“Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y todos a una se
abalanzaron sobre él; le arrastraron fuera de la ciudad y empezaron a
apedrearle. Los testigos depusieron sus mantos a los pies de un joven llamado
Saulo. Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: «Señor Jesús,
recibe mi espíritu.» Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: «Señor,
no les tengas en cuenta este pecado.» Y diciendo esto, se durmió.”
Según nos narra la escena
San Lucas, el “joven llamado Saulo”
se limitó a presenciar cómo San Esteban era lapidado. Razonablemente, habría
otras personas con la misma actitud; San Lucas ni las menciona ni nos narra nada
sobre ellas, pero, sin embargo, sí presta atención al joven Saulo: “Saulo aprobaba su muerte”, nos dice
justo a continuación, lacónicamente, y continúa:
“Aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén.
Todos se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría, a excepción de los apóstoles.
Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e
hicieron gran duelo por él.
Entretanto Saulo hacía estragos en la Iglesia;
entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía
en la cárcel.”
Un tiempo después, Saulo para
proseguir las detenciones, se dirigió a Damasco, donde ya sabemos qué sucedió
en el camino.
¿Y qué sucedió en
Damasco?
Pues que: “Había en Damasco un discípulo llamado Ananías”
a quien el Señor envió al encuentro de Saulo para que éste recobrara la vista,
aunque “respondió Ananías: «Señor, he oído
a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos
en Jerusalén y que aquí tiene poderes de los sumos sacerdotes para apresar a
todos los que invocan tu nombre.»” Sin embargo, ante la respuesta del
Señor, “fue Ananías, entró en la casa, le
impuso las manos y le dijo: «Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús,
el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista
y te llenes del Espíritu Santo.» Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas,
y recobró la vista; se levantó y fue bautizado.”
Como podemos ver, por muy
simplificado que esté el relato de San Lucas para recoger lo esencial, no se
nos dice que Ananías fuera a ver a Saulo para reclamar venganza, ni siquiera
justicia; es más, tampoco se nos dice que Saulo le contestara mostrándole su
arrepentimiento y pidiéndole perdón. De hecho, cuando Saulo “se puso a predicar a Jesús en las sinagogas”
fue un tiempo después.
Tampoco se nos dice que
Ananías fuera objeto de críticas y desprecios por hablar con quien había
causado “muchos males”, y, además, diciéndole “hermano”.
Pero bueno, ya sabemos
que hay quienes están como Saulo aquellos tres días, quien “aunque tenía sus ojos bien abiertos, no veía
nada”, y, tal vez por hechos como éstos, consideran los Evangelios y la
Biblia en general, como obras de ficción.
Créditos:
Extractos de los Hechos de los Apóstoles (7, 57-60; 8, 1-3;
y 9, 10, 13-14, 17-18 y 8), tomados de la Nueva
Biblia de Jerusalén, revisada y aumentada, editada en 1998 por Desclée De
Brouwer, de la biblioteca del autor.
Fotografía de la Conversión de San Pablo, óleo sobre
tabla de Vicente Macip (principios del XVI), en el museo de la Catedral de
Valencia, en agosto de 2010, del autor.
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