miércoles, 15 de septiembre de 2010

Cosecha del 39. V: Hello, Mr. Teacher!

En el inicio de curso de 1870, entre otros muchos en el conjunto del mundo, casi seguro que totalmente desconocidos, se estrenaba un nuevo maestro en el tradicional e inglés Colegio de Brookfield.

Lo de tradicional e inglés nos lo dejan bien claro en la conversación que mantienen al prinicipio, dos de los profesores del Colegio:
“- A la honrosa memoria de Jonathan Brookfield, fundador del Colegio Brookfield, para gloria de Dios y la promoción de la piedad y el estudio en el año del señor de 1492. ¡1492!
-El año en que Colón descubrió América.
- El Colegio Brookfield. Casi se pueden sentir los siglos. Tiempos grises y sueños de un arduo pasado.
- Estamos en el corazón de Inglaterra, Mr. Jackson, un corazón que late con sosiego.
¡Ah! Ahí está el tren especial. En quince minutos el corazón de Inglaterra sufrirá ligeras palpitaciones.


Así empezaba el curso de 1928, pero lo que nos interesa es lo que empezó 58 años antes.

También entonces, un tren especial desde Londres permitía llegar a Brookfield a los alumnos del Colegio, así como a algún que otro maestro, igualmente, para empezar, aunque él, además del curso, en la docencia.

Es recibido por el director, y presentado al claustro de profesores , quienes, amigablemente, le alientan en el desempeño de la profesión:
- ¿Primario de básica, eh? Bueno, es el comienzo del nuevo maestro.
- No permita que le dominen.
- Eche un vistazo a su silla, por si hay chinchetas.
- O algún gato en el pupitre.
- Gracias, ya me apañaré.
- ¿Tiene inclinaciones atléticas? No siempre son violentos. Vaya, no llevan armas.
- No haga caso a mis colegas. Los chicos están un poco inquietos el primer día. Para ellos, un maestro nuevo es como practicar la caza mayor.
- Mucha suerte.
- Mantendremos los dedos cruzados.
- Muchas gracias.
- ¡Ah! ¿El director tendrá su dirección, naturalmente? Por si acaso.


Naturalmente, la cosa no es para tanto, aunque de la visita que le hace el director en su primera clase no sale muy bien parado que digamos (claro, que los alumnos, menos):
Hoy hace exactamente 18 años desde que tuve la ocasión de castigar al curso entero. Los jóvenes caballeros de entonces acudieron honestamente a recibir su castigo. Espero que pueda decir lo mismo de ustedes. Se presentarán ante mí mañana por la tarde por orden alfabético y a intervalos de tres minutos a partir de las tres. Creo que les puedo prometer que no he perdido ni un ápice de mi vigor.

Como consecuencia de ello, el nuevo maestro decide dejar las cosas claras con los alumnos, y claro, se pasa. Los castiga justo la tarde en que hay un partido de criquet contra la escuela rival. Se da cuenta, pide perdón a los alumnos (aunque el castigo se cumple respaldado por el director, ¡faltaría más, es la autoridad del maestro!), rectifica en su forma de tratar a los alumnos, y va pasando el tiempo, que en definitiva, es de lo que va la película.

El tiempo, por ejemplo, en los medios de transporte o de comunicación. Lógicamente, está el tren. Pero en ese primer viaje, causa sensación otro: “¡Mirad, un globo! / Me pregunto a dónde ira. / Él también.”, dicen los alumnos, e incluso el nuevo maestro se agita dentro del compartimiento intentando ver la novedad. Aparece el teléfono, como comentan dos alumnos: “En casa tenemos uno de esos nuevos teléfonos. / ¿Y qué, funciona? / ¡No!”. Y llega el momento del avión: “¿Lo has oído? Un francés ha cruzado el canal [volando]”. Por no hablar del transporte más local, como los automóviles que hemos visto en el patio del Colegio al principio de la película, algo distintos de los carruajes de cuando llegó el nuevo maestro. ¡Ah! Y también están las bicicletas:

