Como ya he comentado, estoy leyendo Los idus de marzo.
Uno de los documentos con que se construye la novela es un diario epistolar que Julio César dirige a Lucio Mamilio Turrino, antiguo compañero del ejército, en el que comenta todo tipo de temas. En una de las anotaciones, entre otras muchas cosas que relaciona como fruto de su gobierno, dice: “He reformado el Calendario, y ahora nuestros días se regulan mediante una provechosa adaptación a los movimientos del sol y de la luna”. Está hablando, claro está, del calendario juliano, que, como todo el mundo aunque exceptuando aquellos que lo ignoran, sabe, supone que el año tiene 365 días, ajustándose el ciclo solar mediante un día cada cuatro años, año que se denomina bisiesto.
Sin embargo, esta anotación tenía pensado haberla publicado el pasado 24 de febrero,… pero no tuve tiempo.
Quise hacerlo poco después, el 23 de abril, pero… tampoco tuve tiempo.
Dejé pasar los días, y decidí publicarla este pasado 4 de octubre; pero… efectivamente: tampoco tuve tiempo.
Hasta hoy.
El 15 de octubre, la Iglesia Católica celebra la festividad de Santa Teresa de Jesús, quien como todo el mundo sabe (excepuando…), falleció el cuatro de octubre de 1582, siendo enterrada al día siguiente, es decir, quince de octubre. En esta ocasión, la mística no tuvo nada que ver.
El 24 de febrero de 1582, el Papa Gregorio XIII, tras varios siglos de estudiarse el problema del calendario (Beda el venerable ya lo observó en 725, y en el siglo XIII ya hubo quienes propusieron cambios) firmó la bula “Inter gravísimas”. Esta bula definía una nueva forma del calendario, como modificación del juliano, tomando, como éste, el nombre de su promulgador, ahora, pues, calendario gregoriano.
El problema residía en que la generación de años bisiestos cada cuatro años normales implica considerar que la duración del año es de 365,25 días, cuando en realidad es algo menos. Este “algo menos” no afectaba a la gente normal en su vida normal (por ejemplo, llegar tarde a las citas), pero acumulándose poco a poco suponía que, aunque la gente siguiera llegando tarde a las citas, el equinoccio de primavera sucediera antes de tiempo, mientras que la Pascua de Resurrección se celebrara más tarde cada vez.
La bula con la que se puso remedio a esto (de momento) establecía, en líneas generales que los años bisiestos se mantenían cada cuatro años normales (los divisibles entre 4, como ya estaba establecido, y así hacerlo más fácil aún), pero el ajuste se realizaba cada siglo: sólo sería bisiesto el último año de cada siglo si era divisible por 400. En realidad, pues, el cambio no tendría que notarse hasta 1700. Sin embargo,…
Sin embargo se tenía el problema del desfase acumulado, y algo había que hacer con él. Solución fácil: de un plumazo, se hacía desaparecer el número de días que sobraban.
La bula se expuso en el equivalente al “tablón de anuncios” de San Pedro el día 1 de marzo, y se remitió copia a toda la Cristiandad (que a efectos prácticos, era quien contaba). El ajuste de días (en total, diez) se establecía para el siguiente mes de octubre, en concreto, el ya conocido, 4 de octubre, de manera que al día siguiente, se tuviera 5+10=15.
Las naciones católicas adoptaron el nuevo calendario casi inmediantamente (España en eso fue puntual), mientras que las ortodoxas y protestantes tardaron en hacerlo (más que nada, para no hacer lo mismo que decía el Papa). En la Europa continental, los protestantes entraron en razón, por influencia de Leibniz, entre otros, y debido a que el lío de fechas ya empezaba a tener consecuencias en el comercio, precisamente en 1700. Inglaterra tardó casi dos siglos en ajustar el calendario (1752). Todavía ahora, la Pascua ortodoxa se realiza ajustada al calendario juliano.
Los datos los he obtenido del libro cuya cubierta acompaña estas palabras. Se trata de Mapping Time. The Calendar and its History, obra de E.G. Richards, de 1998, editado por Oxford University Press (mi ejemplar es de la reimpresión de 2005). La imagen del inicio de la bula está tomada de este libro, mientras que el cuadro del Gregorio XIII y la asamblea de sabios (donde uno señala precisamente el cambio de Libra a Escorpio, momento cercano a la fecha de la aplicación de la bula), no sé ahora de qué libro lo he obtenido,… ni tengo tiempo para buscarlo.
Aunque esta anotación lleva fecha del 15 de octubre, he tardado en publicarla porque… no he tenido tiempo para revisarla y maquetarla.
Y con esta anotación creo que queda clara la contestación a una de las cuestiones que he planteado en este diario, recordadas en la anotación del primero de septiembre,… aunque ahora no tengo tiempo de decir cuál es.
Y me voy,… que se me hace tarde.
Uno de los documentos con que se construye la novela es un diario epistolar que Julio César dirige a Lucio Mamilio Turrino, antiguo compañero del ejército, en el que comenta todo tipo de temas. En una de las anotaciones, entre otras muchas cosas que relaciona como fruto de su gobierno, dice: “He reformado el Calendario, y ahora nuestros días se regulan mediante una provechosa adaptación a los movimientos del sol y de la luna”. Está hablando, claro está, del calendario juliano, que, como todo el mundo aunque exceptuando aquellos que lo ignoran, sabe, supone que el año tiene 365 días, ajustándose el ciclo solar mediante un día cada cuatro años, año que se denomina bisiesto.
