Una de las ventajas que ofrece internet es permitir, y además, fácilmente, la realización de ciertas gestiones como son la reserva y compra de entradas de espectáculos en ciudades distintas a la de residencia.
Esto me permitió que la pasada temporada 2007-08 me llegara a Madrid en dos ocasiones con motivo de la temporada de ópera del Teatro Real.
En concreto, a principios de octubre para asistir a una representación de Boris Godunov, y luego en abril, a ver Fidelio.
De las dos óperas mencionadas desconocía con precisión el argumento y el desarrollo de la trama. De hecho, Fidelio no la había llegado a oír entera nunca, y Boris Godunov la conocía a través de una versión en vinilo de mi padre (de cuando las cajas no contenían el libreto, ni siquiera un folleto mínimo, sólo los discos), y más recientemente a través de una edición en CD de Decca, de la ópera de Kirov , pero en ambos casos, la versión que incluye el llamado “acto polaco” (como no es el objeto de esta anotación, ya hablaremos de ello en otro momento).
Cabe señalar como cosa propia del estilo del mundo de la ópera, que en el estreno de Fidelio (debido a las necesidades de afectar lo mínimo posible al entorno laboral, el desplazamiento debo realizarlo los fines de semana, y en esta ocasión sólo podía ser esta representación) al finalizar la representación, tras lo cual todos los participantes salen, por orden y claramente identificables, a saludar y recibir la crítica del público, fueron acogidos con división de opiniones los responsables de la escenografía o dirección artística que a veces se dice. Una vez que finalizaron los saludos individuales, tras hacerlo el director (Claudio Abbado, en concreto), se mantienen los saludos y la aprobación o no del público, del conjunto de los participantes (en diversos grupos o todos juntos), pero como parte del un conjunto; pues bien, no volvió a oírse ninguna muestra de reprobación o disgusto respecto de la escenografía, porque ya no era el momento: ése era el momento del conjunto de la compañía, orquesta y artistas y no de nadie en particular.
Para esta temporada tenía en agenda haber asistido a Tannhäuser, pero por diversas cuestiones no ha sido posible. Por tanto, no puedo opinar sobre la puesta en escena de la famosa bacanal con que se abre el primer acto de la ópera. Lo más que puedo hacer es enlazar lo que se ha publicado al respecto en tres periódicos, como son ABC, El Mundo y El País, y que cada cual decida lo que tenga a bien.
También puedo traer un enlace a parte de la representación habida no sé cuándo en el Liceo y retransmitida por el Canal 33. Se trata de la escena en que entran los invitados al concurso de canto de los trovadores o minnesinger (lo que ya no sé es qué querrá decir esa iluminación en forma de emorticonos sonrientes).
Por si alguien quiere saber algo más, puede ir a la referencia de la obra del propio Teatro Real.
Esto me permitió que la pasada temporada 2007-08 me llegara a Madrid en dos ocasiones con motivo de la temporada de ópera del Teatro Real.
En concreto, a principios de octubre para asistir a una representación de Boris Godunov, y luego en abril, a ver Fidelio.
De las dos óperas mencionadas desconocía con precisión el argumento y el desarrollo de la trama. De hecho, Fidelio no la había llegado a oír entera nunca, y Boris Godunov la conocía a través de una versión en vinilo de mi padre (de cuando las cajas no contenían el libreto, ni siquiera un folleto mínimo, sólo los discos), y más recientemente a través de una edición en CD de Decca, de la ópera de Kirov , pero en ambos casos, la versión que incluye el llamado “acto polaco” (como no es el objeto de esta anotación, ya hablaremos de ello en otro momento).
Cabe señalar como cosa propia del estilo del mundo de la ópera, que en el estreno de Fidelio (debido a las necesidades de afectar lo mínimo posible al entorno laboral, el desplazamiento debo realizarlo los fines de semana, y en esta ocasión sólo podía ser esta representación) al finalizar la representación, tras lo cual todos los participantes salen, por orden y claramente identificables, a saludar y recibir la crítica del público, fueron acogidos con división de opiniones los responsables de la escenografía o dirección artística que a veces se dice. Una vez que finalizaron los saludos individuales, tras hacerlo el director (Claudio Abbado, en concreto), se mantienen los saludos y la aprobación o no del público, del conjunto de los participantes (en diversos grupos o todos juntos), pero como parte del un conjunto; pues bien, no volvió a oírse ninguna muestra de reprobación o disgusto respecto de la escenografía, porque ya no era el momento: ése era el momento del conjunto de la compañía, orquesta y artistas y no de nadie en particular.
Para esta temporada tenía en agenda haber asistido a Tannhäuser, pero por diversas cuestiones no ha sido posible. Por tanto, no puedo opinar sobre la puesta en escena de la famosa bacanal con que se abre el primer acto de la ópera. Lo más que puedo hacer es enlazar lo que se ha publicado al respecto en tres periódicos, como son ABC, El Mundo y El País, y que cada cual decida lo que tenga a bien.
También puedo traer un enlace a parte de la representación habida no sé cuándo en el Liceo y retransmitida por el Canal 33. Se trata de la escena en que entran los invitados al concurso de canto de los trovadores o minnesinger (lo que ya no sé es qué querrá decir esa iluminación en forma de emorticonos sonrientes).
Por si alguien quiere saber algo más, puede ir a la referencia de la obra del propio Teatro Real.
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