“Érase una vez un aldeano que fue a robar pepinos a un huerto. Se arrastró hasta los pepinos y pensó: «Veamos, me llevo un saco de pepinos y los vendo, y con el dinero me compro una gallina. La gallina me pone huevos, los empolla, y cría muchos pollitos. Alimento los pollitos, los vendo, y compro un lechón, y se convierte en una cerda; me pare la cerda lechones. Vendo los lechones y compro una yegua; me pare una potrada. Crío los potros, y los vendo; compro una casa y planto un huerto. Planto un huerto y siembro pepinos.«”
«Entre 1871 y 1875, Lev Tolstói redactó seis volúmenes para enseñar a leer y a escribir a los niños de su escuela de Yásnaia Poliana. En enero de 1872, en una carta dirigida a Alexandra Andréievna Tolstaia, hija de un tío abuelo del escritor, mostraba su ilusión de que estos libros, entre los que figura el denominado Abecedario, sirvieran para que estudiaran «dos generaciones de niños rusos, desde los de los zares hasta los de los campesinos […]. Después de haber escrito este Abecedario puedo morir tranquilo».
Tolstói intentó reflejar en estas obras el lenguaje popular, el de los escolares de Yásnaia Poliana, buscando un estilo claro y sencillo que le obligó a realizar grandes esfuerzos. En carta al crítico Nikolái Nikoláievich Strájov, fechada a primeros de marzo de 1872, confiesa abiertamente que «la lengua que habla el pueblo y que tiene sonidos para expresar todo lo que un poeta siente deseos de decir me gusta. Esta lengua, además –y eso es lo esencial–, es el mayor regulador poético. Intente decir algo superfluo, ampuloso, enfermizo, la lengua no se lo permitirá; nuestra lengua literaria, por el contrario, no tiene osamenta; está tan mimada que uno puede decir todo lo que se le antoje: todo tiene aspecto de literatura».”
El libro recoje 17 relatos cortos o muy cortos, donde mayoritariamente se muestra el mundo rural y campesino ruso, con narraciones que, además de servir a los propósitos alfabetizadores, sirven también para enseñar aspectos de la vida de los alumnos y para educar “en valores”, que dirían ahora.
“En la época de la cosecha, los hombres y las mujeres se iban a trabajar. En la aldea se quedaban sólo los más viejos y los más pequeños.”
“- Por favor, dame una fusta más fuerte. Lo voy a encender.
Entonces el ayo movió la cabeza y dijo:
- Ay, caballero, no tiene piedad. Qué le va a encender, si ya tiene veinte años. El caballo está agotado, respira con dificultad y aún así se esfuerza. ¡Es que es tan viejo! Tanto como Pimén Timofeich. Si os subierais a Timofeich y con todas vuestras fuerzas le arrearais con la fusta, ¿no os daría pena?
Me acordé de Pimén, y entonces hice caso al ayo. Me bajé del caballo y cuando me fijé en lo sudoroso que llevaba el costado, la dificultad con la que respiraba por las fosas nasales y movía la cola pelada, comprendí que el caballo lo estaba pasando mal. Y sin embargo yo pensaba que se estaba divirtiendo tanto como yo. Me dio tanta pena de Voronok que cubrí de besos su sudoroso cuello y le pedí perdón por haberle pegado.”
“Por Semana Santa, un aldeano fue a mirar si la tierra se había deshelado.
Entró en el huerto y con una estaca tentó la tierra. La tierra estaba empapada. El aldeano se fue al bosque. En el bosque ya abultaban los brotes en la mimbrera.”
“Yo tenía un chucho. Lo llamábamos Bulka. (…) Lo cogí cuando era un cachorro y yo mismo lo crié. Cuando me fui a servir al Cáucaso, no quería llevarlo y me alejé sigilosamente, además de ordenar que lo encerraran. Estaba en la primera estación de postas con intención de cambiarme a otra diligencia, cuando de pronto vi que por el camino rodaba algo negro y brillante. Era Bulka con su collar de cobre. Corría a pleno pulmón hacia la estación. Se abalanzó sobre mí, me lamió la mano y se tumbó a la sombra bajo la telega. (…) Después supe que, tras mi partida, había hecho un agujero bajo el marco y había saltado por la ventana, y sin más, con el fin de seguirme, había echado a correr por el camino, y había recorrido a la carrera unas veinte verstas con un calor sofocante.”
“En el Cáucaso, en los bosques donde viven los jabalíes, suele haber muchos frutos sabrosos: uvas silvestres, piñas, manzanas, peras, moras, bellotas, endrinos. Y cuando todos estos frutos maduran y caen por las heladas, los jabalíes se atiborran y engordan.”
