sábado, 23 de julio de 2011

Creyente primero; militar y diplomático, después

Nací en Nueva York, el año 1917. Viví diez años, desde los seis a los dieciséis, en Europa. Mis padres me matricularon en escuelas católicas inglesas y francesas, en donde adquirí buenos conocimientos de francés, español, italiano y alemán. Poco después de regresar a los Estados Unidos, sin ahber cumplido aún los veinte años, mi padre sufrió graves reveses en sus negocios, y no me quedó más remedio que dejar los estudios y ponerme a trabajar.
(…)
El día 2 de mayo de 1941, me presenté en la Flushing Armory de Nueva York, con otros muchos jóvenes que también iban a alistarse en el ejército. (…)
También me interrogó un siquiatra. (…) Me hizo varias preguntas extremadamente personales acerca de mis experiencias sexuales. No sin cierta vergüenza, le dije que nunca me había acostado con una mujer. El siquiatra dijo: «¡Vaya, ha aquí un hombre casto!» Luego, ceñudo, me preguntó por qué no lo había hecho y si las mujeres no me gustaban. Le contesté dándole seguridades de que sí me gustaban, pero que, a pesar de ser así, no me había acostado jamás con una. Me preguntó qué me lo había impedido. Le contesté que, pensándolo un poco me atrevería a decir que se debería, en el sesenta y cinco por ciento de los casos, a las inhibiciones propias de mi formación católica, en el treinta por ciento a que sólo había tenido oportunidades con muchachas que no me gustaban, y en el cinco por ciento restante a la falta de oportunidad con las muchachas que realmente me gustaban. El siquiatra quedó tranquilizado, sonrió, me dio una palmadita en el hombro, y me dijo: «No hay problema. Aceptado. Y buena suerte.»
” (pp. 10-12)

El día 20 de octubre de 1942, escribí lo siguiente en mi diario:
Estamos cruzando un océano infestado de submarinos enemigos que nos acechan cual tiburones para iniciar su salvaje ataque. (…) ¿De dónde sacamos esa confianza? En mi caso, el convencimiento de que tengo la conciencia tranquila ante mi Dios y de que estoy preparado para presentarme ante Él, si llega el momento, constituye una ayuda extraordinaria. No creo que me llegue la muerte en esta ocasión, pero si llega estoy preparado para comparecer ante mi Creador.
(…) En cubierta, por la noche, cuando contemplo la negra inmensidad que oculta por igual a amigos y enemigos, tengo la impresión de que Dios y la eternidad estén más cerca.
(…)
Las últimas horas del día 7 de noviembre de 1942 iban transcurriendo inexorablemente, mientras la gran flota se acercaba a la costa africana, sin que quienes se hallaban en ella la hubieran avistado. (…) Silenciosamente, los buques se dirigieron a sus respectivas posiciones, en la zona de concentración, a pocas millas de la costa. La excitación me había hecho un nudo en la garganta. La noche era negra, absolutamente negra, y nuestra expectación enra tremenada. (…) Esto fue lo que a fin de cuentas escribí, y esto era lo que sentía:
Escribo estas líneas a la 1.10 a.m. en la sala de oficiales del USS Lyon, mientras nos acercamos al punto de concentración desde el que lanzaremos el ataque. Las lanchas de desembarco están siendo puestas a flote, y los altavoces difunden música militar, con algún que otro disco de swing intercalado. (…)
Me intriga esa certidumbre que tengo de que Dios me concederá su ayuda durante la tormenta que se nos avecina. Estoy excitado, tremendamente excitado. (…)
La única manera en que puedo explicar mi carencia de miedo consiste en que el año y medio que llevo en el ejécrito me ha convertido en un soldado. Estoy orgulloso de ello, Dios mío…” (pp. 28-29 y 33-35)

