sábado, 23 de febrero de 2013

Preparando la escalada

Un modesto joven se dirigía en pleno verano desde Hamburgo, su ciudad natal, a Davos Platz, en el cantón de los Grisones. Iba allí a hacer una visita de tres semanas.
Pero desde Hamburgo hasta aquellas alturas, el viaje es largo.

El pasado día 6, en la sesión del Club de Lectura de Casa del Libro de Valencia, se confirmó que la siguiente obra que se comentaría sería La montaña mágica, de Thomas Mann. Y se comentaron diversos aspectos, a modo de aperitivio.

En primer lugar, claro, se confirmó que “el viaje es largo”: 1.051 páginas hasta el fin del índice en la edición que estoy manejando. Por ello, se marcaron tres etapas, es decir, tres sesiones del Club, que se corresponden con los capítulos 1-3, 4-5 y 6-7. La primera etapa, dentro de diez días, el 5 de marzo.

También se recomendó, ya que estamos en ese mundo, una serie de televisión Los Mann, la cual parece que refleja con bastante fidelidad el ambiente familiar del autor y de su familia.

Entrando ya en materia literaria, por parte de quienes ya habían leído la obra se insistió en varios aspectos de la obra que pueden, tal vez, frenar a quien no esté acostumbrado:
- por un lado, en la narración hay mucho retroceso en el tiempo.
- por otro, la obra es pródiga en la abundancia de detalles.

Cosa ésta última que veo que ya nos advierte el autor:
La contaremos [la historia] en detalle, exacta y mninuciosamente; pues ¿cuándo ha dependido lo amena o lo larga que se nos hiciera una historia del tiempo que requiere contarla? Al contrario, sin temor al reproche de haber sido meticulosos en exceso, nos inclinamos a pensar que sólo es verdaderamente ameno lo que ha sido narrdo con absoluta meticulosidad.

Aun así, la recomendación fue que no hay que quedarse en los detalles, sino captar el ambiente… ambiente mágico, se insistió.

(Eso sí, yendo un poco más a lo ‘prosaico’, sobre los detalles del ambiente, se destacó el correspondiente a los balnearios.)

Una cosa que sí fue objeto de comentario es la traducción. Según parece, La montaña mágica ha sufrido traducciones con resultados muy dispares (de hecho, en la edición que manejo se destaca en portada que se trata de una “nueva traducción”). Ya veremos, pues, qué tal resulta.

Pero el viaje, que durante tanto tiempo transcurre con facilidad y en línea recta, comienza de pronto a complicarse. Hay paradas y contratiempos. En Rorschach, en territorio suizo, se vuelve a tomar el ferrocarril; pero sólo se consigue llegar hasta Landquart, pequeña estación alpina donde hay que cambiar de tren. Es un tren de vía estrecha, que obliga a una espera prolongada a la intemperie, en una comarca bastante desprovista de encantos; y desde el instante en que la máquina, pequeña pero obviamente de una tracción excepcional, se pone en movimiento, comienza la parte realmente arriesgada del viaje, iniciando una subida brusca y ardua que parece no tener fin. Pues Landquart aún se halla situado a una altura relativamente moderada;…

En resumen, hay que cogerlo con cariño, sin agobios.

… aquí comienza el verdadero ascenso a la alta montaña, por un camino pedregoso salvaje y amenazador.

Créditos:
Extractos del inicio del capítulo 1, y de Intenciones del autor, texto a modo de prefacio, según traducción de Isabel García Adanes (de 2005), de La montaña mágica, de Thomas Mann, tomados de la séptima reimpresión (septiembre de 2012) de la primera edición (abril de 2009), realizada por Edhasa como número 233 de su colección Pocket Edhasa.

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