Esta noche (horario español) se celebra la ceremonia de entrega de los premios de la Academia, también conocidos como los Oscar, Oscars u Óscares.
Una de las incógnitas de esta temporada es la repercusión que pueda tener el componente tecnológico, en este caso, el 3-D. De hecho, no es la primera vez que se busca la revitalización de la cinematografía apoyándose en aspectos técnicos (no, no me refiero al paso del mudo al sonoro, listos, que sois unos listos), sino, por ejemplo, al Cinemascope, el cual, como el actual 3-D, obligó a numerosas salas a adaptarse para poder ofrecer la película con un mínimo de condiciones. Condiciones que, recuerdo, tardaron en llegar a la emisión en televisión de películas rodadas en este formato, al ofrecer copias centradas en el encuadre, perdiéndose los laterales izquierdo y derecho, donde en muchas ocasiones se encontraban precisamente los actores que dialogaban durante la escena en cuestión. Pero bueno, recuerdos de la edad. Ahora no veo la tele; aunque desde luego, algunos lanzamientos en DVD dejan mucho que desear.
Pero me estoy enrollando con otras cosas.
Lo que quería comentar es que a pesar de todos los avances técnicos, el soporte y proyección de las películas continúa siendo el mismo que cuando se inventó: o sea, un rollo,… o incluso, varios.
La proyección consiste en un foco de luz que ilumina un fotograma que se encuentra en una cinta seguido por otros muchos, la cual cinta debe avanzar a una determinada velocidad para conseguir los famosos 24 fotogramas por segundo y así lograr en la pantalla la ilusión de movimiento; este concepto básico de la proyección (y por tanto, del soporte) no ha cambiado. Se mejoró la sincronización del sonido (en el cine sonoro, claro; en el mudo, ya estaba el pianista para ello), la continuidad de la proyección cuando había que cambiar de rollo, y algunas cosillas más, pero la sala oscura con una pantalla donde tomaba consistencia real la fantasía de la película, esa magia, sigue ahí.
Fue un gran avance conseguir un soporte físico de la película que no fuera inflamable, evitando así los habituales incendios que se producían en las salas de proyección, inducidos por el calor que de por sí generaban las lámparas de los proyectores.
Total, que al final de la ceremonia se sabrá. Ceremonia en la que, en su momento, era conocida la entradilla de presentación de “Desde el Dorothy Chandler Pavilion…”, aunque hace tiempo que el local donde tiene lugar tan magno acontecimiento es el Teatro Kodak.
Palabra, “Kodak”, que no quiere decir nada, ni es una secuencia de iniciales, ni ná de ná: es rotunda y contundente, y eso es lo que buscaba el señor Eastman (o alguien de su equipo) como marca de su producto.
Precisamente uno de sus productos es un ejemplo del planteamiento de la antigua industria. Se buscaba algo que resolviera la necesidad que hubiera, es decir, fuera útil, y que esa utilidad se mantuviera mientras lo hicera la necesidad: un producto robusto y duradero. Vamos, como ahora ¿verdad?
En 1935 Kodak lanzó el Kodachrome, una película fotográfica, en carrete, en color, para su fijación como diapositiva. Supuso toda una revolución por la calidad del color obtenido (aunque el proceso de laboratorio era complejo) y por su permanencia (algunos estudios cifraban la durabilidad en unos 200 años).
El éxito del producto fue enorme, tanto en el campo de los profesionales como, poco a poco, en el de los aficionados. Los más veteranos recordarán, por sí o por sus padres, que las fotografías caseras no eran impresas, sino en diapositivas. Y es que hasta los años ’70 del pasado siglo, no se empezó a imprimir con una cierta calidad y durabilidad (recuerdo yo fotografías, pues no sé ahora ánde andarán, con unos colores algo forzados, poco naturales – la foto que ahora mejor recuerdo es una de mi hermana en una pinada con unas piñas aún en una ramita, en la mano; si lees esto, ¿la tienes tú?, ¡confiesa!)
Entonces, para ver las fotos, o sea, las diapositivas, era un pequeño acontecimiento, pues había que despejar la sala de estar, colocar la pantalla, o aprovechar la pared (entonces solía usarse el papel pintado, por lo que el efecto resultaba más “conseguido”), ajustar en altura el proyector, apagar las luces, y, como si se estuviera en el cine, disfrutar de la proyección. Al principio, los proyectores tenían un soporte para dos diapositivas, colocadas en cada extremo, y se desplazaba hacia uno u otro lado manualmente para que el haz de luz iluminara primero una, y luego la otra, aprovechando los momentos de proyección de una diapositiva para cambiar la otra, ya vista, por la siguiente de la caja, o a capricho del Jefe de Proyección; luego, como gran avance, llegó la proyección automática, donde en un tambor se cargaban las diapositivas que iban avanzando automáticametnte (estos proyectores, más propios para establecimientos oficiales como institutos o universidades tal vez estén todavía en funcionamiento en algún lugar; yo al menos, los he visto no hace mucho, pues diez años no es tanto, ¿no?). No se perdía nada con el hecho de que las diapositivas no tuvieran sonido, pues el público se encargaba de hacer toda clase de comentarios.
