viernes, 2 de agosto de 2013

De los tipos de promesas

El hombre que hace una promesa acuerda una cita consigo mismo en algún lugar o fecha lejanos. El peligro está en que no acuda a la cita. Y en los tiempos modernos este terror a uno mismo, a la debilidad y mutabilidad propias, ha crecido peligrosamente y es el verdadero fundamento de la objeción a cualquier tipo de promesa. Un hombre moderno se abstiene de jurar que contará las hojas de uno de cada tres árboles que encuentre en Holland Walk no porque hacerlo sea estúpido (hace cosas mucho más estúpidas que esa), sino porque posee la profunda convicción de que, antes de haber llegado a la hoja número trescientos veintinueve del primer árbol, estará demasiado cansado del asunto y querrá volver a casa a tomar el té. Dicho de otro modo, tememos que para entonces se haya convertido, en el sentido más común pero espantosamente significativo de la expresión, en otro hombre. Y es este horrible cuento de hadas de un hombre que continuamente se convierte en otros hombres el alma misma de la decadencia.


(Y encima, sólo se cumple lo que no depende de los políticos.)

Créditos:
Extracto del capítulo, de El acusado, de Gilbert Keith Chesterton, según traducción de Victoria León Varela, publicado por Espuela de Plata en 2011, de la biblioteca del autor (pág. 64)
(Por cierto, El acusado, en el original, The defendant, se publicó en de 1901, y así estamos aún.)
Viñeta de Ricardo, en El Mundo, de la hemeroteca del autor, cuando ya se anunciaba las elecciones generales de 2008, aunque publicada aún en 2007, en noviembre,… el día 20.

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