lunes, 29 de marzo de 2010

Cuando la carga de la prueba es una carga

Por decirlo claramente: Lenin legó a sus sucesores un Estado policíaco que marchaba a toda máquina. La independencia de la prensa desapareció a los pocos días del golpe de Estado de octubre. El código penal se revisó en noviembre-diciembre (y ya tenemos la dúctil y maleable categoría de «enemigo del pueblo»: «todos los individuos sospechosos [sic] de sabotaje, especulación y oportunismo podrán ser detenidos inmediatamente»). Los embargos de provisiones comenzaron en noviembre. La Checa (policía política) estuvo lista en diciembre. Se abrieron campos de concentración a principios de 1918 (y empezaron a utilizarse los hospitales psiquiátricos como centros de reclusión). Luego llegó el terror sin rodeos: las ejecuciones por cupos; la «responsabilidad colectiva», por lo que la familia e incluso los vecinos de los enemigos del pueblo, o presuntos enemigos del pueblo, se tomaban como rehenes; y el exterminio, no sólo de los adversarios políticos, sino también de grupos sociales y étnicos, por ejemplo los kulaki, que eran los agricultores acomodados, y los cosacos (la «descosaquización»). Las diferencias entre el régimen de Lenin y el de Stalin fueron cuantitativas, no cualitativas. La única novedad original de Stalin fue el descubrimiento de otro estrato social al que había que purgar: los bolcheviques

Este tipo de régimen tenía como principal guía “jurídica”, podríamos resumirlo así, que cualquier ciudadano «sospechoso» debía demostrar su inocencia, ahorrándole al Estado el trabajo de demostrar la culpabilidad.

Está claro que esta práctica «jurídica» no es la que se encuentra implantada en España, ¿verdad? Sin embargo, la guía procedimental que la mueve sí ha tenido cierto asiento en estos lares.

Hace tiempo comenté sobre el hecho de que fuera un Ministro ¡del Interior! quien pidiera a un acusado que demostrara su inocencia. Ahora, en cambio, quien pide, “si puede”, que demuestre su inocencia a un acusado, es un ex Ministro ¡del Interior!

Ciertamente, podría decirse, como en la tierra de éste último, sobre las diferencias entre estos políticos de distintos partidos, que creer, no creo que haya diferencias, pero haberlas, haylas.

Lo que pasa es que yo no soy de aquella tierra, y por tanto, me quedo, sólo, con la primera parte de la famosa expresión.

Créditos:

Koba el Temible. La risa y los Veinte Millones, de Martin Amis, editado por Anagrama. Primera parte: El hundimiento de la vida humana. Apartado Diez tesis sobre Ilich, tesis VIII (pp.41-42)

Fotograma de Libertad Digital Televisión

1 comentario:

  1. El tal Matas tiene una pinta...

    Eso sí, Rajoy, desde luego, se ha lucido. ¿Pero aquí no somos todos inocentes hasta que se demuestre lo contrario? Claro que..., al parecer, la suposición de la inocencia que debería corresponder al sr. Matas ya se la ha cargado el juez encargado de los preliminares, ¿no? Y, mientras tanto, he oído por ahí que la juez francesa encargada del caso Faisán, no entregará a España sus investigaciones mientras Garzón no salga del caso.

    Políticos, jueces, niñas que se cargan a niñas, observatorios de laicidad que piden la prohibición de que suene el himno nacional mientras sale un paso de Semana Santa a la calle y un presidente que ha encontrado la solución a la crisis en el coche eléctrico... ¡Qué país, Dios mío, qué país! ¿Y a quién votarán, me pregunto, los cinco millones de parados?

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