“¡Qué
afluencia en aquel gran salón de la universidad de Christiania, donde iba á
efectuarse el sorteo, y hasta en los patios, puesto que el salón no podía
contener á tanta gente, y hasta en las calles vecinas, puesto que los patios
eran aún demasiados pequeños para contener á todo aquel populacho!
(…)
El
sorteo, pues, debía comenzar á las tres en punto.
Había
cien lotes, divididos en tres series: primera, noventa lotes de ciento á mil
marcos, de un valor total de cuarenta y cinco mil marcos; segunda, nueve lotes
de mil á nueve mil marcos, igualmente de un valor total de cuarenta y cinco mil
marcos; tercer, un lote, el premio mayor, de cien mil marcos.
Al
revés de lo que ordinariamente se hace en las loterías de este género, el gran
efecto se había reservado para el final.
No
debía adjudicarse el premio grande al primer número que saliese, sino al último,
es decir, al centésimo.
De
aquí una sucesión de impresiones, de emociones,de latidos de corazón, que iría
siempre creciendo. No hay para qué decir que el número premiado una vez, no podía
ganar una segunda, y sería anulado, por tanto, si volviese á salir de las
urnas.”
“Á
las dos y media se abrió una puerta detrás del estrado, en el fondo de la sala.
El presidente del despacho apareció digno, serio, ostentando ese aire
dominador, ese porte de cabeza especial á todo hombre llamado á presidir un
acto cualquiera. Dos asesores, no menos graves, le seguían.
Después
se vio entrar seis niñas llenas de cintas y de flores, rubias, con ojos azules,
con las manos un poco rojas, en las cuales se reconocía visiblemente las manos
de la inocencia, predestinadas al sorteo de las loterías.
Su
entrada fue acogida por un murmullo, que atestiguaba desde luego el placer que
se experimentaba al ver los directores de la lotería de Christiania, y después
la impaciencia que habían provocado al no aparecer más pronto sobre el estrado.
Si
había seis niñas, era porque había también
seis urnas, dispuestas sobre una mesa, y de las cuales debían salir seis
números á cada extracción.
Cada
una de estas urnas contenía los diez números 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 0,
representando las unidades, decenas, centenas, millar, decenas de millar y
centenas de millar.
Si
no había una séptima urna para la columna del millón, era porque, según esta
manera de sortear, se había convenido que si los seis ceros salían á la vez, representaban
el número millón, lo que repartía igualmente las probabilidades entre todos los
números.
Además,
se había decidido que éstos serían sucesivamente extraídos de las urnas,
empezando por la que estaba a la izquierda del público.
El
número premiado se formaría de esta manera ante los ojos de los espectadores,
primero por la cifra de la columna de las centenas de millar, después de las
decenas de millar, y así sucesivamente hasta la columna de las unidades.
Gracias á este convenio, júzguese con qué emoción vería cada uno aumentar sus
probabilidades después de la salida de cada cifra.
Á
las tres en punto, el presidente hizo un signo con la mano, y declaró abierta
desde luego la sesión.”
Así narra Julio Verne la emoción previa a
un sorteo de lotería (y, concienzudamente, el protocolo del sorteo) que se sitúa
en Christiania (para los más jóvenes, la actual Oslo en la actual Noruega), en
una novela (poco conocida) de su serie de viajes (a pesar del título de la
misma –aunque tal vez así quisiera insinuar que todo viaje no deja de ser una
lotería–).
No sé de nadie que haya narrado la
emoción del primer sorteo de lotería en España, cuya fecha, por otro lado,
tampoco conozco.
Lo que sí sabemos es que el origen de la
misma se sitúa, tal día como hoy, pero en 1763, es decir, hace 250 años, y,
como es lógico, se celebra con un sorteo extraordinario, ilustrado,
naturalmente, con una imagen que, exactamente,… tampoco sé de qué es.
Créditos:
Extractos (respetando la ortografía
original) del capítulo XIX de Un billete de lotería. El número 9672, obra de Julio Verne, según traducción de D. A.
de A., publicada en dos partes por Agustín Jubera, editor de Madrid, en 1886, mismo
año de la publicación original en Francia (pp. 34 y 35 de la segunda parte), de
la biblioteca del autor.
Ilustración de George Roux, tomada de la
edición expresada, y que, entiendo, también forma parte de la primera edición
francesa.
Imagen que ilustra los décimos de lotería
correspondientes al sorteo extraordinario por esta efemérides.
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