En el jeep entré en la plaza de San Pedro. No había ni un vehículo. Pronto apareció un gran gentío que comenzó a vitorearnos. Llegué hasta la basílica y detuve el coche. Yo no quería entrar armado en la iglesia, ni tampoco que mis hombres se quedaran fuera mientras yo entraba. En consecuencia, esperé un poco hasta que llegó otro jeep, y ordené a los hombres que iban en él que vigilaran nuestras armas mientras estuviéramos dentro de aquella iglesia tan pletórica de significado para los católicos. Al entrar en la vasta, fresca y silenciosa iglesia sentí temor. Me sentí pequeño e insignificante, pero agradecido por haber podido llegar hasta allí. Así se lo dije a Dios en mi oración.” (pág. 71)

El Departamento del Ejército había enviado un telegrama diciendo que el general Marshall [entonces Secretario de Estado] había recabado mis servicios, por lo que debía ser su intérprete y ayudante, durante la Séptima Conferencia Panamericana que se celebraría en la capital colombiana en el mes de abril [de 1948]. (…)
Nada ocurrió hasta el día 9 de abril
[viernes]. (…) A primera hora de la mañana, traduje al general Marshall varios artículos de los diarios de Bogotá, e hice comentarios acerca de la extremada violencia del lenguaje con que discutían liberales y conservadores. (…) El general Carter regresó del teléfono y, con su habitual aire de timidez, dijo: «Era la embajada. Dicen que han matado a tiros, en el centro de la ciudad, a un individuo llamado Gaitán.» Quedé aterrado, por cuanto sabía que Jorge Gaitán era el máximo dirigente de la oposición liberal. (…) Dije al general Carter: «Si esto es verdad, hoy mismo tenemos revolución o guerra civil.» El general Carter me dirigió una mirada de reprobación, y me dijo: «Walters, no debe usted hacer afirmaciones tan categóricas en presencia del general Marshall.» Poco después comenzábamos a oír el sonido del tiroteo alrededor de la casa. Y no tardó en llegar el momento en que la lucha se extendió ya a toda la zona.
(…)
Al amanecer del (…) domingo, los tiroteos se extinguieron, y el día fue relativamente tranquilo. Decidí ir a misa a la catedral. Cecil Lyon, que también era católico, decidió acompañarme. Preguntamos al general Marshall si podíamos utilizar su automóvil, y contestó: «Sí, pueden, pero hagan el favor de devolvérmelo porque puedo necesitarlo.» Con Aníbal al volante nos dirigimos a la catedral, que se encontraba en la plaza del Capitolio. Llegamos a ésta sin dificultad, y el automóvil se detuvo ante la catedral. Subí los peldaños que lleva al sólido edificio colonial, y, con la consiguiente desilusión, vi que las puertas estaban cerradas. Para que, en Suramérica, las puertas de una catedral estén cerradas un domingo es preciso que la situación diste mucho, pero mucho, de ser normal, lo cual venía a demostrar que el que no hubiera tiroteos en aquellos momentos no significaba lo que yo había creído. Cecil Lyon, que hablaba un español excelente, no pareció amilanarse, y dijo al chófer: «Aníbal, llévanos a esa plaza en que se encuentra el hotel Granada, allí hay otra iglesia que quizá esté abierta.» Mascullando palabras para su capote, Aníbal nos llevó allá. Al entrar en la plaza, vimos que, bajo las copas de los árboles, había un buen número de soldados que, habiendo dejado sus fusiles, estaban tumbados en el suelo, en el centro de la plaza, fumando y charlando. En el preciso momento en que entramos, varios francotiradores situados en diversos edificios abrieron fuego contra los soldados que estaban bajo las copas de los árboles. Inmeditamente los soldados cogieron los fusiles y contestaron el fuego de los invisibles francotiradores ocultos en los edificios. En la plaza se armó un formidable jaleo. (…) Al momento miré la plaza por encima del hombro del chófer. Estaba desierta, con la salvedad de los soldados que disparaban contra los invisibles francotiradores ocultos en los edificios. Dije a Cecil Lyon: «Supongo que no creerás que podamos entrar ahora en la iglesia.» Cecil Lyon dirigió una calma mirada a la plaza y repuso: «Sí, ahora podemos; Aníbal, vaya hasta la iglesia.» Llegamos a la iglesia, y Cecil, diplomático muy educado, muy del tipo llamado diplomático de salón, salió del automóvil y comenzó a subir los peldaños que llevan a la iglesia, sin ni siquiera mirar atrás, hacia donde tenía lugar el feroz tiroteo. Cuando se hallaba en el cuarto peldaño, más o menos, Cecil Lyon dio media vuelta sobre sí mismo, y sin dirigir la vista hacia aquello que a él le parecía una vulgar bronca, dijo al chófer: «Aníbal, estaremos en la iglesia unos cuarenta y cinco minutos, venga a buscarnos entonces.» A estas palabras, Aníbal repuso: «¡Oh, no, no, señor! Hoy, también iré yo a misa.» Y Aníbal, moviendo las piernas a toda velocidad, nos adelantó y entró en la iglesia. Se trataba de un antiguo edificio, con gruesos muros de piedra, donde estábamos muy seguros.
Durante la misa y el sermón, el celebrante exhortó a los asistentes con las siguientes palabras: «Limitaros a arrodillaros, no hace falta que os tiréis al suelo.» Aquella mañana había mucha gente en la iglesia rezando fervorosamente, y no todos los presentes eran colombianos. Cuando salimos el fuego de los francotiradores había cesado. Los soldados volvían a encontrarse alrededor de los árboles y, al parecer, había renacido la calma. En el automóvil regresamos a casa de los Puyana.
” (pp. 85, 87 y 94-95)

