Hace tres semanas y un poco, S.Cid dejó un comentario en estas páginas sobre la coincidencia en el tiempo de la cena de final de curso de su colegio, y un partido de fútbol de la Selección Nacional de España en este reciente Mundial. El problema no era la coincidencia en el tiempo, sino incluso, en la “organización” de la cena, supeditando totalmente éste a aquel. Resumiendo, declinó la asistencia.
Ese mismo viernes, 25 de junio, hubo otra cena coincidente. Se celebraba la “cena de compañerismo” de otro colegio, en este caso, un Colegio Oficial de Ingenieros, de la que me enteré, el lunes por la tarde, de casualidad (vamos, me lo comentó mi jefe), con el inri de que en esta edición me daban la insignia por cumplir 25 años colegiado.
Puede decirse que, nunca mejor dicho, me había quedado a la luna de Valencia. Al llegar a casa, busqué la carta que se supone me había llegado (el viernes anterior), y comprobé que el plazo para apuntarse había finalizado pocas horas antes. No obstante, llamé al día siguiente y “me hicieron un hueco”.
La coincidencia también fue, no sólo temporal, sino, aunque no exageradamente, de organización: se retrasó el inicio de las entradas (paseíllos de los camareros entre la multitud haciendo equilibrios con las bandejas, viendo uno cómo en numerosos casos sólo podía apreciar el supuesto manjar por la vista… si no te deslumbraban los focos que iluminaban la explanada de la alquería – ahora se han dedicado a rehabilitar numerosas alquerías en la zona para estas cosas de hostelería de bodas, bautizos, comuniones y otros eventos similares – naturalmente todas están en algún punto kilométrico de alguna carretera).
Una vez finalizado el partido, todos los presentes entendieron que procedía dirigirse a las mesas para dar cuenta d ela cena propiamente dicha.
Lo bueno que tiene estos actos donde te puedes encontrar gente a la que hace una eternidad (por ejemplo, 25 años) que no ves, es…, en efecto, esta escena:
“- ¡Hombre, Fulano! – mencionando exacta y precisamente tu nombre, sin error alguno – ¡Cuánto tiempo sin vernos! ¡Y sigues igual que entonces!
- Mira, aquí estamos, por lo de los 25 años. ¡Ya ves! – En vez de decir lo que realmente piensas: «¿Y quién eres tú que aún recuerdas mi nombre y a mí ni siquiera me suena tu cara?»”
Total, que se cenó, dieron las oportunas insignias (realmente quienes se las merecían fueron los que cumplieron 50 años en la profesión), hubo hasta premios o similares (a mí me tocó una sombrilla, alguien dijo que diseñada por Montesinos, pero aún no la he visto), y como mis hijos ya tenían sueño, y a mí me faltaba poco para ello, nos volvimos para casa.
Aunque tardamos un poco en conseguir aclararnos para salir del aparcamiento por cómo estaban aparcados los coches, y luego en esperar que el autobús-lanzadera contratado, terminara de maniobrar en el estrecho camino de acceso y nos dejara pasar.
Pero nada, “ya nos llamanos”, “el año que viene quedamos todos juntos en la misma mesa”,… el año que viene, o para los 50 años, ¿no?
Créditos:
Fotografías del evento, tomadas por mis hijos.
Ese mismo viernes, 25 de junio, hubo otra cena coincidente. Se celebraba la “cena de compañerismo” de otro colegio, en este caso, un Colegio Oficial de Ingenieros, de la que me enteré, el lunes por la tarde, de casualidad (vamos, me lo comentó mi jefe), con el inri de que en esta edición me daban la insignia por cumplir 25 años colegiado.
Puede decirse que, nunca mejor dicho, me había quedado a la luna de Valencia. Al llegar a casa, busqué la carta que se supone me había llegado (el viernes anterior), y comprobé que el plazo para apuntarse había finalizado pocas horas antes. No obstante, llamé al día siguiente y “me hicieron un hueco”.
La coincidencia también fue, no sólo temporal, sino, aunque no exageradamente, de organización: se retrasó el inicio de las entradas (paseíllos de los camareros entre la multitud haciendo equilibrios con las bandejas, viendo uno cómo en numerosos casos sólo podía apreciar el supuesto manjar por la vista… si no te deslumbraban los focos que iluminaban la explanada de la alquería – ahora se han dedicado a rehabilitar numerosas alquerías en la zona para estas cosas de hostelería de bodas, bautizos, comuniones y otros eventos similares – naturalmente todas están en algún punto kilométrico de alguna carretera).
Una vez finalizado el partido, todos los presentes entendieron que procedía dirigirse a las mesas para dar cuenta d ela cena propiamente dicha.
Lo bueno que tiene estos actos donde te puedes encontrar gente a la que hace una eternidad (por ejemplo, 25 años) que no ves, es…, en efecto, esta escena:
“- ¡Hombre, Fulano! – mencionando exacta y precisamente tu nombre, sin error alguno – ¡Cuánto tiempo sin vernos! ¡Y sigues igual que entonces!
- Mira, aquí estamos, por lo de los 25 años. ¡Ya ves! – En vez de decir lo que realmente piensas: «¿Y quién eres tú que aún recuerdas mi nombre y a mí ni siquiera me suena tu cara?»”
Total, que se cenó, dieron las oportunas insignias (realmente quienes se las merecían fueron los que cumplieron 50 años en la profesión), hubo hasta premios o similares (a mí me tocó una sombrilla, alguien dijo que diseñada por Montesinos, pero aún no la he visto), y como mis hijos ya tenían sueño, y a mí me faltaba poco para ello, nos volvimos para casa.
Aunque tardamos un poco en conseguir aclararnos para salir del aparcamiento por cómo estaban aparcados los coches, y luego en esperar que el autobús-lanzadera contratado, terminara de maniobrar en el estrecho camino de acceso y nos dejara pasar.
Pero nada, “ya nos llamanos”, “el año que viene quedamos todos juntos en la misma mesa”,… el año que viene, o para los 50 años, ¿no?
Créditos:
Fotografías del evento, tomadas por mis hijos.
La noche de marras, llovió a cántaros sobre los bellos jardines de los Hermanos, de manera que, según me contaron después, se hubo de tomar la cena y ver el partido en el comedor de los alumnos. Un lugar tétrico y con una acústica que enloquece. Nada que ver con el bonito y agradable restaurante que se puede apreciar en tus fotos. ;-)
ResponderEliminar¿No has abierto la sombrilla que te tocó en suerte? Pues allí, en la playa, os viene que ni pintada, ¿no? Yo no me acerco a un arenal marinero sin sombrilla ni aunque me aspen (bonita expresión de película que acaba de pasarme por el magín). O sombrilla..., o no hay playa. En su momento, incluso, compré un extraño artilugio (con forma de sacacorchos gigante) para afianzar bien la sombrilla y que no se vuele con el traidor viento del Cantábrico.