- Hacemos la ruta a pie.
- ¿Ah, si? Nosotras vamos en bicicleta.
- ¿En bicicleta? ¿A través de Austria?
- ¡Santo cielo! No sabía que las señoras manejaran esas monstruosidades.
- Pues así es.
- ¿Con una pierna a cada lado del sillín?
- Bueno, no creerá que me siento de lado
- ¿Y qué hace con… con su… vestido?
- Ahora fabrican bicicletas paras mujeres. ¿No lo sabía?
- ¡Señoras conduciendo bicicletas! No apruebo tanto movimiento sobre ruedas. El otro día me pasó un hombre sobre una nube de polvo. Debía ir a quince millas por hora. Los humanos no hemos nacido para esas velocidades.



También podemos observar el paso del tiempo en otros desarrollo de la técnica, como es el caso de algo tan ‘visible’ como los sistemas de alumbrado. Desde las meras velas, mantenidas todavía en los grandes recintos, vemos cómo se introduce en las casas el quinqué, para dar paso al gas, y, finalmente, a la luz eléctrica. O, más académicamente, los útiles de escritura, plumas de ganso o lapiceros.


El transcurso del tiempo lo vemos, además de en los avances técnicos, en las modas, aunque la 'uniformidad' del colegio nos permite verlas sólo mediante la prenda con la que se tocan los alumnos al saludar mientras se pasa lista alfabéticamente. Este método, junto con el clásico de la sucesión de las estaciones, es con el que vemos el paso, más que del tiempo, de los diversos cursos.

También están los acontecimientos históricos, eso sí, tristes, cuando no trágicos y lamentables. El curso de 1870 empieza con las noticias sobre la guerra franco-prusiana, como vocean los vendedores de periódicos en la estación de tren y comentan los alumnos en el tren: “Ha habido una terrible batalla en Francia. El emperador se ha rendido.” Al cabo de un tiempo, llega la Guerra de los Bóers: “¿Sabías que el viejo Stinks se ha ido voluntario a Sudáfrica? / Eso es malo para los Bóers.”. Y, para alegría del Príncipe de Gales, pero no tanto del Imperio, fallece la Reina Emperatriz: “Voy a Londres, a ver el funeral de la Reina Victoria. / No lo veo divertido, teniendo un Rey.”.

El nuevo maestro se acaba jubilando, justo el día que se avecina la Gran Tragedia:
- ¿Alguna novedad, Jenks?
- ¡Oh, nada importante señor. Un archiduque austríaco ha sido asesinado en el extranjero.


Como todos entonces, el nuevo maestro se equivocó:
- ¿Cuánto cree que durará, señor?
- ¿Por qué, Forrester, piensa alistarse usted también?
- Bueno, lo haré en cuanto me acepten.
- Oh, se habrá acabado mucho antes de que lo hagan.
- Pero ya tengo dieciséis y meses.
- Lo sé, Forrester. Pero no tendrá ocasión. No puede durar, atenta contra la razón, es una cuestión de semanas. Lamento decepcionarle, Forrester.


Pero no sólo en la duración de la guerra:
Añadimos a la lista de honor los nombres de once alumnos y un maestro del Colegio Brookfield, que han dado su vida por la patria.
John Forrester, de los Fusileros de Northumberland, muerto mientras contraatacaba al enemigo en el saliente de Ypres. Se fue de aquí para enrolarse en el ejército a la edad de diecisiete años y seis meses; fue trasladado a primera línea al segundo día de estar en Francia, y dos días más tarde fue muerto en acción.


El tipo de educación y alumnado del Colegio dirigía tanto a los maestros como a los alumnos, una vez incorporados a filas, a la oficialidad. Hecho que es recordado durante la celebración de un desfile, en el que él deja ver su esperanza de paz: “Le felicito. Una gran parada. Hombres bien preparados. Este campus es muy importante. Estos chicos son los oficiales del mañana. / Prefiero esperar, general, que mañana nunca llegue.” Aun así, es realista, y a un alumno, tras castigarle ‘a lo clásico’, le dice: “Dentro de muy poco será oficial en Francia: querrá que sus hombres sean disciplinados y para lograrlo debe saber qué significa la disciplina”.

