“Para los europeos de su tiempo no hubo sombra de duda: durante casi ciento cincuenta años, entre 1534 y finales del siglo XVII, los tercios españoles fueron las mejores unidades militares del mundo. Tres siglos después de su desaparición, todavía se comparan los tercios de infantería española a las legiones romanas y las falanges macedónicas.” (del Capítulo 1 ¿Qué eran los tercios? – pág. 9)
Hace meses, coincidiendo con el día de la Inmaculada, comenté el origen del patronazgo de la Inmaculada sobre el Arma de Infantería, donde el protagonista fueron los Tercios destacados en Holanda.
Hace dos años y medio compré el libro Tercios de España. La infantería legendaria, obra de Fernando Martínez Laínez (escritor y periodista) y José María Sánchez de Toca (general de Infantería), editado por EDAF en su colección Clío. Crónicas de la Historia, en el año 2006, y que en diciembre de ese año lanzaba al mercado su cuarta edición (que es la del ejemplar de que dispongo).
“En los tercios españoles se solía cumplir a rajatabla el viejo principio que dice que todo ejército es una meritocracia, donde nadie es más que otro, si no hace más y sabe más que otro.
(…) Por lo menos la cuarta parte de los soldados tenía derecho al don, es decir, que eran bachilleres o nobles, lo que significa una proporción excepcionalmente alta. Una de las características españolas de aquellos tiempos es que Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Ercilla o Hugo de Moncada eran soldados, cosa que no fueron Shakespeare, Corneille o Goethe. Más aún, para asombro de la noblez europea, la nobleza española no desdeñaba servir al rey combatiendo a pie en la infantería. En el tercio se daba la peculiar democracia de hecho que con frecuencia ha caracterizado a los españoles, para disgusto y escándalo de sus vecinos.” (del Capítulo 3 Los hombres de los tercios – pp. 29-30)
Sobre estos hombres de los tercios, podemos leer en el libro cosas como las siguientes:
“[La función del alférez] era llevar en el combate y defender con su vida la bandera de la compañía, el signo distintivo que mientras estuviera enhiesto en medio de la niebla y el humo de la batalla (…) significaba que la compañía resistía y seguía luchando, lo que en los tercios significaba también que iban ganando. Hay casos conocidos de alféreces que perdieron ambos brazos y sin embargo ssotuvieron la bandera con los dientes, que ya es sostener, porque la pica pesaba unos cinco kilos.” (del Capítulo 3 Los hombres de los tercios – pp. 36-37)
Sobre la, en mi época, famosa y conocida batalla de Pavía, en Italia, entre Carlos V y Francisco I, en 1525, tenemos que en un momento de la batalla “el brioso contraataque francés desbarata a la caballería imperial, y Francisco I da por ganado el encuentro, pero, por desgracia para él, la batalla no había terminado”.
Acciones inspiradas, refuerzos oportunos, y actuaciones determinantes: “En ese momento crítico, Antonio de Leyva sale de Pavía con cinco mil hombres y cae sobre el flanco enemigo, arrollando a la infantería francesa e italiana. Leyva realizó esta salida a pesar de que estaba tan enfermo ese día que hubo de ser llevado al combate en silla de manos.”
Finalmente, se consigue dar un giro total a la batalla: “La derrota francesa es aplastante. Más de diez mil muertos y tres mil suizos prisioneros (…) El rey Francisco I es capturado después de que un arcabucero le matara el caballo, y será trasladado cautivo a Madrid. Las pérdidas imperiales no superaron los quinientos hombres contando muertos y heridos.” (del Capítulo 10 Los hechos más notables – pág. 110)
Durante el sitio de Amiens, en 1597, en el que los sitiados fueron los Tercios, teníamos que “el gobernador Tello enviaba continuamente mensajeros para pedir ayuda al exterior. Casi todos fueron capturados y para asombro de los franceses, cuando algunos de estos prisioneros fueron puestos en libertad, solicitaron volver a encerrarse en Amiens antes que ponerse a salvo regresando con el grueso de su ejército.
