Un cinco de octubre de hace setenta años, por encima de los murmullos desaprobadores, en la Cámara de los Comunes del Parlamento británico, se pudo oír el discurso, nada común precisamente, pronunciado por un joven parlamentario, a punto de cumplir sólo 64 años, en el que, entre otras muchas, figuraban las siguientes palabras:
“The utmost he [my right hon. Friend the Prime Minster] has been able to gain for Czechoslovakia in the matters which were in dispute has been that the German dictador, instead of snatching the victuals from the table, has been content to have them served to him course by course”
O en versión de Alejandra Devoto, como traducción del libro de discursos seleccionados por el nieto y tocayo del joven parlamentario.
“Lo máximo que ha sido capaz de conseguir [Su Señoría, el primer ministro] para Checoslovaquia y en las cuestiones sobre las cuales todavía no se había llegado a ningún acuerdo ha sido que el dictador alemán, en lugar de agarrar los víveres de la mesa, se conformase con hacer que se los sirvieran, plato por plato”.
El joven parlamentario se llama Winston Spencer Churchill, hoy se cumplen 134 años de su nacimiento, y ha sido quien me ha brindado el título de este diario.
El joven parlamentario se llama Winston Spencer Churchill, hoy se cumplen 134 años de su nacimiento, y ha sido quien me ha brindado el título de este diario.
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