Hace unos días me llegaron, todos juntitos, varios “envíos postales de propaganda electoral”, que, debo decir, aún no he abierto. Ayer, me llegó el último (supongo), en este caso, del partido que lidera, encabeza o acaudilla, doña Rosa Díez. Éste, tampoco lo he abierto, pero tiene una explicación: en realidad, no es tal, sólo las dos papeletas de las listas al Ayuntamiento y a las Cortes Valencianas, plegadas por la mitad (según el eje corto) y un muy pequeño pasquín, que hasta hoy no había siquiera entrevisto, donde se identifican y cuentan algo: ni sobre de envío, ni sobres para guardar las papeletas. Economía de medios se llama, o resignación ante el caso que les pudiera hacer.
Lo que sí me ha permitido este formato de envío es comprobar las listas electorales. No me refiero a las del partido en cuestión, sino las propias listas, como concepto y como plasmación.
Físicamente, ambas son iguales (al menos, las que tengo a mi disposición): 10,5 x 29,7 cm, es decir, media hoja tamaño A4, en formato alargado, vamos, que no se trata de un A5.
Este tamaño permite ocupar la totalidad de la página con la lista para las Cortes Valencianas: encabezamiento, 40 nombres (van numerados) y 6 suplentes (también van numerados). En la lista municipal sobra algo de espacio, ya que no figuran suplentes y sólo son 33 los relacionados, en esta ocasión, sin numerar.
Sobre el formato del actual sistema electoral hace tiempo que se habla de dos cosas: unas elecciones primarias, y unas listas abiertas.
Llevo un buen rato imaginándome lo apasionante que habría sido el desarrollo de las elecciones primarias en un partido, con debates y todo, en relación con el puesto cuadragésimo de la lista a las Cortes. Cuando consiga tener una idea cabal de ello, me pasaré a imaginar lo mismo en el caso de la Comunidad de Madrid, donde creo que la lista es de ciento cuarenta y pico.
Resuelto este primer problema pasaré a considerar el tema de las listas abiertas.
El caso es que no sé cuántas candidaturas se presentan en el municipio ni en la provincia de Valencia; pero de momento, tengo ‘envíos’ de cuatro de ellas. Esto supone, en un cálculo rápido, que si las listas son abiertas, para yo poder votar a quien me parezca bien, como en el Senado, digamos, ya se necesita una hoja normal, por las dos caras, con los nombres de los 120 elegibles.
Pero seguro que no son sólo cuatro candidaturas, o sea, que podríamos empezar a preparar el correspondiente librillo. Y si se piensa en los ciento cuarenta y pico de Madrid, nos viene justa una hoja para todos (de verdad, no alcanzo a imaginarme cómo son las papeletas allí).
En resumen, que se acerca la jornada de reflexión y me tengo que ir a dormir, que si ya sale caro el sistema, el gasto que puede suponer este planteamiento (sin siquiera reflejar las caras de los candidatos), sería antológico. Y eso, por no hablar de la faena que recaería sobre los desgraciados agraciados con la mesa electoral, y lo problemático de un recuento de este modo.
De donde se deduce que cuando se propone este cambio, no se está explicando todo para que lo entendamos bien (lo que no quita que ellos, por su parte, lo tengan muy claro… lo que sea).
Lo que sí me ha permitido este formato de envío es comprobar las listas electorales. No me refiero a las del partido en cuestión, sino las propias listas, como concepto y como plasmación.
Físicamente, ambas son iguales (al menos, las que tengo a mi disposición): 10,5 x 29,7 cm, es decir, media hoja tamaño A4, en formato alargado, vamos, que no se trata de un A5.
Este tamaño permite ocupar la totalidad de la página con la lista para las Cortes Valencianas: encabezamiento, 40 nombres (van numerados) y 6 suplentes (también van numerados). En la lista municipal sobra algo de espacio, ya que no figuran suplentes y sólo son 33 los relacionados, en esta ocasión, sin numerar.
Sobre el formato del actual sistema electoral hace tiempo que se habla de dos cosas: unas elecciones primarias, y unas listas abiertas.
Llevo un buen rato imaginándome lo apasionante que habría sido el desarrollo de las elecciones primarias en un partido, con debates y todo, en relación con el puesto cuadragésimo de la lista a las Cortes. Cuando consiga tener una idea cabal de ello, me pasaré a imaginar lo mismo en el caso de la Comunidad de Madrid, donde creo que la lista es de ciento cuarenta y pico.
Resuelto este primer problema pasaré a considerar el tema de las listas abiertas.
El caso es que no sé cuántas candidaturas se presentan en el municipio ni en la provincia de Valencia; pero de momento, tengo ‘envíos’ de cuatro de ellas. Esto supone, en un cálculo rápido, que si las listas son abiertas, para yo poder votar a quien me parezca bien, como en el Senado, digamos, ya se necesita una hoja normal, por las dos caras, con los nombres de los 120 elegibles.
Pero seguro que no son sólo cuatro candidaturas, o sea, que podríamos empezar a preparar el correspondiente librillo. Y si se piensa en los ciento cuarenta y pico de Madrid, nos viene justa una hoja para todos (de verdad, no alcanzo a imaginarme cómo son las papeletas allí).
En resumen, que se acerca la jornada de reflexión y me tengo que ir a dormir, que si ya sale caro el sistema, el gasto que puede suponer este planteamiento (sin siquiera reflejar las caras de los candidatos), sería antológico. Y eso, por no hablar de la faena que recaería sobre los desgraciados agraciados con la mesa electoral, y lo problemático de un recuento de este modo.
De donde se deduce que cuando se propone este cambio, no se está explicando todo para que lo entendamos bien (lo que no quita que ellos, por su parte, lo tengan muy claro… lo que sea).
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