Sin embargo, esta anotación tenía pensado haberla publicado el pasado 24 de febrero,… pero no tuve tiempo.
Quise hacerlo poco después, el 23 de abril, pero… tampoco tuve tiempo.
Dejé pasar los días, y decidí publicarla este pasado 4 de octubre; pero… efectivamente: tampoco tuve tiempo.
Hasta hoy.
El 15 de octubre, la Iglesia Católica celebra la festividad de Santa Teresa de Jesús, quien como todo el mundo sabe (excepuando…), falleció el cuatro de octubre de 1582, siendo enterrada al día siguiente, es decir, quince de octubre. En esta ocasión, la mística no tuvo nada que ver.
El 24 de febrero de 1582, el Papa Gregorio XIII, tras varios siglos de estudiarse el problema del calendario (Beda el venerable ya lo observó en 725, y en el siglo XIII ya hubo quienes propusieron cambios) firmó la bula “Inter gravísimas”. Esta bula definía una nueva forma del calendario, como modificación del juliano, tomando, como éste, el nombre de su promulgador, ahora, pues, calendario gregoriano.
El problema residía en que la generación de años bisiestos cada cuatro años normales implica considerar que la duración del año es de 365,25 días, cuando en realidad es algo menos. Este “algo menos” no afectaba a la gente normal en su vida normal (por ejemplo, llegar tarde a las citas), pero acumulándose poco a poco suponía que, aunque la gente siguiera llegando tarde a las citas, el equinoccio de primavera sucediera antes de tiempo, mientras que la Pascua de Resurrección se celebrara más tarde cada vez.
La bula con la que se puso remedio a esto (de momento) establecía, en líneas generales que los años bisiestos se mantenían cada cuatro años normales (los divisibles entre 4, como ya estaba establecido, y así hacerlo más fácil aún), pero el ajuste se realizaba cada siglo: sólo sería bisiesto el último año de cada siglo si era divisible por 400. En realidad, pues, el cambio no tendría que notarse hasta 1700. Sin embargo,…
Sin embargo se tenía el problema del desfase acumulado, y algo había que hacer con él. Solución fácil: de un plumazo, se hacía desaparecer el número de días que sobraban.
La bula se expuso en el equivalente al “tablón de anuncios” de San Pedro el día 1 de marzo, y se remitió copia a toda la Cristiandad (que a efectos prácticos, era quien contaba). El ajuste de días (en total, diez) se establecía para el siguiente mes de octubre, en concreto, el ya conocido, 4 de octubre, de manera que al día siguiente, se tuviera 5+10=15.
Las naciones católicas adoptaron el nuevo calendario casi inmediantamente (España en eso fue puntual), mientras que las ortodoxas y protestantes tardaron en hacerlo (más que nada, para no hacer lo mismo que decía el Papa). En la Europa continental, los protestantes entraron en razón, por influencia de Leibniz, entre otros, y debido a que el lío de fechas ya empezaba a tener consecuencias en el comercio, precisamente en 1700. Inglaterra tardó casi dos siglos en ajustar el calendario (1752). Todavía ahora, la Pascua ortodoxa se realiza ajustada al calendario juliano.
Los datos los he obtenido del libro cuya cubierta acompaña estas palabras. Se trata de Mapping Time. The Calendar and its History, obra de E.G. Richards, de 1998, editado por Oxford University Press (mi ejemplar es de la reimpresión de 2005). La imagen del inicio de la bula está tomada de este libro, mientras que el cuadro del Gregorio XIII y la asamblea de sabios (donde uno señala precisamente el cambio de Libra a Escorpio, momento cercano a la fecha de la aplicación de la bula), no sé ahora de qué libro lo he obtenido,… ni tengo tiempo para buscarlo.
Aunque esta anotación lleva fecha del 15 de octubre, he tardado en publicarla porque… no he tenido tiempo para revisarla y maquetarla.
Y con esta anotación creo que queda clara la contestación a una de las cuestiones que he planteado en este diario, recordadas en la anotación del primero de septiembre,… aunque ahora no tengo tiempo de decir cuál es.
Y me voy,… que se me hace tarde.
Aaaah, ya entiendo la razón de que las previsones del tiempo de las diferentes televisiones no den una, van con calendario Juliano. O con el judío, o a saber en qué día creen que viven y de qué año.
ResponderEliminarEl tiempo que va a hacer un día a la semana ya es fijo mientras esté Z en el palacio: Los lunes al sol.
Y a la marcha que lleva, el martes, miércoles, y hasta el infinito y más allá que diría Buzz Lightyear.
Con la marcha que lleva el mundo quizá tengamos un día de estos (juliano, gregoriano, etc...) un calendario Zp
ResponderEliminarLo que no entiendo, entonces, es por qué Santa Teresa se celebra el día 15 y no el 4.
ResponderEliminarNo sé, zuppi. Tal vez porque el día cuatro ya se celebraría entonces a San Francisco de Asís (cosa que conjeturo ahora mismo, no he comprobado)
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