La vida en la retaguardia la describe magníficamente la mujer de un antiguo alumno del nuevo maestro, sirviendo ahora de oficial en Francia: “Pensar en volver a vivir sin miedo, sin temblar cuando llega una carta o un telegrama. A veces me figuro que está de nuevo en casa, haciendo… alguna tarea, trabajando en el jardín, u observando al perro. No imagino que me vuelva a acostumbrar a esa alegría. Nunca… volveremos a creer que tenemos la felicidad asegurada. / Adios, Helen. La próxima vez que venga espero encontrarles a los tres.

También entonces se equivocó el nuevo maestro:
Desde todos los puntos nos llegan noticias de esperanza. Por fin podemos decir sin miedo que se vislumbra el final. Pero hasta en la victoria debemos soportar crueles noticias, pérdidas que son más trágicas porque la paz está ya muy cerca.
Peter Colley, Teniente de los Guardias de Coldstream fue muerto en acción durante un ataque a las trincheras la noche del seis de noviembre. Permaneció a plena vista del enemigo a fin de rescatar a su Asistente, quien había caído fatalmente herido. Ambos hombres murieron antes de que los pudieran retirar. Es un gran honor para Brookfield que Su Majestad el Rey haya concedido póstumamente al Teniente Colley la Orden del Servicio Distinguido.
Ninguno de ustedes se acordará de Max Staefel. Fue profesor de alemán en Brookfield desde 1890 a 1902. Fue muy popular aquí e hizo muchos amigos, entre los que me enorgullezco contarme. Esta mañana he recibido una carta desde Suiza informándome de que ha caído avanzando con el Regimiento Sajón el 18 de octubre pasado.


Esta última referencia crea una pequeña confusión en algunos:
- ¿El Regimiento Sajón? ¿Significa eso que luchaba a favor de los alemanes? (…) Es curioso que le haya nombrado, junto con los otros. Depués de todo, era un enemigo.
- Una de las ocurrencias de Chips. Tiene muchas ocurrencias como ésa.


Y aunque durante un bombardeo, en clase de latín, recuerda a sus alumnos que: “No pueden juzgar la importancia de las cosas por el… por el ruido que hacen.”, sí resultó importante el ruido de los ‘hurras’ cuando comunica a la Asamblea del Colegio que “La guerra… ha acabado.

Otro aspecto en la que se observa el paso del tiempo es el de las costumbres.
Unas nunca cambiarán. Por ejemplo, la conversación de fondo que se oye a poco de llegar el nuevo maestro al Colegio: “Recuérdame que te devuelva tu libro de historia, Dalton. / El de historia, el de latín y el de física.” O lo acertado de los comentarios literarios: “H.G. Wells, no le conozco. / Es su primer libro. Nunca llegará a nada. Es demasiado fantástico.” (posiblemente se referían a La máquina del tiempo).

Otras han cambiado a peor, por ejemplo, en lo académico: los maestros y alumnos se tratan entre sí usted, y en clase, a la pregunta de “¿Hay algún voluntario para empezar la clase?”, ¡levantaban la mano!

Y otras han cambiado del todo. En el viaje en tren del principio, uno de los alumnos cuenta dónde ha pasado las vacaciones: “En Margate. Dejan que las señoras se bañen en el mar. Los hombres tienen que abandonar la playa durante media hora mientras las señoras se bañan.

Sin embargo, el nuevo maestro no se ve afectado por ello. La conversación con su interlocutora acerca de las bicicletas, eso sí, habiéndose hecho las presentaciones antes, prosigue así:
- ¿Está pensando que soy anticuado?
- Me gustan los hombres anticuados.


Y como la tarde refresca:
- ¿Por qué no la compartimos? Es lo bastante grande.
- ¡Santo cielo! Podría verla alguien.
- ¿En esta montaña? ¿Y qué, si me ven?