El otro día, trajo Bate a estas páginas unas declaraciones de Vernon Walters sobre España. Llegará el momento de comentarlas por aquí, pero primero, creo, debemos conocer algo de la personalidad del militar y, después, diplomático.

Créditos:
Extractos de los capítulos Cómo llegué a ser soldado, A Marruecos, Con el General Clark y En Bogotá con el General Marshall, de la primera parte de Misiones discretas, libro de memorias del General Vernon A. Walters, según la traducción de Andrés Bosch, en edición de Planeta de septiembre de 1981.
Fotografías tomadas del libro:
- de soldado raso, recién ingresado en Camp Upton (Long Island), con el mono azul de trabajo, el 4 de mayo de 1941
- el 27 de septiembre de 1994, con el V Ejército, en Italia. Vernon Walters es el que está a la derecha, y el general Clark, es el tercero por la derecha.
- fotografía sin fechar, en la solapa del libro.

6 comentarios:

  1. Pues no tenía el gusto, de modo que gracias por presentarme a este señor. Bien es verdad que leí el comentario dejado por Bate y ya señalé, a continuación, que me parecía cierto lo que Franco afirmaba: él creó la clase media. Pero salvo lo que apuntó Bate (y gracias a él que lo supe) no tenía idea de quién era nuestro anotado de hoy ni cómo.

    En cuanto al tipo en cuestión que estamos tratando hoy (sí..., centrémonos no vaya a ocurrir que se nos desvíe el asunto y acabemos, como el otro día, hablando de cualquier cosa menos de cine). Pues en cuanto al tipo en cuestión, decía, me ha gustado..., me ha gustado mucho. ¿Crees que aún quedarán tipos así por el mundo? Si sí, me pido uno.

    Saludos.

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  2. Aún quedamos tipos así, S.Cid, verdad Posodo?.
    ;-)

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  3. 'Sastamente, Bate (bueno, yo no pasé de Cabo primero, pero también vale, ¿no?)

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  4. Pues será cuestión de empezar a echaros el ojo. Ah..., no..., no puedo. Necesito los dos para andar a la caza de las faltas de ortografía con que me ciegan mis alumnos. ¡Mecachis!

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  5. Además de escritor, cabo primero? Pues la experiencia de un cabo primero me vendria fenomenal para unas gestiones que tengo que realizar.

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  6. S.Cid: lástima que falte mucho para Carnaval, para disfrazarse de 'falta de ortografía' ;-)

    anómino: bienvenido por aquí. Si te puedo echar una mano, me lo dices, y vemos qué se puede hacer.

    Un saludo a todos.

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