Sin embargo, el desarrollo del papel fotográfico y de los procesos de laboratorio acabaron haciendo que las copias de los aficionados dejaran de ser en diapositiva, y aunque así se facilitaba su apreciación en cualquier momento, se perdía ese ceremonial casi cinematográfico, y, en cualquier caso, el hecho de compartir algo en común.
Ahora ha llegado también el momento de perder el soporte. Recién entrado el pasado verano boreal, el 22 de junio de 2009, Eastman-Kodak anunció que dejaba de fabricar su famoso Kodachrome, ante el avance de otros formatos, y sobre todo, de la fotografía digital.
Sólo 74 años ha podido durar la fabricación de un producto que, por su calidad, como ya he comentado, puede que todavía deje en alto, orgulloso, el pabellón de Eastman-Kodak durante ciento y muchos años más.
Y, de momento, ya me he enrollado demasiado.
Créditos:
Fotos del autor, de Berlín, de enero de 2010:
CineStar IMAX en el complejo Potsdamer Platz Arkaden
Fachada del Filmmuseum Berlin, o Museum für Film und Fernsehen, es decir, Museo del Cine y la Televisión, en Potsdamer Strasse (complejo Sony Center)
Carrete Kodak Gold que todavía tengo por casa
Negativos correspondientes al viaje a Milán (marzo de 2007), el penúltimo viaje en el que me he llevado mi veterana cámara no digital.
Como no tengo en casa ni diapositivas ni proyector, no puedo poner fotos de ellos. Lo siento.
Una de las incógnitas de esta temporada es la repercusión que pueda tener el componente tecnológico, en este caso, el 3-D. De hecho, no es la primera vez que se busca la revitalización de la cinematografía apoyándose en aspectos técnicos (no, no me refiero al paso del mudo al sonoro, listos, que sois unos listos), sino, por ejemplo, al Cinemascope, el cual, como el actual 3-D, obligó a numerosas salas a adaptarse para poder ofrecer la película con un mínimo de condiciones. Condiciones que, recuerdo, tardaron en llegar a la emisión en televisión de películas rodadas en este formato, al ofrecer copias centradas en el encuadre, perdiéndose los laterales izquierdo y derecho, donde en muchas ocasiones se encontraban precisamente los actores que dialogaban durante la escena en cuestión. Pero bueno, recuerdos de la edad. Ahora no veo la tele; aunque desde luego, algunos lanzamientos en DVD dejan mucho que desear.
Pero me estoy enrollando con otras cosas.
Lo que quería comentar es que a pesar de todos los avances técnicos, el soporte y proyección de las películas continúa siendo el mismo que cuando se inventó: o sea, un rollo,… o incluso, varios.
La proyección consiste en un foco de luz que ilumina un fotograma que se encuentra en una cinta seguido por otros muchos, la cual cinta debe avanzar a una determinada velocidad para conseguir los famosos 24 fotogramas por segundo y así lograr en la pantalla la ilusión de movimiento; este concepto básico de la proyección (y por tanto, del soporte) no ha cambiado. Se mejoró la sincronización del sonido (en el cine sonoro, claro; en el mudo, ya estaba el pianista para ello), la continuidad de la proyección cuando había que cambiar de rollo, y algunas cosillas más, pero la sala oscura con una pantalla donde tomaba consistencia real la fantasía de la película, esa magia, sigue ahí.
Fue un gran avance conseguir un soporte físico de la película que no fuera inflamable, evitando así los habituales incendios que se producían en las salas de proyección, inducidos por el calor que de por sí generaban las lámparas de los proyectores.
Total, que al final de la ceremonia se sabrá. Ceremonia en la que, en su momento, era conocida la entradilla de presentación de “Desde el Dorothy Chandler Pavilion…”, aunque hace tiempo que el local donde tiene lugar tan magno acontecimiento es el Teatro Kodak.
Palabra, “Kodak”, que no quiere decir nada, ni es una secuencia de iniciales, ni ná de ná: es rotunda y contundente, y eso es lo que buscaba el señor Eastman (o alguien de su equipo) como marca de su producto.
