“El 20 de julio iba por las calles de Petrogrado, cuando en la avenida Newsky vi un gran grupo de gentes y me acerqué. Los vendedores de periódicos corrían en todas las direcciones, gritando:
- ¡Edición extraordinaria, con el fusilamiento del antiguo zar en Yekaterimburgo! ¡La muerte de Nikolas Romanow!
El telegrama decía: «en la noche del 17 de julio, y por orden del Soviet local de Yekaterimburgo, ha sido fusilado el ex zar Nikolas Romanow. Su familia ha sido trasladada a lugar seguro.»
La noticia era breve, cínica y terminante. Ni una palabra sobre los motivos que justificaran este asesinato inaudito. Ni el menor intento de una rectificación. Lancé una mirada en derredor y vi sobre los rostros de los hombres que me rodeaban expresiones de desesperación y de pena. Pero todos callaban; nadie se atrevía a comentar la horrible noticia, pues por amarga experiencia se sabía que había por todas partes espías de los Soviets. Sólo alguna que otra voz aislada se atrevía a poner en duda la verdad de aquella espantosa noticia.”
Y es que efectivamente, la noticia no sólo era falsa, sino que era una “breve, cínica y terminante” mentira. Eso sí, era una mentira revolucionaria.
En la noche del 16 al 17 de julio, en la casa Ipátiev, en Yekatiremburgo, en el Ural, donde estaban prisioneros del Soviet, la familia imperial y varios sirvientes así como el médico, fueron llevados al sótano, engañados (bien para hacerles una fotografía, bien porque el ejército blanco estaba cerca), y al cabo de unos minutos fueron asesinados a tiros y bayonetazos, todos, incluso el perro.
En julio de 1918 los bolcheviques no se encontraban firmemente asentados en el poder, y la guerra civil, entre los mismos revolucionarios, y entre éstos y los monárquicos, se encontraba en un proceso creciente de intensidad. Una forma de asegurar si no la victoria frente a ellos, sí al menos la ausencia de la causa de los monárquicos, era, lógica y criminalmente, eliminar a la totalidad de la familia imperial. Y así se hizo. El gobierno soviético, no obstante, no informó de ello, y sólo mencionó la ‘ejecución’ del Zar, y el traslado “ a lugar seguro” de su familia. De esta manera, la acción de los monárquicos todavía tenía una esperanza, y en su consecución, se delatarían.
Hasta finales de ese mismo año 1918, no empezarían a circular bosquejos de la verdad: “Al mismo tiempo fueron tomando más cuerpo los rumores de haber sido asesinada toda la familia imperial. Yo estuve mucho tiempo resistiéndome a creer estas espantosas noticias.”
Finalizan las memorias con esta reflexión:
“Sin cesar me persigue la triste sonrisa de mi zarina, tal como la vi por última vez en Tobolsk. Porque nosotros, los que nos llamamos fieles súbditos, no hemos cumplido nuestro deber para con la familia imperial, no hemos hecho honor al juramento que prestamos sobre la cruz y los Santos Evangelios. Este es el crimen por el cual ha de padecer infinitamente el pueblo ruso, que sufre ya hace más de diez años bajo la tiranía de los bolcheviques, mientras nosotros, desterrados de nuestro país, vegetamos en tierra extranjera, acosados por el hambre, enfrío y la pobreza.”
Créditos:
Portada y transcripción parcial del capítulo XIX Catástrofe y fuga de la obra Cómo intenté salvar a la zarina, de Sergio de Markow, según traducción de M. Perales, primera edición por Espasa-Calpe en 1929 (pp. 256-257, 279 y 281)
Ilustración de S. Sarmat titulada Ejecución del zar Nicolás II y su familia en Yekaterimburgo, incluida en la obra Histoire des Soviets de H. de Weindel, tomada de la página Romanov Memorial - Ipatiev House.
Fotografía del zar Nicolás II y familia, en 1917, tomada de ABC.
- ¡Edición extraordinaria, con el fusilamiento del antiguo zar en Yekaterimburgo! ¡La muerte de Nikolas Romanow!
El telegrama decía: «en la noche del 17 de julio, y por orden del Soviet local de Yekaterimburgo, ha sido fusilado el ex zar Nikolas Romanow. Su familia ha sido trasladada a lugar seguro.»
