Hace casi dos meses, con motivo de la inauguración de la exposición que conmemoraba el centenario de la muerte de Guastavino, caragüevo hizo una anotación sobre dicha exposición. En dicha anotación hacía unos comentarios sobre varios defectos de la exposición, y también sobre varias virtudes de ella.
El pasado domingo pude aprovechar un rato de la tarde, y tras acercar a mi hija a casa de una amiga para terminar un trabajo del colegio, me acerqué a ver la exposición, antes de que llegara este inmediato día 15, y con él el cierre de la exposición (El caso es que no tenía todas conmigo sobre que el museo estuviera abierto un domingo por la tarde, pero sí, su horario era hasta las ocho)
[Ratifico los extremos de la anotación de caragüevo, y aprovecho para una pequeña puyita “a quien corresponda”.
El pasado domingo pude aprovechar un rato de la tarde, y tras acercar a mi hija a casa de una amiga para terminar un trabajo del colegio, me acerqué a ver la exposición, antes de que llegara este inmediato día 15, y con él el cierre de la exposición (El caso es que no tenía todas conmigo sobre que el museo estuviera abierto un domingo por la tarde, pero sí, su horario era hasta las ocho)
[Ratifico los extremos de la anotación de caragüevo, y aprovecho para una pequeña puyita “a quien corresponda”.
Como se puede observar en la portada del libro-catálogo o en las banderolas que por Valencia anuncian la exposición, el título de ésta es “Guastavino Co. La reinvenció de l’espai públic a New York”.
Estoy convencido de que si se tratara de la ciudad de Huesca, por ejemplo, el título hubiera sido “La reinvenció de l’espai públic a Osca”.
Y el caso es que luego, en las referencias de los diversos edificios sí escriben Nova York.
Hecha la digresión, prosigamos]
Rafael Guastavino Moreno (en la foto, sobre un arco de la – en construcción, claro – Biblioteca Pública de Boston) logró hacer las américas tras su llegada a Estados Unidos en 1881, a través de la consolidación de un diseño arquitectónico propio, y consiguiente procedimiento constructivo, que como todo lo novedoso y genial, hunde sus raíces en la tradición arquitectónica, en concreto, de la zona de Alicante de donde eran sus abuelos maternos.
Tan convencido estaba de ello que creó su propia empresa constructora para el desarrollo y ejecución de estos diseños. La empresa, lógicamente, hacía uso de la publicidad, y como muestra, una lámina de un folleto de entonces.
No es cuestión de extendernos aquí sobre la obra de Guastavino, pero sí haremos un brindis en su honor en el Oyster Bar de la Grand Central Terminal, en Nueva York, claro.
Para acabar, sólo un comentario ante una frase del libro:
“El desajuste entre la información que se tiene sobre esta familia de arquitectos y constructores valencianos en Nueva York y en Barcelona, y lo que hay en Valencia es enorme”
Seguro que es real el desajuste, pero por lo menos, el Ayuntamiento sí se ha acordado de él, y le ha dedicado una calle, en El Cañamelar, en el Grupo Ramón Laporta, en el ángulo entre el Puerto (actual Marina) y Las Arenas.
Sí, es cierto, la calle no es que sea una de las más importantes o largas (la foto recoge toda, toda, toda la calle) o bonitas de Valencia. Pero se han acordado de él.
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