(…) A fines de ese mismo mes [septiembre] se entregó Amiens. Quedaban solo seiscientos hombres ilesos y ochocientos heridos de una guarnición de tres mil cuatrocientos, que salieron con gran ostentación y banderas desplegadas.” (íd. – pp.144-145)
Tras la licencia de los soldados en 1576, como una primera medida de don Juan de Austria como gobernador de Flandes, se produjeron, ante la ausencia de fuerzas que pudieran defenderlos con éxito, diversos ataques a las escasas guarniciones. En estas circunstancias “se produjo la heroica defensa del castillo de Gante, en la que – por mor de las circunstancias – se distinguió la esposa del coronel Mondragón. Cuando al fin se rindió el castillo, los sitiadores presentaron honores militares a la intrépida dama y a la escasa guarnición superviviente”. En el castillo de Utrecht, los sitiados no se creyeron la orden de entregar la plaza: “Cuando finalmente llegó la confirmación, los defensores solo aceptaron la entrega del castillo si los sitiadores lo ocupaban en nombre del rey de España” (del Capítulo 11 La larga marcha de los Tercios – pp. 172-173)
En Rocroi, en 1643, batalla que sí perdieron los Tercios, estando a punto de ganarla, es célebre la anécdota de que “cuando el duque de Enghien recorría el campo cubierto de cadáveres, preguntó a un soldado español herido cuántos eran antes de la batalla. «Contad los muertos», fue la lacónica respuesta.” (del Capítulo 10 Los hechos más notables – pág. 152)
En resumen, “conscientes de su propia valía y muy puntillosos en cuestiones de honor, era empeño permanente de los españoles actuar siempre en vanguardia, y consideraban deshonroso «habiendo españoles dar la vanguardia a otra nación».” (del Capítulo 13 Preguntas sobre los Tercios – pág. 264)
Tras leer reseñas como éstas contra ejércitos bregados, con resultados tan desproporcionados como en Pavía, por ejemplo, podemos pasar a leer cosas como éstas:
“Veinte personas han sido detenidas -siete de ellas menores- en las fiestas de la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón por desórdenes públicos, atentado a agente de la autoridad y daños al mobiliario urbano, en una intervención en la que han resultado heridos 10 policías, dos de ellos de gravedad.
(…)
De los diez policías heridos, siete pertenecen a las Unidades de Intervención Policial (UIP), los antiguos antidisturbios, dos de ellos de gravedad. También hay dos policías nacionales de la comisaría de Pozuelo heridos, así como un policía municipal. Además de la rotura de mobiliario urbano -papeleras, señales, vallas, marquesinas de autobús- han sufrido desperfectos diversos vehículos policiales.
(…)
Además, sobre las 4.00 de la madrugada, unas 200 personas intentaron sin éxito asaltar la comisaría de Policía Nacional de Pozuelo de Alarcón tratando de saltar el muro perimetral.”
Y es que los Tercios eran tanto los soldados como los mandos y, en particular, el maestre de campo, que era quien mandaba el Tercio.
Y ahora, como entonces y aún antes:
“Dios, qué buen vassallo, si oviese buen señore!”
Hace meses, coincidiendo con el día de la Inmaculada, comenté el origen del patronazgo de la Inmaculada sobre el Arma de Infantería, donde el protagonista fueron los Tercios destacados en Holanda.
Hace dos años y medio compré el libro Tercios de España. La infantería legendaria, obra de Fernando Martínez Laínez (escritor y periodista) y José María Sánchez de Toca (general de Infantería), editado por EDAF en su colección Clío. Crónicas de la Historia, en el año 2006, y que en diciembre de ese año lanzaba al mercado su cuarta edición (que es la del ejemplar de que dispongo).
“En los tercios españoles se solía cumplir a rajatabla el viejo principio que dice que todo ejército es una meritocracia, donde nadie es más que otro, si no hace más y sabe más que otro.
(…) Por lo menos la cuarta parte de los soldados tenía derecho al don, es decir, que eran bachilleres o nobles, lo que significa una proporción excepcionalmente alta. Una de las características españolas de aquellos tiempos es que Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Ercilla o Hugo de Moncada eran soldados, cosa que no fueron Shakespeare, Corneille o Goethe. Más aún, para asombro de la noblez europea, la nobleza española no desdeñaba servir al rey combatiendo a pie en la infantería. En el tercio se daba la peculiar democracia de hecho que con frecuencia ha caracterizado a los españoles, para disgusto y escándalo de sus vecinos.” (del Capítulo 3 Los hombres de los tercios – pp. 29-30)
Sobre estos hombres de los tercios, podemos leer en el libro cosas como las siguientes:
“[La función del alférez] era llevar en el combate y defender con su vida la bandera de la compañía, el signo distintivo que mientras estuviera enhiesto en medio de la niebla y el humo de la batalla (…) significaba que la compañía resistía y seguía luchando, lo que en los tercios significaba también que iban ganando. Hay casos conocidos de alféreces que perdieron ambos brazos y sin embargo ssotuvieron la bandera con los dientes, que ya es sostener, porque la pica pesaba unos cinco kilos.” (del Capítulo 3 Los hombres de los tercios – pp. 36-37)
Sobre la, en mi época, famosa y conocida batalla de Pavía, en Italia, entre Carlos V y Francisco I, en 1525, tenemos que en un momento de la batalla “el brioso contraataque francés desbarata a la caballería imperial, y Francisco I da por ganado el encuentro, pero, por desgracia para él, la batalla no había terminado”.