“Las tortugas viven en la tierra y en el agua como las culebras y las ranas. Las crías nacen de los huevos. Ponen los huevos en la tierra, y no los empollan, los huevos se rompen solos, como las huevas de los peces, y de ellos nacen las tortugas.”
“Cautericé la herida con pólvora con el fin de se quemara la saliva rabiosa si todavía no había llegado a la sangre. Porque si había caído saliva y había pasado a la sangre, yo sabía que por la sangre se dispersaba por todo el cuerpo y entonces ya era imposible curarlo.”
“Una liebre europea macho vivía por el invierno cerca del pueblo. En una ocasión, cuando llegó la noche levantó una oreja y escuchó; después levantó la otra, alastró, olfateó y se sentó sobre las patas traseras. A continuación dio unos cuantos saltos sobre la gruesa capa de nieve y volvió a sentarse sobre las patas traseras, y se puso a mirar. Alrededor no se veía otra cosa que no fuera nieve. La nieve hacía ondas y brillaba como si fuera azúcar. Por encima de la cabeza de la liebre había vapor helado, y a través de este vapor se veían grandes estrellas brillantes.”
En el volumen se incluye también un relato más largo, casi novela corta, titulado El prisionero del Cáucaso, en el que se narran las aventuras que vive un oficial ruso que es cogido prisionero por los tártaros, lo que le sirve para describir el modo de vida de éstos.
Como bien dice en la carta comentada en la Introducción transcrita, estos relatos carecen de “algo superfluo, ampuloso, enfermizo”; por el contrario, se percibe en su ternura el cariño con que fueron creados por Lev Nikoláevich Tolstói, quien un 9 de septiembre, de 1828, nació en Yásnaia Poliana, aunque, como sabemos, el calendario de su casa paterna señalaba otra fecha distinta.
Por cierto, el relato El aldeano y los pepinos con el que hemos iniciado esta anotación, una especie de ‘cuento de la lechera’ ruso, finaliza… muy curiosamente.
“»Pero no dejaré que me los roben, mantendré firme la guardia. Contrataré vigilantes, los pondré a vigilar los pepinos, y yo mismo daré una vuelta por allí de vez en cuando y les gritaré: «¡Eh vosotros, ni se os ocurra bajar la guardia!». De tal manera se ensimismó el aldeano, que se olvidó completamente de que estaba en un huerto ajeno y gritó con todas sus fuerzas. Los guardias que le oyeron, saltaron sobre él y le zurraron de lo lindo.”
Créditos:
Transcripción del cuento El aldeano y los pepinos (Fábula), y párrafos de otros relatos, según la traducción de Sara Gutiérrez, publicada en Relatos de Yásnaia Poliana, editada “en el invierno de 2010” por Rey Lear, como nº 27 de su colección Breviarios de Rey Lear.
Introducción del editor (salvo el último párrafo) de Relatos de Yásnaia Poliana.
Fotografía de Lev N. Tolstoi tomada de Memorias. Infancia-Adolescencia-Juventud, editado por Backlist, en septiembre de 2010.
Portada, fotografía de la escuela de Yásnaia Poliana y Retrato de Lev Tolstói, de Meshkov, del libro Relatos de Yásnaia Poliana.
«Entre 1871 y 1875, Lev Tolstói redactó seis volúmenes para enseñar a leer y a escribir a los niños de su escuela de Yásnaia Poliana. En enero de 1872, en una carta dirigida a Alexandra Andréievna Tolstaia, hija de un tío abuelo del escritor, mostraba su ilusión de que estos libros, entre los que figura el denominado Abecedario, sirvieran para que estudiaran «dos generaciones de niños rusos, desde los de los zares hasta los de los campesinos […]. Después de haber escrito este Abecedario puedo morir tranquilo».
Tolstói intentó reflejar en estas obras el lenguaje popular, el de los escolares de Yásnaia Poliana, buscando un estilo claro y sencillo que le obligó a realizar grandes esfuerzos. En carta al crítico Nikolái Nikoláievich Strájov, fechada a primeros de marzo de 1872, confiesa abiertamente que «la lengua que habla el pueblo y que tiene sonidos para expresar todo lo que un poeta siente deseos de decir me gusta. Esta lengua, además –y eso es lo esencial–, es el mayor regulador poético. Intente decir algo superfluo, ampuloso, enfermizo, la lengua no se lo permitirá; nuestra lengua literaria, por el contrario, no tiene osamenta; está tan mimada que uno puede decir todo lo que se le antoje: todo tiene aspecto de literatura».”