La noticia era breve, cínica y terminante. Ni una palabra sobre los motivos que justificaran este asesinato inaudito. Ni el menor intento de una rectificación. Lancé una mirada en derredor y vi sobre los rostros de los hombres que me rodeaban expresiones de desesperación y de pena. Pero todos callaban; nadie se atrevía a comentar la horrible noticia, pues por amarga experiencia se sabía que había por todas partes espías de los Soviets. Sólo alguna que otra voz aislada se atrevía a poner en duda la verdad de aquella espantosa noticia.”
Y es que efectivamente, la noticia no sólo era falsa, sino que era una “breve, cínica y terminante” mentira. Eso sí, era una mentira revolucionaria.
En la noche del 16 al 17 de julio, en la casa Ipátiev, en Yekatiremburgo, en el Ural, donde estaban prisioneros del Soviet, la familia imperial y varios sirvientes así como el médico, fueron llevados al sótano, engañados (bien para hacerles una fotografía, bien porque el ejército blanco estaba cerca), y al cabo de unos minutos fueron asesinados a tiros y bayonetazos, todos, incluso el perro.
En julio de 1918 los bolcheviques no se encontraban firmemente asentados en el poder, y la guerra civil, entre los mismos revolucionarios, y entre éstos y los monárquicos, se encontraba en un proceso creciente de intensidad. Una forma de asegurar si no la victoria frente a ellos, sí al menos la ausencia de la causa de los monárquicos, era, lógica y criminalmente, eliminar a la totalidad de la familia imperial. Y así se hizo. El gobierno soviético, no obstante, no informó de ello, y sólo mencionó la ‘ejecución’ del Zar, y el traslado “ a lugar seguro” de su familia. De esta manera, la acción de los monárquicos todavía tenía una esperanza, y en su consecución, se delatarían.
Hasta finales de ese mismo año 1918, no empezarían a circular bosquejos de la verdad: “Al mismo tiempo fueron tomando más cuerpo los rumores de haber sido asesinada toda la familia imperial. Yo estuve mucho tiempo resistiéndome a creer estas espantosas noticias.”
Finalizan las memorias con esta reflexión:
“Sin cesar me persigue la triste sonrisa de mi zarina, tal como la vi por última vez en Tobolsk. Porque nosotros, los que nos llamamos fieles súbditos, no hemos cumplido nuestro deber para con la familia imperial, no hemos hecho honor al juramento que prestamos sobre la cruz y los Santos Evangelios. Este es el crimen por el cual ha de padecer infinitamente el pueblo ruso, que sufre ya hace más de diez años bajo la tiranía de los bolcheviques, mientras nosotros, desterrados de nuestro país, vegetamos en tierra extranjera, acosados por el hambre, enfrío y la pobreza.”
Créditos:
Portada y transcripción parcial del capítulo XIX Catástrofe y fuga de la obra Cómo intenté salvar a la zarina, de Sergio de Markow, según traducción de M. Perales, primera edición por Espasa-Calpe en 1929 (pp. 256-257, 279 y 281)
Ilustración de S. Sarmat titulada Ejecución del zar Nicolás II y su familia en Yekaterimburgo, incluida en la obra Histoire des Soviets de H. de Weindel, tomada de la página Romanov Memorial - Ipatiev House.
Fotografía del zar Nicolás II y familia, en 1917, tomada de ABC.
El careto del Zar en el retrato que has subido del ABC es un poema. Triste poema, la verdad.
ResponderEliminarYo creo, que Él ya sabía lo que se le venía encima.
(..Tuvo que adaptar el carlista "Dios, Patria, Rey" para conseguir la reacción del pueblo ruso, porque lo que era defender el comunisno... pues no estaban muy por la labor).
He pillado esta frase que has dejado en el blog de Caraguevo, referente, al padrecito Stalin, que viene muy a cuento.
Joder, Posodo, vaya racha llevas de frases para esculpirla en mármol.
En nuestro país, maese Posodo, en cambio, la ministrilla de Defensa comienza a censurar -ordenzas mediante-, cualquier vinculación de nuestros ejercitos, con la Cruz.
¿Acaso piensa esta calamidad que un soldado español da su vida por mil miserable euros?
Sí, la mentira los hará esclavos, y Telecinco idiotas del todo...
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