En resumen, ella le plantea: “¿[Me tiene miedo] Porque soy una mujer decidida que voy en bicicleta y quiero votar?”, más o menos respondido días después:
- ¡Miss Kathy, Kathy, Kathy! ¡Me… ha besado!
- Lo sé. ¿He hecho muy mal?
- Oh, no, no… pero usted… nosotros… ¡Es terrible! Ahora tendrá que casarme conmigo, ¿sabe?
- ¿Usted quiere?
- ¡Claro que sí! ¿Y usted?
- Con el alma.


Y es que estas cosas pasan, no sé si por cambiar de costumbres o precisamente gracias a ello. “¿Yo? ¿Salir al extranjero?”, responde el nuevo maestro a un compañero suyo que le propone irse con él a hacer un recorrido a pie por el Tirol durante las vacaciones.

Durante el viaje, escala la montaña una tarde en la que empieza a bajar la niebla de un modo poco habitual para le época del año. Una amistad de su amigo, quien se ha quedado en el pueblo, comenta: “Si se queda quieto, no le pasará nada, pero si está lo suficientemente loco para bajar…” No es que se moviera para bajar, sino que subió más, y se encontró con quien no esperaba.

Camino de Viena, en el vapor que navega sobre el Danubio, hay una conversación que nos ilustra sobre el tema de los colores.
- ¿Por qué lo llamarán el Danubio Azul? A mí me parece marrón
- Hay una leyenda ¿sabe? Sí, el Danubio sólo es azul a los ojos de… bueno, de los enamorados ¿sabe?
- El Danubio no le parecerá azul por casualidad, ¿verdad?
- ¿Qué quiere decir? Bobadas, ¿sabe? Dice usted unas tonterías que hay que ver.
(…)
- Pero también decían que el Danubio es azul.
- Pero Flora, querida, ¡es azul!


Como es de esperar, el nuevo maestro y su interlocutora, Miss Katherine Ellis, se casan, integrándose ella en la vida social de Brookfield, organizando fiestas en las tardes de los domingos para los alumnos de su marido:
- ¿Pero qué autoridad tendré en clase después de estas orgías?
- Diez veces más, porque te mirarán como a un amigo.
- Eres una revolucionaria.
- Prueba con uno de esos chistes que siempre tienes escondidos. A ver qué pasa.
- No, Kathy. Hay un límite, incluso para las revoluciones.


… y también en la académica:
- Es una casa encantadora, del siglo XVIII ¿verdad?
- Sí, eso creo.
- Oh, allí tendrás una biblioteca impresionante y un invernadero con una parra. Pero tendríamos que pintar el recibidor, ahora resulta un poco sombrío. Pero las habitaciones son divinas, y hay una, subiendo la escalera, que siempre pensé que sería perfecta para los niños.
- ¿Siempre lo pensaste?
- Pues claro, querido. Estaba convencida de que un día serías tutor. Igual que lo estoy de que un día serás el director. He estado decidiendo cuál de las dos casas me gusta más. (…) Nunca temas no poder coronar algo que hayas emprendido. Mientras creas en ti, puedes llegar tan lejos como te plazca. Naturalmente que serás director, si deseas serlo.


Y efectivamente, aunque con una guerra por en medio…
- El curso que viene atravesaremos un mal momento. Ya sabe que la mitad de los maestros se ha enrolado y los suplentes son… espantosos. Y el director también quiere ir. De modo que si se siente con ánimos, ¿quiere usted volver?
- ¿Yo?
- Sí. No hay nadie que conozca el Colegio como usted. La Administración quiere que usted se haga cargo de la Dirección y mantenga el fuerte hasta que termine la guerra.


Tenías razón, querida. Soy director, al fin y al cabo.

