Para dedicar el tiempo de lectura durante el viaje a Venecia, opté por la obra Los idus de marzo, de Thornton Wilder, de la que ya transcribí parte de la escena ocurrida precisamente el día que le da título. Sin embargo, no llegué a terminarla en el viaje por lo que he retomado la lectura estos días.
La novela es una sucesión de cartas y otros documentos que se extienden en el periodo de tiempo, aproximadamente, del año anterior al día en cuestión. Por ejemplo, ayer dejaba la lectura con una carta fechada a mediados de octubre del año 45 a.C., de César a Cleopatra, quien a la sazón se encontraba de visita en Roma.
“La parte superior de mi cabeza [recordemos que, a pesar de Uderzo, César era calvo] ha estado todo el día del color de la púrpura.
Un visitante tras otro me han mirado con espanto, pero ninguno me preguntó qué me pasaba. Esto es lo que resulta de ser un Dictador: nadie le hace a uno ninguna pregunta sobre su persona, podría ir y volver saltando en un pie hasta Ostia sin que nadie mencionara el asunto delante de mí.
Por fin una sirvienta entró a lavar el piso. Y ella sí me dijo: «¡Oh Divino César! ¿Qué le pasa a tu cabeza?»
«Madrecita –le contesté–, la mujer más grande, la más hermosa, la más sabia del mundo, dice que la calvicie se cura frotando la cabeza con un ungüento hecho de miel, nebrinas y ajenjo. Me ordenó que me lo aplicase. Y yo la obedezco en todo.»
«Divino César –replicó ella–. Yo no soy grande, ni hermosa, ni sabia, pero una cosa sé, y es que un hombre puede tener cabello o seso, pero no puede tener ambas cosas. Estás perfectamente bien como estás, Señor, y puesto que los Diose Inmortales te dieron buen sentido, no me parece que quisieran que tuvieses rizos.»
Estoy pensando en hacer senador a esta mujer.”
Oportuno, ¿verdad? Digo, lo de a mediados de octubre. Además, mañana son los idus de octubre.
La novela es una sucesión de cartas y otros documentos que se extienden en el periodo de tiempo, aproximadamente, del año anterior al día en cuestión. Por ejemplo, ayer dejaba la lectura con una carta fechada a mediados de octubre del año 45 a.C., de César a Cleopatra, quien a la sazón se encontraba de visita en Roma.
“La parte superior de mi cabeza [recordemos que, a pesar de Uderzo, César era calvo] ha estado todo el día del color de la púrpura.
Un visitante tras otro me han mirado con espanto, pero ninguno me preguntó qué me pasaba. Esto es lo que resulta de ser un Dictador: nadie le hace a uno ninguna pregunta sobre su persona, podría ir y volver saltando en un pie hasta Ostia sin que nadie mencionara el asunto delante de mí.
Por fin una sirvienta entró a lavar el piso. Y ella sí me dijo: «¡Oh Divino César! ¿Qué le pasa a tu cabeza?»
«Madrecita –le contesté–, la mujer más grande, la más hermosa, la más sabia del mundo, dice que la calvicie se cura frotando la cabeza con un ungüento hecho de miel, nebrinas y ajenjo. Me ordenó que me lo aplicase. Y yo la obedezco en todo.»
«Divino César –replicó ella–. Yo no soy grande, ni hermosa, ni sabia, pero una cosa sé, y es que un hombre puede tener cabello o seso, pero no puede tener ambas cosas. Estás perfectamente bien como estás, Señor, y puesto que los Diose Inmortales te dieron buen sentido, no me parece que quisieran que tuvieses rizos.»
Estoy pensando en hacer senador a esta mujer.”
Oportuno, ¿verdad? Digo, lo de a mediados de octubre. Además, mañana son los idus de octubre.
¿Entonces Bono no tiene seso? ¿O lo tiene y quiso engañar a los dioses con ese apósito capilar con que se regeneró la epidermis del cráneo?
ResponderEliminarPuestos a decir..., muchas melenas tienen nuestros políticos, pero seso, seso..., lo que se dice seso... ¡Así nos va!
Saludos.
S. Cid
Aunque un poco traído por los pelos, me recuerda una escena de Astérix.
ResponderEliminarSi se presenta la ocasión (calva), hablaremos de ella.