El otro día me ofrecieron un calendario de sobremesa, editado bajo el nombre de una Administración que discretamente me reservo, cuyo tema principal es..., sí, el cambio climático.
El calendario se dispone en dos partes, y estando las anillas verticalmente en el centro, llamaremos a cada parte, sin otras connotaciones, izquierda y derecha.
El diseño del calendario supone que, para obtener el equivalente al avance cronológico propio del año, deben desplegarse las hojas, girando sobre el eje definido por las anillas, es decir, con el calendario en posición, y con un punto de vista situado por encima del plano definido por la mesa sobre la que se encuentra el calendario, de derecha a izquierda, en el sentido de las agujas del reloj, o sentido dextrógiro.
Con esta maniobra, se obtiene que en las páginas que quedan visibles en el lateral derecho, se refleja el mes de que se trate (es decir, enero, febrero,... y así hasta diciembre -aclaración inútil porque quien la necesita no lee este diario, en el sentido de entender e interpretar lo escrito, pero, bueno, por si acaso el verdadero Gran Hermano, o sea, el gobierno, está por ahí).
Y en las páginas que se disponen en el lateral izquierdo, claro, diversos consejos medioambientales, del tipo "al agua que no has de beber, ciérrale el grifo del crédito", "para lo que tus ojos han de ver, apaga las bombillas que no te van a llegar", "ande yo caliente, y sin termostato la gente", y cosas así, pero dichas de manera políticamente correcta (es decir, sin diccionario).
Lo malo de todo este calendario no es que, en realidad, se limite a decir cosas de sentido común (pues en este caso, lo malo es que sea necesario decirlo, e insistir en ello, como los consejos para las rebajas -pero es que si no, ¿cómo excusa el sueldo tanta gente?).
Pues no, lo malo de este calendario es... el calendario.
¡No hay fiestas! ¡Ni siquiera los domingos!
El calendario se dispone en dos partes, y estando las anillas verticalmente en el centro, llamaremos a cada parte, sin otras connotaciones, izquierda y derecha.
El diseño del calendario supone que, para obtener el equivalente al avance cronológico propio del año, deben desplegarse las hojas, girando sobre el eje definido por las anillas, es decir, con el calendario en posición, y con un punto de vista situado por encima del plano definido por la mesa sobre la que se encuentra el calendario, de derecha a izquierda, en el sentido de las agujas del reloj, o sentido dextrógiro.
Con esta maniobra, se obtiene que en las páginas que quedan visibles en el lateral derecho, se refleja el mes de que se trate (es decir, enero, febrero,... y así hasta diciembre -aclaración inútil porque quien la necesita no lee este diario, en el sentido de entender e interpretar lo escrito, pero, bueno, por si acaso el verdadero Gran Hermano, o sea, el gobierno, está por ahí).
Y en las páginas que se disponen en el lateral izquierdo, claro, diversos consejos medioambientales, del tipo "al agua que no has de beber, ciérrale el grifo del crédito", "para lo que tus ojos han de ver, apaga las bombillas que no te van a llegar", "ande yo caliente, y sin termostato la gente", y cosas así, pero dichas de manera políticamente correcta (es decir, sin diccionario).
Lo malo de todo este calendario no es que, en realidad, se limite a decir cosas de sentido común (pues en este caso, lo malo es que sea necesario decirlo, e insistir en ello, como los consejos para las rebajas -pero es que si no, ¿cómo excusa el sueldo tanta gente?).
Pues no, lo malo de este calendario es... el calendario.
¡No hay fiestas! ¡Ni siquiera los domingos!
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