Recuerdo un escena de una película, cuyo título es el que no recuerdo, en la que una muchacha (protagonista en no sé qué grado de la película), se “infiltraba” en una compañía de taxis de Nueva York (también creo), en relación con alguna trama delictiva que se estaba investigando.
[Tras esta avalancha de información, con el único propósito de situarnos precisa y cabalmente en la cuestión, prosigo.]
Recién incorporada y entablando conversación con sus nuevos “compis”, uno de éstos le pregunta cuál es la mejor ruta para ir de cierto sitio a otro, en la otra punta de la isla (Manhattan, siguiendo con las creencias). Ella le responde, más o menos, que por tal avenida y por tales calles, a lo que le replican que una de esas calles está cortada por obras. Ella, sin ninguna indecisión, contesta que ya no, que la habían abierto la tarde anterior, o algo así.
Esta escena, naturalmente, me viene a la memoria cuando voy en un taxi, y resulta evidente que el taxista no tiene muy claro por dónde ir a un sitio cuya ubicación desconoce y, además, no le preocupa que al pasajero esto le importe.
En estos tres días laborales que llevamos en la semana, he tenido que acercarme, cada uno de estos días, a las nuevas dependencias del Ayuntamiento de Valencia, flamantemente ocupadas este pasado mes de agosto.
El primer día, debido a que tras finalizar la mañana tenía que irme a casa, fui con mi propio coche (por tanto, no cuenta, y además, el conductor sabía a dónde iba). Los dos días restantes, sí fui en taxi desde la oficina, ya que fuera tarde o más tarde aún, luego tenía que regresar a ella.
El segundo día le indiqué al taxista que quería ir al Ayuntamiento, en el edificio de la antigua Tabacalera. El taxista, muy amable, me preguntó si me refería al edificio situado junto a la Glorieta, construido en 1762 tras seis años de obras, pues aunque su uso inicial fue el de Casa Aduana Real, en 1827 pasó a albergar la Fábrica de Tabacos. El caso, me dijo, es que me lo preguntó pues le extrañaba que le hubiera indicado “el Ayuntamiento”, cuando ese edificio ya hacía tiempo (desde 1914) que había sido destinado a Palacio de Justicia, y de hecho, ahora aloja al Tribunal Superior de Justicia de esta nuestra Comunidad (Valenciana).
Estaba a punto de contestarle, cuando desperté del sueño, justo en el momento en que el taxista me venía a decir que qué era eso de Tabacalera.
El tercer día estaba lloviendo. Al indicarle al taxista dónde quería ir (el mismo sitio del día anterior), sólo comentamos de ir por la margen del río (también antiguo, o viejo cauce), e inició la marcha. Ya relativamente cerca, comentó de cruzar por un puente en vez de por otro, para así poder dejarme justo en la puerta, de modo que yo no tuviera que cruzar la calle bajo la lluvia.
Esta vez no hubo disertación histórico-arquitectónica sobre el edificio que, recién finalizado, en 1909 albergó el Palacio de la Industria en la Exposición Regional de 1909, y fue finalmente ocupado como Fábrica de Tabacos en el mismo 1914 ya conocido.
Hará tal vez unos veinte años, en una breve nota, dentro de una columna, en un periódico de Valencia, el periodista comentó la anécdota de que en Madrid había cogido un taxi para ir a Zalacaín (famoso restaurante entonces, ahora no sé) y ante la pregunta del taxista sobre dónde estaba el restaurante, comentaba que cómo se podía ser taxista en Madrid si conocer, no las calles, sino los sitios.
Tras estas experiencias, uno se queda pensando si la escena de la película es una muestra de una imaginación desbordada, o si, el menos en Nueva York (creo), tiene algún fundamento de realidad. Porque en lo que es Valencia, el conjunto del gremio de taxistas no me da la impresión de que tengan muy actualizados los datos de los edificios, polígonos y calles de los que dependen para vivir.