Pero aunque director, ya estando jubilado, lo suyo era la docencia. Como se lo explicó el director que había tras el incidente de su primera clase cuando el nuevo maestro llegó al Colegio:
Nuestra profesión no es fácil. Se requiere más que un título universitario. Nuestra labor es moldear hombres. Exige carácter y coraje. Y sobre todo, reclama capacidad para ejercer la autoridad. Sin eso, creo que cualquier joven debería preguntarse seriamente si quizá no ha equivocado la vocación. (…) Olvidaré el incidente, ¿pero lo olvidarán los chicos? Tendrá que volver a enfrentarse a ellos para lo cual hará falta coraje, coraje moral.

Aunque precisamente su capacidad docente le cortó el camino a la dirección al cabo de un tiempo:
Pensamos que con su inusual don de conseguir que los chicos se esfuercen, sería mejor que se concentrara en la enseñanza. Deje la… más bien cansada labor de director a alquien con experiencia y dotes en ese sentido.

Pero gracias a unos nuevos ojos, tuvo una visión distinta de su trabajo:
- Debe de ser muy interesante ser maestro de escuela. Ver crecer y ayudar a los alumnos. Ver cómo desarrollan su personalidad y ver a dónde llegan cuando dejan la escuela y se enfrentan al mundo. No sé cómo puede hacerse viejo en un mundo que siempre es joven.
- Nunca había pensado en ello de esa manera. Cuando usted habla de ello lo convierte en emocionante y en heroico.
- Oh, lo es.


Sin embargo, con el paso del tiempo, también hay problemas. Me ha llamado la atención que uno de los problemas fuera exactamente el mismo que nos comentó en su momento nuestro profesor de latín en el instituto, unos setenta años después del momento en que se sitúa la película:
- Hace un año le dije que aplicara el nuevo estilo de pronunciación del latín, y usted lo ha ignorado.
- ¡Oh, eso! ¡Tonterías, en mi opinión, tonterías! ¿De qué sirve enseñar a los chicos decir Kíkero cuando durante toda su vida dirán Cicerón, si es que lo dicen.


Y es que la divergencia no se limita al latín:
- Yo intento hacer de Brookfield un colegio moderno y usted insiste en ceñirse al pasado. El mundo está cambiando.
- Oh, ya sé que el mundo está cambiando, Dr. Ralston. He visto morir las viejas tradiciones una por una. La gracia, la dignidad y el respeto por el pasado. Actualmente sólo importa una buena cuenta bancaria. Usted intenta dirigir el colegio como una fábrica, sacando más dinero, snobs hechos a máquina. Ha subido las cuotas, y los chicos que realmente pertenecen a Brookfiled han quedado fuera, apartados. Métodos modernos, entrenamiento intensivo, ¡absurdo! Déle a un chico sentido del humor, y sentido de la proporción, y se enfrentará a lo que sea. No dimitiré. Haga usted lo que quiera.


Sin embargo, cinco años después, por ley de vida, se ve obligado a hacerlo:
Puedo olvidar algunas cosas, pero nunca olvidaré sus rostros. Si vienen a visitarme en los años venideros, como espero que hagan, podrán verme dudar, y se dirán para sí, «este viejo no se acuerda de mí», pero les recordaré como son ahora, de eso se trata, en mi mente seguirán siendo muchachos, tal como son esta noche.
Recuérdenme alguna vez. Yo siempre les recordaré.
(…)
- Cuando escriba su libro, no olvide que además de lo que enseñó a tantos chicos, consiguió enseñar algo, al menos, a un director.


Otra forma en la que se muestra el paso del tiempo es a través de uno de los personajes principales de la película (de hecho es el que figura en tercer lugar en los títulos de crédito), es el actor que interpreta cuatro papeles (casi) distintos: Colley, el primero, cuando llega el nuevo maestro, con el nombre de John (quien luego acaba siendo administrador del Colegio), y luego ya siendo Peter, I (a quien presenta a su esposa), II (quien discute con el hijo del verdulero, asistente suyo al cabo de los años en Francia, donde ambos caen) y III (a quien vemos durante la guerra sólo con un año, y luego recién ingresado en Brookfield: “Es bueno tener una madre que cuente chistes.”).