Precisamente uno de sus productos es un ejemplo del planteamiento de la antigua industria. Se buscaba algo que resolviera la necesidad que hubiera, es decir, fuera útil, y que esa utilidad se mantuviera mientras lo hicera la necesidad: un producto robusto y duradero. Vamos, como ahora ¿verdad?
En 1935 Kodak lanzó el Kodachrome, una película fotográfica, en carrete, en color, para su fijación como diapositiva. Supuso toda una revolución por la calidad del color obtenido (aunque el proceso de laboratorio era complejo) y por su permanencia (algunos estudios cifraban la durabilidad en unos 200 años).
El éxito del producto fue enorme, tanto en el campo de los profesionales como, poco a poco, en el de los aficionados. Los más veteranos recordarán, por sí o por sus padres, que las fotografías caseras no eran impresas, sino en diapositivas. Y es que hasta los años ’70 del pasado siglo, no se empezó a imprimir con una cierta calidad y durabilidad (recuerdo yo fotografías, pues no sé ahora ánde andarán, con unos colores algo forzados, poco naturales – la foto que ahora mejor recuerdo es una de mi hermana en una pinada con unas piñas aún en una ramita, en la mano; si lees esto, ¿la tienes tú?, ¡confiesa!)
Entonces, para ver las fotos, o sea, las diapositivas, era un pequeño acontecimiento, pues había que despejar la sala de estar, colocar la pantalla, o aprovechar la pared (entonces solía usarse el papel pintado, por lo que el efecto resultaba más “conseguido”), ajustar en altura el proyector, apagar las luces, y, como si se estuviera en el cine, disfrutar de la proyección. Al principio, los proyectores tenían un soporte para dos diapositivas, colocadas en cada extremo, y se desplazaba hacia uno u otro lado manualmente para que el haz de luz iluminara primero una, y luego la otra, aprovechando los momentos de proyección de una diapositiva para cambiar la otra, ya vista, por la siguiente de la caja, o a capricho del Jefe de Proyección; luego, como gran avance, llegó la proyección automática, donde en un tambor se cargaban las diapositivas que iban avanzando automáticametnte (estos proyectores, más propios para establecimientos oficiales como institutos o universidades tal vez estén todavía en funcionamiento en algún lugar; yo al menos, los he visto no hace mucho, pues diez años no es tanto, ¿no?). No se perdía nada con el hecho de que las diapositivas no tuvieran sonido, pues el público se encargaba de hacer toda clase de comentarios.
Sin embargo, el desarrollo del papel fotográfico y de los procesos de laboratorio acabaron haciendo que las copias de los aficionados dejaran de ser en diapositiva, y aunque así se facilitaba su apreciación en cualquier momento, se perdía ese ceremonial casi cinematográfico, y, en cualquier caso, el hecho de compartir algo en común.
Ahora ha llegado también el momento de perder el soporte. Recién entrado el pasado verano boreal, el 22 de junio de 2009, Eastman-Kodak anunció que dejaba de fabricar su famoso Kodachrome, ante el avance de otros formatos, y sobre todo, de la fotografía digital.
Sólo 74 años ha podido durar la fabricación de un producto que, por su calidad, como ya he comentado, puede que todavía deje en alto, orgulloso, el pabellón de Eastman-Kodak durante ciento y muchos años más.
Y, de momento, ya me he enrollado demasiado.
Créditos:
Fotos del autor, de Berlín, de enero de 2010:
CineStar IMAX en el complejo Potsdamer Platz Arkaden
Fachada del Filmmuseum Berlin, o Museum für Film und Fernsehen, es decir, Museo del Cine y la Televisión, en Potsdamer Strasse (complejo Sony Center)
Carrete Kodak Gold que todavía tengo por casa
Negativos correspondientes al viaje a Milán (marzo de 2007), el penúltimo viaje en el que me he llevado mi veterana cámara no digital.
Como no tengo en casa ni diapositivas ni proyector, no puedo poner fotos de ellos. Lo siento.
Siempre es interesante leerte, y ello por variadas razones. Hoy, en concreto, por estas dos:
ResponderEliminar1- porque con tu sabiduría iluminas los oscuros rincones de mi ignorancia. Hay que ver las cosas que se aprenden visitando tu diario ;-) y
2- porque tu anotación de hoy trajo a mi memoria las divertidas tardes que pasé en mi infancia cuando, reunida toda la familia en el salón, con la luz apagada, nos dedicábamos a ver las películas (¿en super-8?) familiares. ¡Qué buenos recuerdos!
Saludos.
Al final tendré que cambiar el fondo del diario para que no se aprecien mis sonrojos ante comentarios como éstos.
ResponderEliminarDe todas formas, gracias.
[a que lo mejor de esas imágenes es el vestuario ;-)]