martes, 3 de julio de 2012

Creyente, que no crédulo

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.» Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.» Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.» Tomás le contestó: «Señor mío y Díos mío.» Dícele Jesús:
«Porque has visto has creído.
Dichosos los que no han visto y han creído.»

Hoy se celebra la festividad de Santo Tomás Apóstol, quien es conocido por el episodio de incredulidad que nos narra San Juan en su Evangelio.

Sin embargo, también San Juan nos cuenta otros momentos de la vida de Nuestro Señor en los que Santo Tomás tiene un protagonismo muy distinto a éste.

Durante la Fiesta de la Dedicación, mientras paseaba por el Templo, Jesús volvió a manifestar ante las preguntas que le hacían que Él era el Cristo: “«Yo y el Padre somos uno.»
Los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle. (…) «Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre.»
Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos.
Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había estado antes bautizando, y se quedó allí. (…)
Había un enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. (…) Cuandos se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea.» Le dicen sus discípulos: «Rabbí, hace poco que los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?» (…) Entonces Jesús les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos allá.»
Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morír con él».

Santo Tomás, pues, no sólo anima a no dejar sólo a Jesús en su regreso a Judea, sino que lo hace aunque ello les suponga también “morir con él”.

Unos meses después, tras la Última Cena, aún en el Cenáculo, Santo Tomás es nuevamente mencionado por San Juan:
“[Dice Jesús] «Y a donde yo voy sabéis el camino.»
Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Le dice Jesús:
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.»

Santo Tomás, efectivamente, acabó mártir, muriendo por (y con) Jesús, y así recorrió, en Verdad, el Camino, y alcanzó la Vida, aunque, paradójicamente, sea más conocido por su incredulidad.

Lo que no deja de ser un interesante motivo de reflexión.

Créditos:
Transcripciones del Evangelio según San Juan (20, 24-29; 10, 22 - 11, 16; y 14, 4-6), tomadas de la Nueva Biblia de Jerusalén, revisada y aumentada, editada en 1998 por Desclée De Brouwer.
Imagen de la Incredulidad de Santo Tomás, obra anónima de finales del siglo XVIII, realizada en aguada parda con pluma sobre papel, existente en el Museo del Prado de Madrid, y tomada de la página de internet de éste.

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