El libro recoje 17 relatos cortos o muy cortos, donde mayoritariamente se muestra el mundo rural y campesino ruso, con narraciones que, además de servir a los propósitos alfabetizadores, sirven también para enseñar aspectos de la vida de los alumnos y para educar “en valores”, que dirían ahora.
“En la época de la cosecha, los hombres y las mujeres se iban a trabajar. En la aldea se quedaban sólo los más viejos y los más pequeños.”
“- Por favor, dame una fusta más fuerte. Lo voy a encender.
Entonces el ayo movió la cabeza y dijo:
- Ay, caballero, no tiene piedad. Qué le va a encender, si ya tiene veinte años. El caballo está agotado, respira con dificultad y aún así se esfuerza. ¡Es que es tan viejo! Tanto como Pimén Timofeich. Si os subierais a Timofeich y con todas vuestras fuerzas le arrearais con la fusta, ¿no os daría pena?
Me acordé de Pimén, y entonces hice caso al ayo. Me bajé del caballo y cuando me fijé en lo sudoroso que llevaba el costado, la dificultad con la que respiraba por las fosas nasales y movía la cola pelada, comprendí que el caballo lo estaba pasando mal. Y sin embargo yo pensaba que se estaba divirtiendo tanto como yo. Me dio tanta pena de Voronok que cubrí de besos su sudoroso cuello y le pedí perdón por haberle pegado.”
“Por Semana Santa, un aldeano fue a mirar si la tierra se había deshelado.
Entró en el huerto y con una estaca tentó la tierra. La tierra estaba empapada. El aldeano se fue al bosque. En el bosque ya abultaban los brotes en la mimbrera.”
“Yo tenía un chucho. Lo llamábamos Bulka. (…) Lo cogí cuando era un cachorro y yo mismo lo crié. Cuando me fui a servir al Cáucaso, no quería llevarlo y me alejé sigilosamente, además de ordenar que lo encerraran. Estaba en la primera estación de postas con intención de cambiarme a otra diligencia, cuando de pronto vi que por el camino rodaba algo negro y brillante. Era Bulka con su collar de cobre. Corría a pleno pulmón hacia la estación. Se abalanzó sobre mí, me lamió la mano y se tumbó a la sombra bajo la telega. (…) Después supe que, tras mi partida, había hecho un agujero bajo el marco y había saltado por la ventana, y sin más, con el fin de seguirme, había echado a correr por el camino, y había recorrido a la carrera unas veinte verstas con un calor sofocante.”
“En el Cáucaso, en los bosques donde viven los jabalíes, suele haber muchos frutos sabrosos: uvas silvestres, piñas, manzanas, peras, moras, bellotas, endrinos. Y cuando todos estos frutos maduran y caen por las heladas, los jabalíes se atiborran y engordan.”
“Las tortugas viven en la tierra y en el agua como las culebras y las ranas. Las crías nacen de los huevos. Ponen los huevos en la tierra, y no los empollan, los huevos se rompen solos, como las huevas de los peces, y de ellos nacen las tortugas.”
“Cautericé la herida con pólvora con el fin de se quemara la saliva rabiosa si todavía no había llegado a la sangre. Porque si había caído saliva y había pasado a la sangre, yo sabía que por la sangre se dispersaba por todo el cuerpo y entonces ya era imposible curarlo.”
“Una liebre europea macho vivía por el invierno cerca del pueblo. En una ocasión, cuando llegó la noche levantó una oreja y escuchó; después levantó la otra, alastró, olfateó y se sentó sobre las patas traseras. A continuación dio unos cuantos saltos sobre la gruesa capa de nieve y volvió a sentarse sobre las patas traseras, y se puso a mirar. Alrededor no se veía otra cosa que no fuera nieve. La nieve hacía ondas y brillaba como si fuera azúcar. Por encima de la cabeza de la liebre había vapor helado, y a través de este vapor se veían grandes estrellas brillantes.”
En el volumen se incluye también un relato más largo, casi novela corta, titulado El prisionero del Cáucaso, en el que se narran las aventuras que vive un oficial ruso que es cogido prisionero por los tártaros, lo que le sirve para describir el modo de vida de éstos.
Como bien dice en la carta comentada en la Introducción transcrita, estos relatos carecen de “algo superfluo, ampuloso, enfermizo”; por el contrario, se percibe en su ternura el cariño con que fueron creados por Lev Nikoláevich Tolstói, quien un 9 de septiembre, de 1828, nació en Yásnaia Poliana, aunque, como sabemos, el calendario de su casa paterna señalaba otra fecha distinta.
