lunes, 18 de febrero de 2013

Si el caminante es político, sí hay camino

La moral y la política van por caminos apartados uno de otro. Por ello, siempre se juzga un acontecimiento desde campo totalmente distinto según que se le valore desde el punto de vista de la humanidad o desde el del provecho político. Moralmente, la ejecución de María Estuardo sigue siendo un hecho en absoluto indisculpable: contra todo el derecho entre los pueblos en plena paz, se había aprisionado a la reina del país vecino; en secreto se le habían tendido lazos, y del modo más pérfido se le habían atado las manos. Pero tampoco se puede negar que, desde el punto de vista de la política de Estado, la eliminación de María Estuardo era una recta determinación para Inglaterra. Pues, en la política –¡por desgracia!–, cuando se toma una medida no decide el derecho, sino su éxito. Y con la ejecución de María Estuardo, el éxito, en sentido político, aprueba posteriormente el asesinato, pues les proporciona a Inglaterra y a su reina no inquietud, sino calma. Cecil y Walsingham apreciaron rectamente la positiva situación de las fuerzas. Supieron que los Estados extranjeros son débiles, en todo tiempo, ante un gobierno realmente fuerte y que contemplan con cobardía sus actos de violencia y hasta sus crímenes. Calculaban rectamente al pensar que el mundo no se dejaría poner en conmoción por este suplicio, y, en efecto, los toques de clarín de venganza de Francia y Escocia quedaron helados de repente. Enrique III no rompe en modo alguno sus relaciones diplomáticas con Inglaterra, según había amenazado, y mucho menos ahora que antes, cuando se trataba de salvar la vida de María Estuardo, envía ni un único soldado al otro lado del Canal para vengar su muerte. En todo caso, hace decir en Notre-Dame una bella misa de difuntos y los poetas escriben algunas estrofas elegíacas; pero con ello queda despachado, para Francia, el asunto de María Estuardo y cae en el olvido. En el Parlamento escocés se hace un poco de ruido; Jacobo VI [hijo de María Estuardo] se pone trajes de luto, pero pronto vuelve a cabalgar placenteramente en los caballos regalados por Isabel, acompañado de los perros bracos obsequio de la misma Isabel, y se va de caza y continúa siendo el vecino más cómodo que jamás haya conocido Inglaterra. Sólo Felipe el Lento de España se despierta ahora y prepara la Armada. Pero se encuentra solo y contra él se alza la buena suerte de Isabel que corresponde a su grandeza, como en todos los soberanos ricos en gloria. Antes aún de que estalle la batalla, la Armada es destrozada por la tempestad, y con ello se abate el ataque, largo tiempo planeado, de la Contrarreforma. Isabel ha triunfado de un modo definitivo, e Inglaterra, con la muerte de María Estuardo, hace frente a sus más extremos peligros. Los tiempos de la defensiva han pasado; ahora, su escuadra llega a ser poderosa para poder atacar, a través del océano, en todas las partes de la Tierra, y tan magnífica que puede ligarlas en un Imperio Unido. La riqueza crece, un nuevo arte florece en los últimos años de la vida de Isabel. Nunca fue más admirada la reina, nunca más amada ni venerada que después de esta malísima acción suya. Siempre sobre las piedras angulares de la dureza y de la injusticia son edificados los grandes Estados; siempre sus cimientos tienen sangre como argamasa; injusticia, en la política, sólo las cometen los vencidos, y la Historia pasa sobre ellos con paso de bronce.

El 8 de febrero de 1587 era ejecutada María Estuardo… en Inglaterra; en España, ya con la reforma del calendario gregoriano, era 18 de febrero.

Con independencia de las fechas formales, lo que nos muestra Stefan Zweig es que “los Estados extranjeros son débiles, en todo tiempo, ante un gobierno realmente fuerte y que contemplan con cobardía sus actos de violencia y hasta sus crímenes”, y lamentablemente, la Historia no ha dejado de confirmar esta afirmación, no ya desde 1587, sino, más aún, desde 1934, año en que fue escrita.

¿Y qué decir de la frase de inicio del párrafo: “La moral y la política van por caminos apartados uno de otro”?

Pues que no hace falta decir más.

Créditos:
Extracto del capítulo Sainete (1587-1603) de la obra María Estuardo, de Stefan Zweig, según traducción de Ramón Mª Tenreiro, tomado de la séptima edición, de 2008, realizada por Editorial Juventud en su colección Libros de Bolsillo Z (pp. 348-349).

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