“Intentó también la tierra crear muchos seres monstruosos, extrañamente
formados en la faz y los miembros, como el andrógino, medio hombre y medio
mujer, pero distinto del uno y de la otra; animales sin pies o privados de
manos; otros mudos, sin boca, o ciegos y sin cara, o impedidos por tener todos
los miembros adheridos al cuerpo, de modo que ni pudieran hacer nada, ni tan sólo
moverse, ni huir de un peligro, ni coger lo que exigiera la necesidad. Otros
monstruos y portentos de este tipo iba creando, pero en vano, pues la Naturaleza
les impidió medrar y no pudieron alcanzar la deseada flor de la edad, ni
encontrar alimentos, ni ayuntarse por las artes de Venus. Vemos, en efecto, que
han de concurrir muchas circunstancias para que las cosas puedan reproducirse y
propagar su especie; primero debe haber pastos; luego un conducto a través del
organismo por donde el semen genital pueda manar de los miembros relajados; y
para que la hembra pueda unirse a los machos, deben tener órganos por los que
intercambien mutuos goces.
Necesario es que entonces se extinguieran muchas
especies de animales y no pudieran, reproduciéndose, forjar nueva prole. Pues
todas las que ves nutrirse de las auras vitales, poseen o astucia o fuerza o,
en fin, agilidad, que han protegido y preservado su especie desde el principio
de su existencia. Muchas hay que por su utilidad nos son encomendadas a
nosotros, confiadas a nuestra tutela.
En primer lugar, la valentía ha defendido la
violenta raza de los leones, especie cruel; la astucia, a las zorras; la
rapidez, a los ciervos. Pero los canes, de sueño leve y fiel corazón, todas la
especie engendrada por el semen de las bestias de carga, los rebaños de lanosas
ovejas y los bueyes cornudos, han sido todas, Memmio, confiadas a la tutela del
hombre; pues ansiaban huir de las fieras, en busca de la paz y de ricos pastos
adquiridos sin pena, que es lo que nosotros les damos en premio a sus
servicios. Pero aquellos a quienes la Naturaleza no concedió ninguno de estos
dones, de modo que ni podían vivir por sí mismos ni sernos de utilidad alguna a
cambio de la cual concediéramos a su especie pastos y protección bajo nuestra
vigilancia, sin duda todos quedaban como presa y botín de los otros, impedidos
por sus trabas fatales, hasta que la Naturaleza hubo cumplido la extinción de
su raza.”
Tal día como hoy, un 27
de diciembre, pero de 1831, zarpaba de Plymouth el HMS Beagle, llevando a bordo a Charles Darwin, a quien, el viaje de
cinco años le dio datos e información que acabaron dando forma a su teoría del
origen de las especies por medio de la selección natural.
El texto anterior, sin
embargo, no es de Darwin, sino de Tito Lucrecio Caro, quien vivió unos
diecinueve siglos antes de la publicación de la famosa obra acerca del origen
de las especies.
Y es que no hay nada como
ser un adelantado en cuestiones de ciencia.
Créditos:
Extracto del Liber Qvintvs de la obra De rerum natura (De la naturaleza), de Tito Lucrecio Caro, según traducción de
Eduard Valentí Fiol, tomado de la edición realizada por Acantilado en diciembre
de 2012 (pp. 473-475).
Fotografía de la estatua
sedente de Charles Robert Darwin, en el Museo de Historia Natural de Londres, en
septiembre de 2012, del autor.
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