“La
moral y la política van por caminos apartados uno de otro. Por ello, siempre se
juzga un acontecimiento desde campo totalmente distinto según que se le valore
desde el punto de vista de la humanidad o desde el del provecho político.
Moralmente, la ejecución de María Estuardo sigue siendo un hecho en absoluto
indisculpable: contra todo el derecho entre los pueblos en plena paz, se había
aprisionado a la reina del país vecino; en secreto se le habían tendido lazos,
y del modo más pérfido se le habían atado las manos. Pero tampoco se puede negar
que, desde el punto de vista de la política de Estado, la eliminación de María
Estuardo era una recta determinación para Inglaterra. Pues, en la política
–¡por desgracia!–, cuando se toma una medida no decide el derecho, sino su
éxito. Y con la ejecución de María Estuardo, el éxito, en sentido político,
aprueba posteriormente el asesinato, pues les proporciona a Inglaterra y a su
reina no inquietud, sino calma. Cecil y Walsingham apreciaron rectamente la
positiva situación de las fuerzas. Supieron que los Estados extranjeros son
débiles, en todo tiempo, ante un gobierno realmente fuerte y que contemplan con
cobardía sus actos de violencia y hasta sus crímenes. Calculaban rectamente al
pensar que el mundo no se dejaría poner en conmoción por este suplicio, y, en
efecto, los toques de clarín de venganza de Francia y Escocia quedaron helados
de repente. Enrique III no rompe en modo alguno sus relaciones diplomáticas con
Inglaterra, según había amenazado, y mucho menos ahora que antes, cuando se
trataba de salvar la vida de María Estuardo, envía ni un único soldado al otro
lado del Canal para vengar su muerte. En todo caso, hace decir en Notre-Dame
una bella misa de difuntos y los poetas escriben algunas estrofas elegíacas;
pero con ello queda despachado, para Francia, el asunto de María Estuardo y cae
en el olvido. En el Parlamento escocés se hace un poco de ruido; Jacobo VI [hijo
de María Estuardo] se pone trajes de
luto, pero pronto vuelve a cabalgar placenteramente en los caballos regalados
por Isabel, acompañado de los perros bracos obsequio de la misma Isabel, y se
va de caza y continúa siendo el vecino más cómodo que jamás haya conocido
Inglaterra. Sólo Felipe el Lento de España se despierta ahora y prepara la
Armada. Pero se encuentra solo y contra él se alza la buena suerte de Isabel
que corresponde a su grandeza, como en todos los soberanos ricos en gloria.
Antes aún de que estalle la batalla, la Armada es destrozada por la tempestad,
y con ello se abate el ataque, largo tiempo planeado, de la Contrarreforma.
Isabel ha triunfado de un modo definitivo, e Inglaterra, con la muerte de María
Estuardo, hace frente a sus más extremos peligros. Los tiempos de la defensiva
han pasado; ahora, su escuadra llega a ser poderosa para poder atacar, a través
del océano, en todas las partes de la Tierra, y tan magnífica que puede
ligarlas en un Imperio Unido. La riqueza crece, un nuevo arte florece en los
últimos años de la vida de Isabel. Nunca fue más admirada la reina, nunca más
amada ni venerada que después de esta malísima acción suya. Siempre sobre las
piedras angulares de la dureza y de la injusticia son edificados los grandes
Estados; siempre sus cimientos tienen sangre como argamasa; injusticia, en la
política, sólo las cometen los vencidos, y la Historia pasa sobre ellos con
paso de bronce.”
El 8 de febrero de 1587 era ejecutada María Estuardo… en Inglaterra; en España, ya con la reforma del calendario
gregoriano, era 18 de febrero.
Con independencia de las fechas formales,
lo que nos muestra Stefan Zweig es que “los
Estados extranjeros son débiles, en todo tiempo, ante un gobierno realmente
fuerte y que contemplan con cobardía sus actos de violencia y hasta sus
crímenes”, y lamentablemente, la Historia no ha dejado de confirmar esta
afirmación, no ya desde 1587, sino, más aún, desde 1934, año en que fue
escrita.
¿Y qué decir de la frase de inicio del párrafo:
“La moral y la política van por caminos apartados
uno de otro”?
Pues que no hace falta decir más.
Créditos:
Extracto del capítulo Sainete (1587-1603) de la obra María Estuardo, de Stefan Zweig, según
traducción de Ramón Mª Tenreiro, tomado de la séptima edición, de 2008,
realizada por Editorial Juventud en su colección Libros de Bolsillo Z (pp. 348-349).
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