“- ¿Cree usted en la lucha de mi pueblo por sus derechos humanos?
La agitación del doctor y su suave y ronca
pregunta hicieron brotar de repente lágrimas de los ojos de Jake. Un repentino
e inflamado arrebato de amor le hizo coger la negra, huesuda mano que sujetaba
el cubrecama y apretarla con fuerza.
- Claro –dijo.
- ¿Lo extremo de nuestras necesidades?
- Sí.
- ¿La falta de justicia? ¿La amarga desigualdad? –El
doctor Copeland tosió y escupió en uno de los trocitos de papel que guardaba
bajo la almohada–. Tengo un programa. Es un plan muy sencillo, concentrado. Quiero
concentrarme en un solo objetivo. Este mismo año, en agosto, pienso dirigir a más
de un millar de negros de este condado en una marcha. Una marcha hacia
Washington. Todos juntos formando un único y sólido cuerpo. Si mira en ese
bargueño de ahí, verá un montón de cartas que he escrito esta semana y que
entregaré personalmente –el doctor Copeland deslizó sus nerviosas manos arriba
y debajo de los costados de la estrecha cama –. ¿Se acuerda usted de lo que le
dije hace un ratito? Recordará que mi único consejo fue: no intente estar solo.
- Me doy cuenta –dijo Jake.
- Pero una vez que haya entrado, esto tiene que
serlo todo. Lo primero y lo más importante. Su trabajo de ahora y de siempre.
Debe darlo todo sin restricciones, sin esperanza de beneficio personal, sin
descanso ni perspectivas de descanso.
- Por los derechos de los negros en el Sur.
- En el Sur y aquí en este mismo condado. Y debe
ser todo o nada. Sí o no.
El doctor Copeland se recostó en la almohada. Sólo
sus ojos parecían estar vivos. Le ardían en la cara como carbones encendidos.
La fiebre daba a sus mejillas un color púrpura cadavérico. Jake frunció el ceño
y apretó los nudillos contra su blanda, ancha y temblorosa boca. El color afluía
a su cara. Afuera se iniciaban las primeras y pálidas luces de la mañana. La bombilla
eléctrica suspendida del techo ardía con desagradable nitidez en la aurora.
Jake se puso de pie y permaneció rígidamente a los
pies de la cama. Dijo de manera categórica:
- No. Ésa no es la visión correcta. Estoy
absolutamente seguro de que no. En primer lugar, nunca lograría usted salir de
la ciudad. Disolverían la marcha diciendo que es una amenaza para la salud pública…,
o alguna otra razón inventada. Le arrestarían, y nada se habría ganado con
ello. Pero incluso si, por alguna especie de milagro, llegara usted a
Washington, tampoco serviría de nada. Bueno, ¡toda la idea es descabellada!”
Lo anterior se publicó en
1940, y, según parece, la acción de la novela se desarrolla en una pequeña
ciudad del estado sureño de Georgia, estado natal de la autora.
23 años después, también otro
natural de Georgia, Martin Luther King jr., también impulsó una marcha hacia
Washington, también en agosto, también una idea descabellada.
Hace tres semanas se
celebraron los cincuenta años del final de aquella marcha… con un discurso en
el Mall de… Washington.
Una descabellada especie
de milagro.
Créditos:
Extracto del capítulo 13
de la Segunda Parte de El corazón es un cazador solitario, obra de Carson McCullers, según
traducción de R. M. Bassols, tomado de la decimosexta impresión (febrero 2013) de
la primera edición en la colección Biblioteca
Formentor de Seix Barral (pp.
320-321), de la biblioteca del autor.
Fotografía de Martin Luther King jr. durante
el discurso del 28 de agosto de 1963 an Washington, tomada de la noticia de
internet de ABC.
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