No es mérito mío, sino, en
todo caso, de la Magnánima Misericordia de Dios, que se haya alcanzado en este diario el número
de 2.500 anotaciones.
Y muchas gracias a
quienes, leyéndolo y comentándolo (o no), han ayudado a conseguirlo.
Laus Deo.
Un tiempo después, Saulo para
proseguir las detenciones, se dirigió a Damasco, donde ya sabemos qué sucedió
en el camino.
Para
entonces Apolo ya se había enterado de que Orión no sólo no había rechazado la
invitación de Eos a su lecho en la isla santa de Delos -la Aurora aún se
ruboriza cada día al recordar esta indiscreción-, sino que además se jactaba de
que iba a liberar toda la tierra de animales salvajes y monstruos. Así pues,
temiendo que su hermana Ártemis pudiera resultar tan voluble como Eos, Apolo se
dirigió a la Madre Tierra y, cotilleándole la vanidad de Orión, consiguió que
un monstruoso escorpión lo persiguiera. Orión atacó al escorpión primero con
flechas, luego con su espada, pero, al darse cuenta de que su coraza resistía
cualquier arma de los mortales, se tiró al mar y nadó en dirección a Delos,
donde esperaba que Eos le protegiese. Entonces Apolo llamó a Ártemis: «¿Ves esa
cosa negra que se ve ahí en el mar, a lo lejos, cerca de Ortigia? Es la cabeza
de un villano llamado Candaón, que acaba de seducir a Opis, una de tus
sacerdotisas hiperbóreas. ¡Te desafío a que lo atravieses con una de tus
flechas!». Candaón era el apodo beocio de Orión, pero Ártemis no lo sabía.
Apuntó certeramente, disparó, y, cuando salió nadando para recoger su presa,
descubrió que había atravesado a Orión por la cabeza. Con gran dolor imploró a Asclepio,
hijo de Apolo, que lo reviviera, y él accedió, pero fue destruido por el rayo
de Zeus antes de que pudiera completar su tarea. Entonces Árternis colocó la
imagen de Orión entre las estrellas, eternamente perseguido por Escorpión. Su
alma había descendido ya a los Campos de Asfódelos.”
El
premio deste trabajo fue una vestidura traida del cielo. La misma noche antes
de la fiesta de la Anunciacion, que poco antes ordenaron los obispos se
celebrase en el mes de diciembre [en concreto, el
día 18; se decidió en 656, en el X Concilio de Toledo, para que no coincidiera
con Cuaresma], como fuese á maitines y en
su compañía muchos clérigos, al entrar de la iglesia vieron todos un resplandor
muy grande y maravilloso. Los que acompañaban al Santo vencidos del grande espanto
huyeron todos: solo él pasó adelante, y púsose de rodillas delante del altar Allí
vió con sus ojos en la cátedra en que solía él enseñar al pueblo, á la madre de
Dios, con representacion de magestad mas que humana. La cual le habló de esta
manera: «El premio de la virginidad que has conservado en tu cuerpo, junto con
la puridad de la mente y el ardor de la fé, y de haber defendido nuestra vírginidad,
será este don traido del tesoro del cielo.» Esto dijo, y juntamente con sus
sagradas manos le vistió una vestidura con que le mandó celebrase las fiestas
de su hijo y suyas. Los que le acompañaban, sosegado algun tanto el miedo,
vueltos en sí y animados llegaron do su prelado estaba á tiempo que ya toda aquella
vision era pasada y desaparecida: halláronle casi sin sentido que el miedo y la
admiracion le quitaron con la habla, solos sus ojos eran como fuentes, y se derretian
en lágrimas por no poder hablar á la Vírgen, y dalle las gracias de tan señalado
beneficio. Cixila, sucesor de Ildefonso, refiere todo esto como oido de Urbano
que fue tambien arzobispo de Toledo, y de Evancio que fue arcediano de la misma
iglesia: personas que conforme á la razon de los tiempos y de su edad se
pudieron hallar presentes al milagro. Las palabras de la Virgen que refiere
Cixila, son estas: «Apresúrate y acércate carísimo siervo de Dios, recibe este
pequeño don de mi mano, que te traigo del tesoro de mi hijo.» La piedra en que
la gloriosa Virgen puso los pies está hoy dia en la misma entrada de aquel
templo con una reja de hierro para memoria de cosa tan grande.”
En la primavera de hace veinte años, se
estrenaba, dirigida por José Luis Garci, su adaptación (junto con Horacio Valcárcel),
de la obra de teatro Gregorio Martínez Sierra, Canción de cuna.