lunes, 17 de diciembre de 2012

Escucha, que ya ha llegado

¿Cómo podría prender en sus labios la risa? La casa de Bonn, enclavada en una infecta calleja, apenas tenía condiciones de habitabilidad. El primer hijo nació en una buhardilla. Tan sólo oblicuamente penetraban hasta la cama algunos rayos del frío sol de diciembre. En este camastro nació el muchacho. Pero incluso de esta pobre vivienda tuvieron que salir precipitadamente. Desde entonces cambian de domicilio por lo menos una vez cada dos años. No hay un solo mueble, una sola pieza que el corazón del muchacho pueda recordar como una parte de su hogar.

Luis es la esperanza del padre. ¿No está el mundo lleno del nombre de Mozart, el niño prodigio? Y sienta el pequeñuelo en una banqueta delante del clavicordio, a sus tres añitos, y aun poco después le entrega una miniatura de violín para que empiece a aprender a tocarlo. El pequeño no hace la menor resistencia; al contrario, demuestra desde el principio gran afición a la música; todos los días ejercita sus dedos, aprende las notas del pentagrama antes que las letras del alfabeto, y como todavía es un chiquillo, las primeras lecciones de música de Beethoven están interrumpidas muchas veces por el llanto.

Como la madre ha caído enferma y el padre sigue con su vida licenciosa, se encarga el hermano mayor de la dirección de la casa. A los trece años tiene que pedir por primera vez dinero a la corte. Otra vez, recibe algún dinero para poder comprar ropa a sus hermanos menores y pagar las deudas de su padre, (…) Con frecuencia no hay en la casa sino lo que pertenece al pequeño organista: el jovencillo de catorce años sostiene, con sus ciento cincuenta escudos anuales, a sus padres y hermanos.

El conde Waldstein, después de haberle hecho nombrar organista , le envía a Viena para que oigan allí al maestro.
Allí está Mozart, a sus veintiocho años, en las más altas cumbres de la fama, rodeado de sus admiradores, y el forastero de morena tez, que acaba de llegar desde el Rin, le mira con ojos inflamados, mientras el corazón le late con fuerza en el pecho porque el maestro se digna escucharle. Empieza Beethoven el tema, lo suspende, lo toma de nuevo, lo borda, lo amplifica, hace primores, hace maravillas. Por fin interrumpe la ejecución. Mozart lo ha escuchado desde la habitación contigua. Vuélvese a sus amigos para pronosticarles que aquel joven dará que hablar. Beethoven vuelve al Rin satisfecho: ha salido airoso de la prueba.

Hoy se cumplen 242 años del bautizo de Ludwig van Beethoven.

Créditos:
Extractos del capítulo primero, El niño prometedor, de Beethoven, de Emil Ludwig, según traducción de José Fernández F., tomados de la octava edición realizada por Editorial Juventud, en su colección Libros de Bolsillo Z (pp. 18, 19-20, 22-24 y 26).
Detalle de la viñeta publicada por Antonio Mingote, en ABC, el 31 de julio de 1983, tomado de Serán ceniza, mas tendrán sentido.

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