martes, 14 de septiembre de 2010

Ahora, me falta un día más

Un extraño momento de tranquilidad se vivió en media Europa y casi toda América tras el 4 de octubre de 1582, aunque sólo duró hasta el 15 del mismo mes. Esta tranquilidad fue vivida en el Reino Unido, las entonces 13 Colonias y algunos dominios más casi dos siglos después.

Los seguidores de este diario ya se habrán dado cuenta de que la duración de 10 días de tranquilidad en 1582 no fue tal: se trataba, simplemente, del ajuste del calendario juliano al gregoriano.

Como ya dije entonces, la experiencia inglesa, básicamente por motivos religiosos (es decir, no hacer Isabel I lo que decía el Papa de Roma), se demoró en el tiempo hasta 1752, ya con Jorge II. Irlanda, aunque mayoritariamente católica, estaba bajo el gobierno inglés por lo que fue entonces cuando pudo hablar el mismo día que el Papa.

Y el caso es que la reforma inglesa estuvo a punto de ser realidad en el mismo 1582. Una propuesta denominada “Acta para dar a Su Majestad autoridad para modificar y hacer un nuevo calendario, de acuerdo con el calendario usado en otros países”, realizada por una comisión al efecto, tras un primer dictamen del Dr. John Dee, astrólogo y confidente de la reina, fue objeto de dos lecturas favorables en la Cámara de los Lores. Sin embargo, cuando se dio traslado al Arzobispo de Canterbury, se obtuvo una continua secuencia de excusas, incluso la de que el mundo iba a su fin, por lo que no resultaba especialmente importante la reforma del calendario.

Y en eso, llegó 1751, en que incluso varios países protestantes continentales se habían pasado en 1700 al ‘lado’ gregoriano, siendo la situación bastante insostenible. Y como el tema de las guerras de religión ya era un poco ‘demodée’ en la ilustrada Europa, entraron en razón.

El Parlamento aprobó la correspondiente Acta, llamada ahora “Acta para la regulación del comienzo del año, y para la corrección del calendario ahora en uso”, presentada por Lord Chesterfield, de quien toma el nombre. Sin embargo, el trabajo científico fue realizado por el Astrónomo Real, a la sazón James Bradley, quien, en 1742, había sucedido en Greenwich a Edmund Halley.

La nueva Acta establecía, además del criterio gregoriano del calendario, las fechas en que se aplicaría: el recién iniciado año de 1751 (lo había hecho el 25 de marzo), finalizaría el 31 de diciembre, y el siguiente 1 de enero ya sería de 1752. Habría que esperar hasta el 2 de septiembre para la aplicación drástica del nuevo calendario.

Así como en la Europa católica se ajustó el calendario diez días, en Inglaterra lo hicieron… once. Y es que en el tiempo transcurrido desde entonces estaba el año 1700, que los británicos julianos consideraron bisiesto, mientras que los católicos gregorianos no. Por eso, el día siguiente al miércoles 2 de septiembre de 1752 fue el jueves… 14 de septiembre.1752.

Una cosa curiosa es que el año financiero, que empezaba con el año, es decir, el 25 de marzo, también lo hizo en 1752, y también duró 365 días, como siempre, con lo que resultó que finalizó el 5 de abril de 1753. Y así siguió… hasta 1800, nuevo año bisiesto juliano, en que empezó… un día más tarde, el 6 de abril. Tras esto, lógicamente, luego no había quien entendiera bien cómo funcionaba lo de los peniques y chelines (hasta que lo cambiaron hace relativamente poco-lo de la moneda, el año financiero creo que sigue igual).

El cambio de calendario no generó, a pesar de lo anterior, mayores problemas financieros, pero sí de inquietud pública y políticos.

Por un lado, los hubo que reclamaban que les devolvieran los famosos once días. Se decía que hubo disturbios por tal motivo en Bristol, pero no se han podido documentar. También hubo quien mostró su inquietud por esos días que le quitaban, en el convencimiento de que los días de la vida de cada uno están contados. Hasta donde se sabe, nadie falleció o dejó de hacerlo por esas cuentas, y tampoco nadie se quejó de que el pobre año 1751 tuviera casi tres meses menos; al fin y al cabo, ya era bastante saber que tras el 31 de diciembre llegaba el 1 de enero, como para encima preocuparse por el año.

Por otro lado, en el aspecto político, además de que hubo quien planteó el tema en las elecciones de 1754, lo más problemático fue lo sucedido en la ciudad de Chester. Aquí se celebraba la Feria anual empezando el día de San Miguel, hasta que el Acta estableció el retraso correspondiente de todas las actividades. Sin embargo, este retraso se solapó en 1752 con las elecciones a alcalde y otros cargos civiles, que sí tenían su día fijo: el viernes siguiente al día de San Dionisio (para los de fuera de Valencia y de Chester, el 9 de octubre). De este modo, se daba la circunstancia de que la celebración de las elecciones (en concreto, el día 13, o sea, por si alguien quiere saberlo, San Eduardo) coincidía con la celebración de la Feria (que acababa de empezar el día 10, San Daniel). El problema no estaba en la aparición imprevista de San Daniel y San Eduardo, sino en que para las elecciones los nobles ciudadanos de Chester estarín en condiciones poco favorables para la emisión de un voto ponderado, ecuánimo y reflexionado. En previsión, pues, de extraños resultados, se consiguió que se modificara la fecha de las elecciones atrasándola, desde entonces, una semana, el viernes posterior al 20 de octubre (San Artemio). Antes de que nadie me lo pregunte, no sé quiénes resultaron elegidos en 1752.

De este modo toda la Cristiandad quedó regida por el calendario gregoriano, salvo los ortodoxos: Rusia lo hizo siendo ya la Unión Soviética , en 1918, y Grecia aún se esperó a 1924.

Y con esto creo que ya habrá quien pueda contestar la famosa pregunta de las matemáticas rusas, recordada el otro día. Y si no, a la escuela, aunque sea tal lejos como en Yásnaia Poliana.

Créditos:
Datos tomados de Mapping Time. The Calendar and his History, obra de E.G. Richards, editada por Oxford University Press, en 1998 (reimpresión de 2005).
Retrato de John Dee, tomado de la Wikipedia.
Retrato de James Bradley, obra de Thomas Hudson, tomado de la Wikipedia.

1 comentario:

  1. Yo, ante estos textos, no se me ocurre qué opinar. Simplemente, agarro una libreta, y apunto cosas.

    Un saludo, erudito

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