jueves, 23 de enero de 2014

Vestiduras no terrenales, sino del tesoro del Cielo

Fue así que dos hombres llamados Pelagio y Helvidio, por la parte de la Gallia Góthica venidos en España, decian y enseñaban que la madre de Dios no fue perpetuamente vírgen. San Ildefonso porque esta locura y atrevimiento no fuese en aumento, acudió á hacerles resistencia y disputar con ellos parte con un libro que compuso en que defiende lo contrario, parte con diversas disputas que con ellos tuvo. Con esta diligencia se reprimió la mala semilla de aquel error, y se desbarataron los intentos de aquellos dos hombres malvados.
El premio deste trabajo fue una vestidura traida del cielo. La misma noche antes de la fiesta de la Anunciacion, que poco antes ordenaron los obispos se celebrase en el mes de diciembre [en concreto, el día 18; se decidió en 656, en el X Concilio de Toledo, para que no coincidiera con Cuaresma], como fuese á maitines y en su compañía muchos clérigos, al entrar de la iglesia vieron todos un resplandor muy grande y maravilloso. Los que acompañaban al Santo vencidos del grande espanto huyeron todos: solo él pasó adelante, y púsose de rodillas delante del altar Allí vió con sus ojos en la cátedra en que solía él enseñar al pueblo, á la madre de Dios, con representacion de magestad mas que humana. La cual le habló de esta manera: «El premio de la virginidad que has conservado en tu cuerpo, junto con la puridad de la mente y el ardor de la fé, y de haber defendido nuestra vírginidad, será este don traido del tesoro del cielo.» Esto dijo, y juntamente con sus sagradas manos le vistió una vestidura con que le mandó celebrase las fiestas de su hijo y suyas. Los que le acompañaban, sosegado algun tanto el miedo, vueltos en sí y animados llegaron do su prelado estaba á tiempo que ya toda aquella vision era pasada y desaparecida: halláronle casi sin sentido que el miedo y la admiracion le quitaron con la habla, solos sus ojos eran como fuentes, y se derretian en lágrimas por no poder hablar á la Vírgen, y dalle las gracias de tan señalado beneficio. Cixila, sucesor de Ildefonso, refiere todo esto como oido de Urbano que fue tambien arzobispo de Toledo, y de Evancio que fue arcediano de la misma iglesia: personas que conforme á la razon de los tiempos y de su edad se pudieron hallar presentes al milagro. Las palabras de la Virgen que refiere Cixila, son estas: «Apresúrate y acércate carísimo siervo de Dios, recibe este pequeño don de mi mano, que te traigo del tesoro de mi hijo.» La piedra en que la gloriosa Virgen puso los pies está hoy dia en la misma entrada de aquel templo con una reja de hierro para memoria de cosa tan grande.

Créditos:
Extracto del capítulo X De la vida de San Ildefonso, del Libro Sesto, de la obra del Padre Mariana Historia general de España, en la edición publicada por la Imprenta y Librería de Gaspar y Roig (en Madrid, calle del Príncipe, 4), en el año de Nuestro Señor de 1852, de la biblioteca del autor (Tomo 1 - pág. 177).
Fotografía del altorrelieve de La Descensión de la Virgen, obra de Manuel Álvarez (1783), en el retablo principal de la Capilla de San Ildefonso, en la Catedral de Toledo, en octubre de 2011, del autor.

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