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“Así que ellos se fueron, y ya tuvieron que forzar la marcha de sus camellos y caballos para alcanzar a sus pajes, que ya estaban llegando al establo con los regalos. Aunque luego, ya cerca del establo, se apearon de los animales, y comenzaron a andar a pie hasta aquél, no fuera que las gentes que había allí los tomaran por reyes temerosos como Herodes y se aterrorizasen.
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Y luego, cuando entraron, el Niño se puso muy contento, como si los conociese de toda la vida, y ellos se arrodillaron, y Mel-chior habló por los tres, y dijo , como si el Niño fuera un Gran Rey: «Señor Rey del Cielo, hemos venido siguiendo a la Estrella, y ante Vos nos postramos». Y se hizo un grandísimo silencio que no se acababa nunca, y se veía a través de la ventana pequeña, que había allí, en el establo, colear a la Estrella que les había conducido como si fuera una culebra de luz o como un relámpago dorado, pero manso y mandible, y que también, ondulando, se alegrase”
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