Por cierto, el relato El aldeano y los pepinos con el que hemos iniciado esta anotación, una especie de ‘cuento de la lechera’ ruso, finaliza… muy curiosamente.
“»Pero no dejaré que me los roben, mantendré firme la guardia. Contrataré vigilantes, los pondré a vigilar los pepinos, y yo mismo daré una vuelta por allí de vez en cuando y les gritaré: «¡Eh vosotros, ni se os ocurra bajar la guardia!». De tal manera se ensimismó el aldeano, que se olvidó completamente de que estaba en un huerto ajeno y gritó con todas sus fuerzas. Los guardias que le oyeron, saltaron sobre él y le zurraron de lo lindo.”
Créditos:
Transcripción del cuento El aldeano y los pepinos (Fábula), y párrafos de otros relatos, según la traducción de Sara Gutiérrez, publicada en Relatos de Yásnaia Poliana, editada “en el invierno de 2010” por Rey Lear, como nº 27 de su colección Breviarios de Rey Lear.
Introducción del editor (salvo el último párrafo) de Relatos de Yásnaia Poliana.
Fotografía de Lev N. Tolstoi tomada de Memorias. Infancia-Adolescencia-Juventud, editado por Backlist, en septiembre de 2010.
Portada, fotografía de la escuela de Yásnaia Poliana y Retrato de Lev Tolstói, de Meshkov, del libro Relatos de Yásnaia Poliana.
Ya firmaba yo, no que a Tolstoi lo leyeran los niños, sino los adolescentes o gran parte de los adultos con los que me cruzo a diario. Seguro que nos iría mucho mejor a todos.
ResponderEliminarPero ahora esas lecturas son... obsoletas. Ya no se educa así, Guido. Ahora hay que leer estupideces...
ResponderEliminarEn Lengua de 3º ESO sólo puedo mandar (por imperativo del Departamento de Letras), como libro obligatorio cada evaluación, una novela juvenil (pero ni siquiera de Julio Verne, por poner un ejemplo. Qué va, gilitonteces varias de las que se publican hoy).
Luego, además, puedo sugerir la lectura de una obra clásica (de literatura española) y lanzarles el anzuelo de un punto extra en el examen para que la lean, pero ni aún así lo consigo. Y mira que hay algunas curiosas. La de la 1ª evaluación, por ejemplo, es "El conde Lucanor" (y siempre les digo que no me importa si lo leen en una edición completamente adaptada al español actual, para facilitarles la lectura). No hay manera..., con lo curiosas que son las historias... Un par de alumnos, a lo sumo tres, por clase y nadie más. Ése es mi todo éxito.
En fin...
Hay que ver el parecido que hay entre
ResponderEliminareste hombre de Dios y Tolstoi.
S.Cid:
ResponderEliminarHace unos años, pocos, entré en El Corte Inglés, a comprar "La isla del tesoro", para regalársela al hijo de un amigo. Como no andaba sobrado de tiempo, me acerqué a una de las muchachas de uniforme que estaba ante la caja y el ordenador, y pregunté: "¿Tienen La isla del tesoro?". Y va ella y responde: "¿La isla del tesoro? ¿novela o ensayo?", mientras tecleaba. Así que imagínate el nivel; la pobre, seguro que estaba en Frutas y verduras apenas una semana atrás...
Y pensar lo que se llenaron la boca, S.Cid, con los de la libertad de cátedra, para ahora ni siquiera poder sugerir que lean a Julio Verne...
ResponderEliminarbate: Tolstoi también tuvo una cierta faceta de hombre de Dios en aquella Rusia pre-revolucionada.
Guido: ¿No sería al final la edición de Anaya en su colección Tus libros? En ésta (desde 1998) se recogen las ilustraciones de Wal Paget de la primera edición de Cassell&Company de 1899,... que es justo el libro de color oscuro que figura en primera fila de la imagen de mi perfil.
¿Qué decías de los libros que nos eligen y de las vueltas que con que nos vinculan?
Guido: Caray con el nivel... Seguro que ésa fue alumna mía y no pasó de cosas como "La momia que me amó" o "Todos los detectives se llaman Flanagan". Uffff, qué frustración.
ResponderEliminarPosodo: ¿Libertad de qué...? En mi cole yo estoy constreñida por todas partes. Sugerir, puedo (claro que para el caso que me hacen -salvo esos dos o tres alumnos que se interesan por todo); pero mandar una lectura que se salga de cosas como las de ahí arriba, no.