En resumen, que en todos los casos llegué, pero, como algunas hojas de tabaco, hay taxistas que se encuentran muy libres manteniéndose verdes en los conocimientos de su profesión, salpicando el buen saber de otros compañeros, estos sí, profesionales de su oficio.
[Tras esta avalancha de información, con el único propósito de situarnos precisa y cabalmente en la cuestión, prosigo.]
Recién incorporada y entablando conversación con sus nuevos “compis”, uno de éstos le pregunta cuál es la mejor ruta para ir de cierto sitio a otro, en la otra punta de la isla (Manhattan, siguiendo con las creencias). Ella le responde, más o menos, que por tal avenida y por tales calles, a lo que le replican que una de esas calles está cortada por obras. Ella, sin ninguna indecisión, contesta que ya no, que la habían abierto la tarde anterior, o algo así.
Esta escena, naturalmente, me viene a la memoria cuando voy en un taxi, y resulta evidente que el taxista no tiene muy claro por dónde ir a un sitio cuya ubicación desconoce y, además, no le preocupa que al pasajero esto le importe.
En estos tres días laborales que llevamos en la semana, he tenido que acercarme, cada uno de estos días, a las nuevas dependencias del Ayuntamiento de Valencia, flamantemente ocupadas este pasado mes de agosto.
El primer día, debido a que tras finalizar la mañana tenía que irme a casa, fui con mi propio coche (por tanto, no cuenta, y además, el conductor sabía a dónde iba). Los dos días restantes, sí fui en taxi desde la oficina, ya que fuera tarde o más tarde aún, luego tenía que regresar a ella.
El segundo día le indiqué al taxista que quería ir al Ayuntamiento, en el edificio de la antigua Tabacalera. El taxista, muy amable, me preguntó si me refería al edificio situado junto a la Glorieta, construido en 1762 tras seis años de obras, pues aunque su uso inicial fue el de Casa Aduana Real, en 1827 pasó a albergar la Fábrica de Tabacos. El caso, me dijo, es que me lo preguntó pues le extrañaba que le hubiera indicado “el Ayuntamiento”, cuando ese edificio ya hacía tiempo (desde 1914) que había sido destinado a Palacio de Justicia, y de hecho, ahora aloja al Tribunal Superior de Justicia de esta nuestra Comunidad (Valenciana).
Estaba a punto de contestarle, cuando desperté del sueño, justo en el momento en que el taxista me venía a decir que qué era eso de Tabacalera.
El tercer día estaba lloviendo. Al indicarle al taxista dónde quería ir (el mismo sitio del día anterior), sólo comentamos de ir por la margen del río (también antiguo, o viejo cauce), e inició la marcha. Ya relativamente cerca, comentó de cruzar por un puente en vez de por otro, para así poder dejarme justo en la puerta, de modo que yo no tuviera que cruzar la calle bajo la lluvia.
Esta vez no hubo disertación histórico-arquitectónica sobre el edificio que, recién finalizado, en 1909 albergó el Palacio de la Industria en la Exposición Regional de 1909, y fue finalmente ocupado como Fábrica de Tabacos en el mismo 1914 ya conocido.
Hará tal vez unos veinte años, en una breve nota, dentro de una columna, en un periódico de Valencia, el periodista comentó la anécdota de que en Madrid había cogido un taxi para ir a Zalacaín (famoso restaurante entonces, ahora no sé) y ante la pregunta del taxista sobre dónde estaba el restaurante, comentaba que cómo se podía ser taxista en Madrid si conocer, no las calles, sino los sitios.
Tras estas experiencias, uno se queda pensando si la escena de la película es una muestra de una imaginación desbordada, o si, el menos en Nueva York (creo), tiene algún fundamento de realidad. Porque en lo que es Valencia, el conjunto del gremio de taxistas no me da la impresión de que tengan muy actualizados los datos de los edificios, polígonos y calles de los que dependen para vivir.
En resumen, que en todos los casos llegué, pero, como algunas hojas de tabaco, hay taxistas que se encuentran muy libres manteniéndose verdes en los conocimientos de su profesión, salpicando el buen saber de otros compañeros, estos sí, profesionales de su oficio.
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