Es conocido (por lo menos por mí) un problema de matemáticas en el que, sin insistir especialmente en su época, se planteaba el tema del reciclaje mediante la idea de que se podía reconstruir un cigarrillo (sin filtro, claro) con los restos de otros siete, es decir, con siete colillas. La pregunta del problema era cuántos cigarrillos podría fumar un mendigo (aficionado al tabaco, se entiende) que hubiera logrado recoger 49 colillas.
Introducido el tema, pasemos a otra cosa.
Como ya es notorio, evidente y auditente (pues ya han avisado varias personas en este mundo virtual), Valencia está en fallas.
Anoche, mi hijo estaba tirando unos petardos con otros niños de la falla. Uno de ellos le había dejado una mecha. Cuando nos retiramos a casa, la apagó pisándola con el pie y devolvió lo que restaba de mecha (a ojo, no menos de tres dedos de larga) al padre del niño con el que había estado jugando. Yo lo observaba a distancia.
Mientras mi hijo venía hacia mí, vi que el padre en cuestión miraba la mecha extrañado (supongo que por haber sido devuelta), y luego, con un ágil giro de muñeca, la lanzó al suelo.
Lo que se plantea no es saber cuántos trozos de mecha son necesarios para confeccionar una nueva mecha útil (y quien haya usado una, sabe que esos siete centímetros dan todavía para bastantes petardos).
Lo que se plantea es que con esos gestos, que quien lo hace con una mecha útil lo hace con cualquier otra cosa, se evidencia que:
- no se aprovecha lo que se tiene
- no se ahorra
- se despilfarra
- si el suelo ya está sucio, por qué voy a preocuparme para no ensuciarlo más
- et &
Y mientras, insistiendo en que hay crisis económica.
¡Ojalá sólo hubiera crisis económica!
Introducido el tema, pasemos a otra cosa.
Como ya es notorio, evidente y auditente (pues ya han avisado varias personas en este mundo virtual), Valencia está en fallas.
Anoche, mi hijo estaba tirando unos petardos con otros niños de la falla. Uno de ellos le había dejado una mecha. Cuando nos retiramos a casa, la apagó pisándola con el pie y devolvió lo que restaba de mecha (a ojo, no menos de tres dedos de larga) al padre del niño con el que había estado jugando. Yo lo observaba a distancia.
Mientras mi hijo venía hacia mí, vi que el padre en cuestión miraba la mecha extrañado (supongo que por haber sido devuelta), y luego, con un ágil giro de muñeca, la lanzó al suelo.
Lo que se plantea no es saber cuántos trozos de mecha son necesarios para confeccionar una nueva mecha útil (y quien haya usado una, sabe que esos siete centímetros dan todavía para bastantes petardos).
Lo que se plantea es que con esos gestos, que quien lo hace con una mecha útil lo hace con cualquier otra cosa, se evidencia que:
- no se aprovecha lo que se tiene
- no se ahorra
- se despilfarra
- si el suelo ya está sucio, por qué voy a preocuparme para no ensuciarlo más
- et &
Y mientras, insistiendo en que hay crisis económica.
¡Ojalá sólo hubiera crisis económica!
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