edición (enero 2006) de Rialp. (pp.45-46 y 63).

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