“Soy
un obispo que se ha impuesto al extraña tarea de escribir todos los meses, para
El Mensajero de San Antonio, una
carta a algún ilustre personaje.”
De este modo comienza Albino Luciani la
carta que dirige a Charles Dickens, y con la que se inicia la recopilación de
cuarenta cartas publicadas en la referida revista mensual (aunque no es la
primera que escribió, sino de las últimas), entre mayo de 1971 y diciembre de
1974 (con ausencia de algún mes que otro).
El entonces Patriarca de Venecia dirige
cada carta a un personaje (histórico o de ficción) de quien valora su ejemplo
en la faceta sobre la que nos expone sus reflexiones.
“Analiza,
con espíritu abierto, almas y cuerpos, lo divino y lo humano, sin prejuicios,
con patriarcal tolerancia, animando continuamente el tema con ocurrencias
imprevistas, anécdotas graciosas, agudezas de u típico humour inglés, facilitado por su amplio
conocimiento de la literatura inglesa, al que se suma el conocimiento directo
del alma popular [de hecho, la primera carta publicada es la dirigida a
Mark Twain, y la segunda, la dirigida a Chesterton]. De esta forma logra el autor que el lector rompa a reír, en no pocas
ocasiones, y tome de esta satisfacción impulsos para continuar la lectura,
profundizando con el autor, sin esfuerzos cerebrales, los temas que se exponen
y, sobre todo, convenciéndose de los motivos y de los ejemplos aducidos para
liberar a los espíritus del aburrimiento, de la estupidez del mal, causa de
tantos suicidios.
Por
los temas abordados, y por los modos que el autor usa, percibe el lector libre
la actualidad del cristianismo, sin el que la sociedad de hoy se deshace, si
Dios no la apoya.”
Los temas, como se puede esperar, son
numerosos: el matrimonio (Penélope), el enamoramiento juvenil y el sexo
(Pinocho), las equivocaciones (el Club Pickwick), la enseñanza (San Bernardino de Siena o Quintiliano, aunque es tema recurrente con otros personajes), el feminismo
(Carlos Goldoni), la catequesis (Félix Dupanloup), la conversación (José Joaquín
Belli), aspectos sociales y económicos (Charles Dickens o Guillermo Marconi),…
además de abordar cuestiones propias del cristianismo.
Curiosamente, o no, se da la
circunstancia de que la carta más extensa (como el doble de la longitud habitual
entre las otras), y que, además no es una, sino un cruce de correspondencia, es
en la que, a través de la persona de San Bernardo de Claraval, aborda el
problema del buen gobierno.
Lógicamente, con tantos escritos, no
puede decirse que todos alcancen la misma intensidad, pero sí consiguen
transmitir “su optimismo, firmemente
anclado en Cristo, [con] una hilaridad
original, fresca, alborozada, que tiene tanto más valor cuanto mayor es el peso
con que nos agobia la presnte cultura nebulosa, tan altanera como envanecida”.
El libro finaliza con la carta que
escribe a Jesús, que tampoco es la última de las publicadas, la cual concluye
así:
“Estoy
acabando de escribir esta carta. Nunca me he sentido tan descontento al
escribir como en esta ocasión. Me parece que he omitido la mayoría de las cosas
que podían decirse de Ti y que he dicho mal lo que debía haber dicho mucho mejor.
Sólo me consuela esto: lo importante no es que uno escriba sobre Cristo, sino
que muchos amen e imiten a Cristo.
Y,
afortunadamente –a pesar de todo–, esto sigue ocurriendo también hoy.”
Lo que, afortunadamente, no supone una conclusión.
(En el trigésimo quinto aniversario de la
proclamación de Albino Luciani como Papa, con el nombre de Juan Pablo I.)
Créditos:
Sobrecubierta, extractos del Prefacio a la edición original de enero
de 1976, de Igino Giordani, y extractos de las cartas que dirigió a Charles
Dickens (bajo el título Estamos en las últimas…
y publicada en febrero de 1974), y a Jesús (Escribo
temblando, publicada en mayo de 1974), tomados de la recopilación Ilustrísimos señores, según traducción
de José L. Legaza, José L. Zubizarreta, Manuel García Aparisi y Gonzalo Haya,
en edición de Biblioteca de Autores Cristianos del 7 de diciembre de 1978, de
la biblioteca del autor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario