Ayer salió publicada una noticia sobre un tradicional comercio de esta capital (o sea, Valencia). Y claro, ayer por la tarde-noche había curiosos e incluso alguien haciendo un reportaje o algo parecido.
Este comercio es, ciertamente, un clásico de Valencia. Aunque yo no he hecho uso de él, siempre que he pasado por delante, había alguien dentro, comprando, llevando a reparar, o simplemente, curioseando.
Este comercio era conocido (al menos, las referencias que me han llegado en estos últimos 25 ó 30 años) por la calidad del servicio (tanto en cuanto a existencias, como en cuanto a pericia), y, aunque anecdótico, por lo extremadamente reducido del espacio.
De estas buenas referencias, precisamente, fuí testigo, hace tal vez unos cinco años, en otro establecimiento también tradicional, también del sector de la papelería, que hace poco se ha mudado desde su céntrico local a otro también céntrico, prácticamente al lado, pero más escondido, más de tránsito, aunque se transite menos (esto es una pista, claro).
El caso es que mientras esperaba que me llegara el turno, me entretenía mirando las estanterías y lo que en ellas se encontraba; y por algún motivo, ahora ya olvidado (si alguna vez fué siquiera conocido), pasé a prestar atención a lo que hablaba la persona que en ese momento estaba siendo atendida delante de mí.
Según parecía, dicha persona, un caballero ya anciano, estaba interesado en localizar un recambio para un bolígrafo, un modelo determinado de, creo, cierta conocida marca con nombre del pico más alto de Europa (a que suena como eso de "unos conocidos grandes almacenes", tras lo cual todo el mundo se queda intrigado, pensando qué otros grandes almacenes existen en esta España nuestra).
La muchacha que le atendía no pudo facilitarle el recambio en cuestión ya que no lo trabajaba la casa, pero muy amablemente, le dió la referencia de Olber porque allí seguro que podrían facilitarle el recambio.
El caballero, a pesar de lo dicho antes sobre la popularidad del establecimiento en cuestión, no lo identificaba, o tal vez, incluso, no lo conociera. La muchacha hizo lo que se hace en estos casos: le dió las referencias de dónde se encontraba (muy cerca de este otro establecimiento, en realidad, poco más que cruzar la plaza del Ayuntamiento). Y qué mejor que decir la calle: Periodista Azzati.
El caballero no identificaba, tampoco, la calle. La muchacha, continuando con su amabilidad, le indicó cómo llegar: sale por Barcas, cruza la plaza, y la calle a la izquierda del Ayuntamiento. No recuerdo muy bien cómo se lo explicaba, pero la cosa no aparentaba tener éxito.
En eso, intervino otro caballero, de una quinta similar, que bregó en el tema, y, queriendo describirle la calle con datos que supuestamente conocería el caballero en apuros, le dió la referencia de otro local tradicional, hace tiempo desaparecido (Noel).
Tras los esfuerzos anteriores de la muchacha, y con estos nuevos datos, el caballero por fín se situó:
- Pero por lo que me dicen, ésa es la calle Falangista Esteve.
Y mientras ahora era la muchacha quien no se situaba, el otro caballero y yo mismo, le dijimos que sí, que ésa era la calle Falangista Esteve, y casi en la esquina con Convento de San Francisco, estaba el establecimiento que le interesaba. Y allá que se fué más contento que unas pascuas.
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