domingo, 3 de abril de 2011

Quien busca,… encuentra lo que no busca

Continuábamos explorando pero no se veía ninguna señal del reactor.
- ¡Es extraño este terreno! – dijo el profesor. – Parece una gran llanura.
- ¡Miren! – llamó Peter. – ¡Se diría que esto es un canal, o por lo menos lo fué!
Nos acercamos. El suelo aparecía cortado, prolongándose en línea reacta infinita. No obstante las muchas incrustaciones, los líquines, las algas y toda la flora marina que la cubría, resultaba evidente que aquella hendidura no podía ser natural. Proseguimos a lo largo del dique, curiosos.
- ¡Pero estas son las ruinas de un puente! – gritó Mark que despejaba la vía.
- ¡Oro! – exclamó maravillado Telesécolis, observando la cubierta de las ruinas.
- ¡Caramba! ¿Obras humanas en el fondo del mar? – exclamó.


Hace unas semanas me econtré con unas noticias que me recordaron un libro que leí hace mucho, mucho tiempo.

La presencia de aquel canal y de aquel puente nos trajo a la memoria las extrañas leyendas sobre el gran continente desaparecido en épocas remotas.
Telesécolis cogió el pico para despejar las ruinas de las incrustaciones.
Era un pedazo de puente que se extendía sobre el canal unos dos metros.
(…)
- ¡Profesor, – llamé, cuando hube golpeado mi azadón sobre el fondo, – venga a ver! Ésto es bronce, ¡corp du diable!
- ¡Y ésto es todo de oro puro! – contestó Telesécolis que había despejado un metro cuadrado del lado del puente. Decididamente estamos en la Atlántida, ¡muchachos míos! Y tenemos la ventaja de ser los primeros en descubrir una civilización que ha llenado de volúmenes todas las bibliotecas del mundo.


Ahora ya sabemos quiénes son los segundos. Bueno, en realidad, los terceros.

Créditos:
Transcripción del final del capitulo 5 El pulpo, y parcial del inicio del capítulo 6 El increíble descubrimiento, y portada e ilustración de M. Vettor, de Un mundo desaparecido, de Raúl Pra, según traducción de Manuela Guazzoni, editado por Ediciones Albon, de Medellín (Colombia).

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