Acciones inspiradas, refuerzos oportunos, y actuaciones determinantes: “En ese momento crítico, Antonio de Leyva sale de Pavía con cinco mil hombres y cae sobre el flanco enemigo, arrollando a la infantería francesa e italiana. Leyva realizó esta salida a pesar de que estaba tan enfermo ese día que hubo de ser llevado al combate en silla de manos.”
Finalmente, se consigue dar un giro total a la batalla: “La derrota francesa es aplastante. Más de diez mil muertos y tres mil suizos prisioneros (…) El rey Francisco I es capturado después de que un arcabucero le matara el caballo, y será trasladado cautivo a Madrid. Las pérdidas imperiales no superaron los quinientos hombres contando muertos y heridos.” (del Capítulo 10 Los hechos más notables – pág. 110)
Durante el sitio de Amiens, en 1597, en el que los sitiados fueron los Tercios, teníamos que “el gobernador Tello enviaba continuamente mensajeros para pedir ayuda al exterior. Casi todos fueron capturados y para asombro de los franceses, cuando algunos de estos prisioneros fueron puestos en libertad, solicitaron volver a encerrarse en Amiens antes que ponerse a salvo regresando con el grueso de su ejército.
(…) A fines de ese mismo mes [septiembre] se entregó Amiens. Quedaban solo seiscientos hombres ilesos y ochocientos heridos de una guarnición de tres mil cuatrocientos, que salieron con gran ostentación y banderas desplegadas.” (íd. – pp.144-145)
Tras la licencia de los soldados en 1576, como una primera medida de don Juan de Austria como gobernador de Flandes, se produjeron, ante la ausencia de fuerzas que pudieran defenderlos con éxito, diversos ataques a las escasas guarniciones. En estas circunstancias “se produjo la heroica defensa del castillo de Gante, en la que – por mor de las circunstancias – se distinguió la esposa del coronel Mondragón. Cuando al fin se rindió el castillo, los sitiadores presentaron honores militares a la intrépida dama y a la escasa guarnición superviviente”. En el castillo de Utrecht, los sitiados no se creyeron la orden de entregar la plaza: “Cuando finalmente llegó la confirmación, los defensores solo aceptaron la entrega del castillo si los sitiadores lo ocupaban en nombre del rey de España” (del Capítulo 11 La larga marcha de los Tercios – pp. 172-173)
En Rocroi, en 1643, batalla que sí perdieron los Tercios, estando a punto de ganarla, es célebre la anécdota de que “cuando el duque de Enghien recorría el campo cubierto de cadáveres, preguntó a un soldado español herido cuántos eran antes de la batalla. «Contad los muertos», fue la lacónica respuesta.” (del Capítulo 10 Los hechos más notables – pág. 152)
En resumen, “conscientes de su propia valía y muy puntillosos en cuestiones de honor, era empeño permanente de los españoles actuar siempre en vanguardia, y consideraban deshonroso «habiendo españoles dar la vanguardia a otra nación».” (del Capítulo 13 Preguntas sobre los Tercios – pág. 264)
Tras leer reseñas como éstas contra ejércitos bregados, con resultados tan desproporcionados como en Pavía, por ejemplo, podemos pasar a leer cosas como éstas:
“Veinte personas han sido detenidas -siete de ellas menores- en las fiestas de la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón por desórdenes públicos, atentado a agente de la autoridad y daños al mobiliario urbano, en una intervención en la que han resultado heridos 10 policías, dos de ellos de gravedad.
(…)
De los diez policías heridos, siete pertenecen a las Unidades de Intervención Policial (UIP), los antiguos antidisturbios, dos de ellos de gravedad. También hay dos policías nacionales de la comisaría de Pozuelo heridos, así como un policía municipal. Además de la rotura de mobiliario urbano -papeleras, señales, vallas, marquesinas de autobús- han sufrido desperfectos diversos vehículos policiales.
(…)
Además, sobre las 4.00 de la madrugada, unas 200 personas intentaron sin éxito asaltar la comisaría de Policía Nacional de Pozuelo de Alarcón tratando de saltar el muro perimetral.”
Y es que los Tercios eran tanto los soldados como los mandos y, en particular, el maestre de campo, que era quien mandaba el Tercio.
Y ahora, como entonces y aún antes:
“Dios, qué buen vassallo, si oviese buen señore!”
"Miré los muros de la patria mía..." ¡Qué tiempos aquellos... y estos!
ResponderEliminarTampoco ahora tenemos buen señor, pero... Campeadores, Lopes, Cervantes, Calderones..., ubi sunt?
Saludos.
S. Cid
Tienes razón, pero no nos lamentemos como Jeremías.
ResponderEliminarEsta anotación y otras similares pretenden excitar, espolear el ánimo. La semilla será ciertamente pequeña, pero entre todos, podríamos conseguir una levadura que actúe extensamente, ¿no crees?