jueves, 14 de febrero de 2013

El Este también existe

Uno de los hechos preponderantes que ha de atribuirse a a influencia de Bizancio, fue la conversión de los Eslavos y de los pueblos que a ellos cabía asimilar, hecho que fue aún más considerable, porque coincidió con la salida de aquellas razas de su bárbara nebulosa original y con su entrada en la civilización. (…) En el último tercio del siglo IX había tres Estados Eslavos importantes: Bulgaria, rival de Bizancio; Moravia, a la que la invasión Húngara comenzaba a escindir en dos grupos, el de Bohemia y el de Yugoslavia; y en fin, y sobre todo, Rusia, que había de crecer considerablemente. (…)
El primer país eslavo ganado para Cristo fue Moravia, la tierra de las actuales Bohemia y Eslovaquia, que, al comienzo del siglo IX, estaba en pleno desarrollo. Algunos comerciantes griegos y venecianos, y también algunos misioneros francos, venidos de Ratisbona o de Passau, habían llevado allí la semilla evangélica. (…) En 846 subió al trono de Bohemia, Ratislav, apoyado por Luis el Germánico, que esperaba controlar por ese medio aquel peligroso Estado vecino. Mas apenas entronizado, el joven príncipe no tuvo más que una idea: liberarse del Imperio de los Germanos. Como él mismo estaba bautizado, juzgó, muy sabiamente, que la manera como se convirtiera su pueblo tendría gran importancia en cuanto a su política. Se dirigió primero a Roma para que le enviaran misioneros italianos que hablaran el eslavo, lengua de los suyos; y no se pudo complacerle. Entonces se volvió hacia Bizancio. Una embajada morava llegó así en 862, al palacio del Basileus, que lo era el lastimoso Miguel III, junto al cual, afortunadamente, se hallaba el inteligentísimo patriarca Focio. (…)
Fueron encargados de llevar el Evangelio a Moravia dos hombres, dos hermanos, Constantino (que tomó el nombre de Cirilo) y Metodio, el primero de los cuales, sobre todo, era muy inteligente. Nacidos en Tesalónica, donde los Eslavos eran numerosos, los dos hablaban corrientemente su lengua. Constantino todavía joven, había revelado ya sus singulares dotes cumpliendo una delicada misión semidiplomática, semirreligiosa, cerca de los Kasares del bajo Volga y del Dnieper. Visiblemente bendecido por Dios, había tenido también la suerte insigne de encontrar, a su paso por Jerson, los restos del gran Papa San Clemente que murió en el destierro. Mostró sus eminentes cualidades en el cuidado que puso en preparar su campaña de evangelización. Como los Moravos no tenían alfabeto propio para transcribir su lengua, Cirilo les creó uno, combinando el alfabeto glagolítico, antepasado del alfabeto ruso: y con aquella nueva grafía preparó la traducción de los principales elementos de la liturgia para que le entendiesen aquellos a quienes había de dirigirse.
Los dos hermanos llegaron a Moravia en 863 y su tarea allí no fue fácil. Los misioneros latinos, es decir germánicos, no estaban dispuestos a facilitársela, y como los carolingios de Alemania no cesaban de intervenir a viva fuerza en el país, las sacudidas de sus intervenciones eran peligrosas para Cirilo y Metodio. A pesar de todo, y gracias a su conocimiento de la lengua, realizaron rápidos progresos: y las masas populares empezaron a hacerse bautizar. En el acto, los Occidentales se inquietaron; el uso litúrgico del eslavo les pareció, por otra parte, blasfemo y denunciaron al Papa a sus competidores como peligrosos herejes. En 868, cuando los dos hermanos esperaban en Venecia un barco para llevar a Bizancio a algunos de sus discípulos que debían ser ordenados, pues ellos mismos no eran obispos, recibieron del Papa Nicolás la indicación de que acudieran a dar explicaciones. Mas, como llegaron a la Ciudad Eterna llevando entre sus bagajes el más hermoso regalo que pudiera hacerse a un Papa, las reliquias de San Clemente, se arregló todo. Adriano II les autorizó para celebrar la Misa en eslavo. Y cuando Metodio regresó solo, por haber muerto santamente Constantino en Roma, lo hizo con el título de arzobispo y con autoridad sobre una inmensa diócesis, que abarcaba toda Checoslovaquia y casi toda la actual Yugoslavia.
Los últimos años de Metodio no fueron, sin embargo, muy tranquilos. Fue criticado de nuevo violentamente por los prelados alemanes, que incluso lo detuvieron e hicieron azotar con varas, y no cesaron de denunciarlo a Roma como hereje; se vio medio desautorizado por el Papa Juan VIII, quien, mal informado, le ordenó que no utilizase el eslavo más que en sermones y no en la liturgia; pero el animoso misionero supo resistir. Cuando murió, en 884, toda Moravia era cristiana. (…) Si Bohemia, posteriormente, hubo de desempeñar un papel de bastión cristiano en Europa Central, hay que reconocer que el mérito corresponde a Cirilo y a Metodio, los dos Santos bizantinos.

El 14 de febrero, como apenas nadie sabe, se celebra la festividad de los Santos Cirilo y Metodio, declarados por el Papa Beato Juan Pablo II como copatronos de Europa. Y es que leyendo textos como éste, se nos muestra (y demuestra) que Europa es mucho más que el extremo occidental en el que nos encontramos. Y que si ya se ha conseguido que ignoremos mucha de la Historia de Europa Occidental, es inmensa la ignorancia que tenemos en relación con la Historia de Europa Oriental.

Con un poco de suerte, a alguien le sonará lo del ‘alfabeto cirílico’, aunque desconozca su origen misionero, y con algo más de suerte, otro alguien vinculará el nombre de ‘Cirilo’ a Europa oriental gracias a la película Las sandalias del pescador.

Película que, más que la novela de Morris West (cuyas concordancias ignoro, pues no tengo ni una ni otra), volverá de nuevo a ponerse de moda como cada vez que se celebra un Cónclave. Aunque, como siempre, los haya que sigan, viéndolo desde una óptica estrictamente humana e incluso empresarial, sin aprender nada sobre el particular.

Créditos:
Extracto del apartado La conversión de los Eslavos, del capítulo IX Bizancio resurge, pero se separa de Roma, en el Tomo III La Iglesia de los tiempos bárbaros, de la obra de Daniel Rops, Historia de la Iglesia de Cristo, tomado de la edición especial realizada para Círculo de Amigos de la Historia, en 1970 (pp. 338-340).

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