El paso del tiempo en la película no tiene, en una lectura que yo hago, sólo el sentido del discurrir de la vida del nuevo maestro. Mi lectura es que un aspecto fundamental de la educación es el tiempo.

La educación necesita de tiempo, y también es algo que muestra sus resultados a lo largo del tiempo. Y en cierta forma, es otra apreciación, no sólo la permanencia de la familia, del hecho que que a través del mismo actor, sin ninguna caracterización al efecto, se nos muestren varias generaciones: las personas llegan y crecen, pero la educación permanece.

Cuando se encuentra ya moribundo, tiene lugar esta característica conversación:
- ¡Qué pena que no tuviese hijos!
(…)
- He creído oírles decir que era una pena, una pena, que no tuviera hijos. Pero se equivocan, los he tenido, a cientos, cientos y cientos… de… chicos.


Y eso es lo que puede decir… un buen maestro.

El maestro atendía al nombre de Mr. Chipping, de quien sólo se menciona su nombre de pila (Charles Edward) en la reseña periodística de su boda.

Sin embargo, todos lo conocemos como le llamaba su esposa: Mr. Chips.

El reparto principal, según figura en la primera página del reparto que se muestra en la película, lo constituyen Judith Furse (como Flora, la amiga de Kathy Ellis), Paul von Henried (como Max Staefel, maestro de alemán en el Colegio, e incitador del viaje al Tirol), John Mills como el ya Teniente Peter Colley. Y Terry Kilburn, como el niño a través del cual se muestran cuatro generaciones de Colleys.

Y por supuesto, Greer Garson, que se estrenaba en esta película, en su papel de Kathy Ellis, y Robert Donat, como el nuevo maestro, Mr. Chips.

¡Adiós, Mr. Chips! se estrenó en el Reino Unido el 15 de mayo, y en la famosa cosecha del 39 la película fue propuesta (alias, nominada), para siete premios: mejor película (una producción de Victor Saville, para la Metro), mejor director (Sam Wood), mejor actor (Robert Donat) mejor actriz (Greer Garson) mejor adaptación (R.C. Sherrif -de quien ya conocemos otro trabajo de ese mismo año-, Claudine West, y Eric Maschwitz), mejor edición (Charles Frend) y mejor sonido (A.W. Watkins)

Aunque en casi todos los premios perdió contra la ganadora del año, consiguió, no obstante, romperle la gran mano de premios, gracias a Robert Donat, quien se alzó con el premio al mejor actor.

Nota final:
En este día en que, al menos en Valencia, empieza el curso la secundaria, un pequeño recuerdo cinematográfico a todos aquellos que han dedicado una importante parte de su vida a la docencia y a sus alumnos (sin ir más lejos, mi padre), y a todos aquellos que, a pesar de todos los esfuerzos que se realizan por evitarlo, todavía están con esta vocación y dedicación.

Créditos:
Cartel de la película, tomado de Wikipedia.
Carátula del DVD y fotogramas (o montaje de fotogramas) de la película.
(curiosamente, en ningún momento de la película la pareja protagonista presenta el aspecto recogido en el cartel)

3 comentarios:

  1. Caramba, qué bien contado. Casi, casi... que me siento como si hubiera visto la película. Y me gustaría verla, sí. Me has picado la curiosidad.

    En cuanto a tu nota final, feliz tu padre que vivió otros tiempos (en las aulas) y bienaventurados aquellos que tienen vocación.

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  2. Gracias. ¿No la conocías? También hay una versión en clave musical, treinta años después, con el arteaano Herberrt Ross, y Peter O'Toole y Petula Clark como la pareja protagonista. En este caso, la versión se llamó... Adiós, Mr. Chips.

    Sí, felices aquellos cuya dedicación coincide con su vocación. Y ésta se mantiene a pesar de los esfuerzos del resto del mundo.

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  3. Me suena, me suena..., pero no sabría decir si la he visto o no.

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