miércoles, 18 de septiembre de 2013

Y el milagro... marchó

- ¿Cree usted en la lucha de mi pueblo por sus derechos humanos?
La agitación del doctor y su suave y ronca pregunta hicieron brotar de repente lágrimas de los ojos de Jake. Un repentino e inflamado arrebato de amor le hizo coger la negra, huesuda mano que sujetaba el cubrecama y apretarla con fuerza.
- Claro –dijo.
- ¿Lo extremo de nuestras necesidades?
- Sí.
- ¿La falta de justicia? ¿La amarga desigualdad? –El doctor Copeland tosió y escupió en uno de los trocitos de papel que guardaba bajo la almohada–. Tengo un programa. Es un plan muy sencillo, concentrado. Quiero concentrarme en un solo objetivo. Este mismo año, en agosto, pienso dirigir a más de un millar de negros de este condado en una marcha. Una marcha hacia Washington. Todos juntos formando un único y sólido cuerpo. Si mira en ese bargueño de ahí, verá un montón de cartas que he escrito esta semana y que entregaré personalmente –el doctor Copeland deslizó sus nerviosas manos arriba y debajo de los costados de la estrecha cama –. ¿Se acuerda usted de lo que le dije hace un ratito? Recordará que mi único consejo fue: no intente estar solo.
- Me doy cuenta –dijo Jake.
- Pero una vez que haya entrado, esto tiene que serlo todo. Lo primero y lo más importante. Su trabajo de ahora y de siempre. Debe darlo todo sin restricciones, sin esperanza de beneficio personal, sin descanso ni perspectivas de descanso.
- Por los derechos de los negros en el Sur.
- En el Sur y aquí en este mismo condado. Y debe ser todo o nada. Sí o no.
El doctor Copeland se recostó en la almohada. Sólo sus ojos parecían estar vivos. Le ardían en la cara como carbones encendidos. La fiebre daba a sus mejillas un color púrpura cadavérico. Jake frunció el ceño y apretó los nudillos contra su blanda, ancha y temblorosa boca. El color afluía a su cara. Afuera se iniciaban las primeras y pálidas luces de la mañana. La bombilla eléctrica suspendida del techo ardía con desagradable nitidez en la aurora.
Jake se puso de pie y permaneció rígidamente a los pies de la cama. Dijo de manera categórica:
- No. Ésa no es la visión correcta. Estoy absolutamente seguro de que no. En primer lugar, nunca lograría usted salir de la ciudad. Disolverían la marcha diciendo que es una amenaza para la salud pública…, o alguna otra razón inventada. Le arrestarían, y nada se habría ganado con ello. Pero incluso si, por alguna especie de milagro, llegara usted a Washington, tampoco serviría de nada. Bueno, ¡toda la idea es descabellada!

Lo anterior se publicó en 1940, y, según parece, la acción de la novela se desarrolla en una pequeña ciudad del estado sureño de Georgia, estado natal de la autora.

23 años después, también otro natural de Georgia, Martin Luther King jr., también impulsó una marcha hacia Washington, también en agosto, también una idea descabellada.

Hace tres semanas se celebraron los cincuenta años del final de aquella marcha… con un discurso en el Mall de… Washington.


Una descabellada especie de milagro.

Créditos:
Extracto del capítulo 13 de la Segunda Parte de El corazón es un cazador solitario, obra de Carson McCullers, según traducción de R. M. Bassols, tomado de la decimosexta impresión (febrero 2013) de la primera edición en la colección Biblioteca Formentor de Seix Barral (pp. 320-321), de la biblioteca del autor.
Fotografía de Martin Luther King jr. durante el discurso del 28 de agosto de 1963 an Washington, tomada de la noticia de internet de ABC.

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