En 1944, cuando la II Guerra Mundial era la mayor preocupación intelectual en el mundo, alguien decidió ver más allá de la guerra, reflexionando sobre el pasado más reciente, y avisando sobre un posible futuro.
Se trataba de Friedrich A. Hayek, y su “libro político”, no solo “un ensayo de filosofía social”, como dice en su prefacio. Este libro estaba dedicado “a los socialistas de todos los partidos”, expresión que en su momento, y ahora, podría sonar como boutade, pero que más de sesenta años de perspectiva nos permite concluir que es cierta.
En él, por ejemplo, podemos leer:
“La misma palabra verdad deja de tener su antiguo significado. No designa ya algo que ha de encontrarse, con la conciencia individual como único árbitro para determinar si en cada particular caso la prueba (o la autoridad de quienes la presentan) justifica una afirmación; se convierte en algo que ha de ser establecido por la autoridad, algo que ha de creerse en interés de la unidad del esfuerzo organizado y que puede tener que alterarse si las exigencias de este esfuerzo organizado lo requieren.
El clima general intelectual que esto produce; el espítitu de completo escepticismo respecto a la verdad, que engendra; la pérdida del sentido de lo que la verdad significa; la desaparición del espíritu de investigación independiente y de la creencia en el poder de la convicción racional, la manera de convertirse las diferencias de opinión, en todas las ramas del conocimiento, en cuestiones políticas que han de ser resueltas por la autoridad, son cosas que todas que hay que experimentar personalmente, cuya extensión no puede mostrarse en una reseña breve. Quizá el hecho más alarmante sea que el desprecio por la libertad intelectual no es cosa que sólo surja una vez establecido el sistema totalitario, sino algo que puede encontrarse en todas partes entre los intelectuales que han abrazado una fe colectivista y que son aclamados como líderes intelectuales hasta en los países que aún tienen un régimen liberal. Gentes que pretenden hablar en nombre de los hombres de ciencia de los países liberales no sólo perdonan hasta la peor opresión si se ha cometido en nombre del socialismo y defienden abiertamente la creación de un sistema ototalitario; pues llegan a ensalzar francamente la intolerancia.” (pág. 204)
Tomado del capítulo 11 El fin de la verdad, de Camino de servidumbre, de Friedrich A. Hayek, según la traducción de José Vergara, editado en 1978 por Alianza Editorial, con el nº 676 (volumen especial ***) en su famosa colección “El libro de bolsillo” (siendo mi ejemplar, en cambio, de la 6ª reimpresión, de 2009, en la ‘imagen de marca’ sustituta, y en concreto, la colección “Área de conocimiento: Ciencias sociales”, nº 3406)
Cuatro años después, George Orwell creaba en 1984 el Ministerio de la Verdad, y sesenta años más tarde, ‘nos’ llegaba Zapatero.
Se trataba de Friedrich A. Hayek, y su “libro político”, no solo “un ensayo de filosofía social”, como dice en su prefacio. Este libro estaba dedicado “a los socialistas de todos los partidos”, expresión que en su momento, y ahora, podría sonar como boutade, pero que más de sesenta años de perspectiva nos permite concluir que es cierta.
En él, por ejemplo, podemos leer:
“La misma palabra verdad deja de tener su antiguo significado. No designa ya algo que ha de encontrarse, con la conciencia individual como único árbitro para determinar si en cada particular caso la prueba (o la autoridad de quienes la presentan) justifica una afirmación; se convierte en algo que ha de ser establecido por la autoridad, algo que ha de creerse en interés de la unidad del esfuerzo organizado y que puede tener que alterarse si las exigencias de este esfuerzo organizado lo requieren.
El clima general intelectual que esto produce; el espítitu de completo escepticismo respecto a la verdad, que engendra; la pérdida del sentido de lo que la verdad significa; la desaparición del espíritu de investigación independiente y de la creencia en el poder de la convicción racional, la manera de convertirse las diferencias de opinión, en todas las ramas del conocimiento, en cuestiones políticas que han de ser resueltas por la autoridad, son cosas que todas que hay que experimentar personalmente, cuya extensión no puede mostrarse en una reseña breve. Quizá el hecho más alarmante sea que el desprecio por la libertad intelectual no es cosa que sólo surja una vez establecido el sistema totalitario, sino algo que puede encontrarse en todas partes entre los intelectuales que han abrazado una fe colectivista y que son aclamados como líderes intelectuales hasta en los países que aún tienen un régimen liberal. Gentes que pretenden hablar en nombre de los hombres de ciencia de los países liberales no sólo perdonan hasta la peor opresión si se ha cometido en nombre del socialismo y defienden abiertamente la creación de un sistema ototalitario; pues llegan a ensalzar francamente la intolerancia.” (pág. 204)
Tomado del capítulo 11 El fin de la verdad, de Camino de servidumbre, de Friedrich A. Hayek, según la traducción de José Vergara, editado en 1978 por Alianza Editorial, con el nº 676 (volumen especial ***) en su famosa colección “El libro de bolsillo” (siendo mi ejemplar, en cambio, de la 6ª reimpresión, de 2009, en la ‘imagen de marca’ sustituta, y en concreto, la colección “Área de conocimiento: Ciencias sociales”, nº 3406)
Cuatro años después, George Orwell creaba en 1984 el Ministerio de la Verdad, y sesenta años más tarde, ‘nos’ llegaba Zapatero.
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